miércoles, 26 de marzo de 2008

Alberto Asprino: “Lecturas
desde el paisaje interior”.


Franklin Fernández.


Alberto Asprino. Fotografía de Fernándo Bracho.


Alberto Asprino (Maracaibo, Estado. Zulia, Venezuela, 1952). Arquitecto egresado de la Universidad Central de Venezuela. Paralelamente a su actividad artística, se ha desempeñado como promotor, curador, museógrafo y asesor de instituciones culturales en el país y en el extranjero. A partir de 1975 es frecuente ver su obra en salones y bienales de arte tanto nacionales como internacionales. Actualmente reside y trabaja en Caracas.
RUTAS, VIAJES, DESPLAZAMIENTOS.
F.F. –“El mar hace que la madera se transforme en objeto de arte”, es una frase suya. ¿El mar es el punto de partida en toda la obra de Alberto Asprino?

A.A -El mar, como bien señalas, ha sido punto de partida e inspiración de mi indagación personal. Llevo ya unas cuatro décadas buscando en el paisaje del Litoral Central una manera de explorar los territorios existenciales del ser. También desde la orilla de lo urbano surgen nuevas referencias para ese encuentro.

F.F. –Usted camina por la franja costera del Litoral Central. Recoge y rescata trozos de maderas curadas por el mar, fragmentos de palos secos gastados por el salitre. Colecciona objetos y artefactos viejos; para luego organizarlos sobre alacenas, mesas, escritorios, pupitres, bibliotecas, escaparates, aparadores… ¿Cuál es la intención?

A.A. -Son rutas de vida. Lecturas abiertas que se conectan con la memoria, con el hacer vida, con su ir y venir. Fragmentos de maderas contenedoras de rutas, viajes, itinerarios, traslados, desplazamientos, acercamientos…

F.F. -¿Por qué la estética de la memoria, la permanencia del recuerdo?

A.A. –Yo, aunque no parezca, tengo una visión gestáltica de la vida: el aquí y el ahora. Trabajar con la memoria es buscar en ella una reflexión hoy, reconstruir situaciones de vida a partir de cada quien. Los objetos “añejos” son vistos hoy desde las perspectivas del hoy. Cuando se mueven otras situaciones personales desde el espectador, se mantiene viva la obra. Se llena de nuevas perspectivas y transformaciones.

De la serie EQUINOCCIO. 20 X 9 X 16,5 Ctms. 2002.

LIBROS, LECTURAS, NUEVAS MIRADAS.


F.F. –Casi todas sus maderas organizadas sobre repisas o armarios, simulan libros. Desde vitrinas, consolas o cajones, sus libros de madera encuentran como una manera simbólica de manifestarse. ¿Por qué la idea de los libros es una constante en toda su obra?

A.A. -“Los libros” dentro de la generalidad de mi obra son una manera simbólica de ver el paisaje, de acercarme a él.

F.F. –Además de paisaje, ¿qué es un libro para usted?

A.A. –Un libro es viaje, es descubrimiento, es conocimiento. Es pensamiento. Es compañía, es abrazo, es piel…

El Puerto de La Guaira. 2007. Ensamblaje en madera. 32 X 100 X 13 Ctms.


F.F. –¿Es por ello que en muchos de sus “libros” se trasluce ese sentimiento de añoranza, nostalgia y desolación? ¿Qué nos dicen sus “libros”? ¿De qué nos hablan? ¿A cuál experiencias nos remiten?

A.A. –Precisamente hablan de las rutas de vida, del tiempo transcurrido en su andar. Hablan de un colectivo transformado en espejos del ser. Lecturas desde el paisaje interior.

F.F. -¿Son lecturas que sirven para encontrarnos y reencontrarnos constantemente?

A.A.
–Sí, para mirarnos y encontrarnos. Para leernos, para leer al otro.

F.F. -Se dice que usted juega con la metáfora del conocimiento ¿Juega usted con la parábola del conocimiento? ¿Trata usted de organizar el conocimiento?

A.A. -No lo organizo, más bien lo dispongo en el espacio. El conocimiento viene más bien del encuentro con ellos. El viaje emocional los transforma en mirada introspectiva.

Mi escritorio, 1997. 250 X 250 X 300 Ctms.


F.F. -Mi escritorio, de la serie Nuevas Lecturas (1997), es una de sus obras más emblemáticas. Todo armoniza muy bien ahí. Desde la silla usada, hasta los “libros”; la disposición de las tablas en el espacio, el discurso, el concepto, la idea…

A.A. -Ciertamente, “Mi escritorio” (1997), es una obra emblemática para mí. Es de algún modo autobiográfica. Mi escritorio es el espacio y refugio personal, lugar para el resguardo, para el hacer. También es paisaje, territorio donde habita la memoria. Obra de abrir caminos, de hacer caminos.

F.F. -Para saber quién es Alberto Asprino, ¿basta auscultar la memoria intacta de sus “libros”?

A.A. -Sí, en cierto modo. Aunque muchas veces me esconda.

Tarde para la noche, 2004. 55 X 107 X 44 Ctms.

VESTIGIOS, MARINAS, PAISAJES INTERIORES.


F.F. -¿Se puede pintar, crear o recrear el paisaje a través de un trozo de madera? ¿Un trozo de madera refleja el paisaje mismo?

A.A. -El paisaje que yo propongo viene del escenario natural, con todas sus connotaciones reales y complejas realidades. Lo pinto simbólicamente, desde lo visual, desde su propia razón humana. El tono pictórico viene dado de lo circundante, del paso del tiempo, del desgaste de los materiales de desecho. De la transformación sufrida, desde su propia recreación. La pintura surge del tiempo contenido, de sus propias pieles, suerte de veladuras corpóreas. El tiempo es pátina transmutable, está presente en forma y presencia.

F.F. -¿Cuál es el objeto más hermoso que ha encontrado sobre la arena?

A.A
-Son muchos, por ejemplo el escritorio, encontrado en el cuarto de la basura de un edificio donde vivía años atrás. La imagen hermosísima de una virgen, la Virgen de Regla o Yemayá, en la orilla de una playa de Macuto hace unos once años y que desde entonces está en mi mesa de noche; hallazgo simbólico y de una carga espiritual muy grande, por demás. El marco de “Alzheimer”, fue el soporte de una obra de Francisco Narváez premiada en una de las últimas ediciones del Salón Oficial de Arte Venezolano, que perteneció a la Fundación John Boulton. Una vitrina Art Deco, comprada en una venta de garaje, y que después supe que era la especialísima vitrina del comedor de mi entrañable amigo, y artista plástico, Boris Ramírez, ya fallecido. Hay muchas preferencias, pero todos los objetos encontrados tienen su importancia y hacen el cuerpo de mi obra. Como ves, no todo viene del mar, los elementos se complementan con él, se abrazan en una búsqueda.

Desde la orilla, 2004-2006. Instalación, materiales diversos 500 x 1800 x 35 cm.


F.F. -Sus cuadernos están repletos de apuntes, planes y proyectos. Son primordialmente esbozos, bosquejos, esquemas, bocetos esenciales, ideas. ¿Usted construye sus obras a partir del dibujo o son los objetos encontrados los que sugieren la línea, el trazo, la forma?

A.A. –Lo del dibujo es una experiencia reciente, inédita para mí. Nace del buscar acercamiento con el objeto mismo, al dibujarlo es como radiografiar su contenido poético, emocional. Quedan reservados para esa experiencia. Mis obras son “boceteadas” desde la carga emotiva interior. Las ideas y sus materiales se resguardan en el tiempo, saben esperar el momento de salir, de transformarse en obra misma. Más bien al final, ya construidas, las obras las registro en mi libro de apuntes. En vez de fotografiarlas, se dibujan, se hacen trazos de historia.

Silla y marco. 2005.

BUSCO EN EL COLECTIVO UNA FUERZA.


F.F. –Además de escultor, las otras actividades personales que ocupan a Alberto Asprino son la investigación, la promoción y la museografía. ¿Cuál es su verdadero interés por la curaduría y la promoción cultural?

A.A. -Hacer país.

F.F. -¿Cuáles son sus artistas predilectos? ¿Qué artistas contemporáneos le gustan más y por qué?

A.A. –En principio, mi trabajo de promotor o de curador de arte me ha dado el privilegio de acercarme a un mundo inmenso de creadores de mi país y tener la oportunidad de profundizar aún más en su trabajo, en el mío propio. Es la ventaja que he tenido por encima de otros artistas y ello me ha permitido ver más el escenario del crear, valorarlo más.

Tu segunda pregunta me obliga a reflexionar y encuentro muchos nombres que me han marcado o motivado.

Desde los artistas foráneos me identifico con Marcel Duchamp (clase aparte), Vincent Van Gogh, Giorgio Morandi, Rene Magritte, Edvard Munch, Claude Monet, Meret Oppenheim, Joseph Cornell, y Picasso por supuesto. Robert Rauschemberg, Walter de María, Louisse Nevelson, Antoni Tapies, Yves Klein, Edward Kienholz, George Segal, Joseph Kosuth, Ansel Kiefer, Joseph Beuys, Jannis Kounellis, Tony Cragg, Julian Schnabel, Magdalena Abakanowicz, Robert Smithson, Richard Long, Jenny Holzer, Cindy Sherman, Louise Bourgeois, Mark Dion, Katarina Fritsch, Joan Brossa, Christian Boltanski, Lothar Baumgarten, Piero Manzoni, Ana Mendieta, Mariko Mori, Luc Tuymans. Los brasileros Mira Schendel, Helio Oiticica, Tunga, Ernesto Neto. Los Carpinteros, de Cuba, el joven artista guatemalteco Darío Escobar.

En nuestro territorio, ¿está demás nombrar a Armando Reverón?, Jesús María de las Casas, Samys Mutzner, Pedro Ángel González. Alejandro Otero (Maestro clase aparte), Soto, Elsa Gramcko (sensible guía), Gego, Mario Abreu, Bárbaro Rivas, Juan Félix Sánchez, Teodora Torrealba (locera larense, de Sanare, quien mantenía una comunicación con la luna para quemar sus piezas), Oscar Pellegrino, Elsa Morales (insigne amiga), Cándido Millán (otro maestro clase aparte), Boris Ramírez (amigo por encima de todo). Luisa Palacios, Margot Rommer, Francisco Hung, José Sigala, Pedro Barreto, estos últimos ya fallecidos.

Mención especial merece Lía Bermúdez, vecina de toda una vida de mi casa familiar en Maracaibo. Su orientación y sano consejo permitió que valorara mi inclinación artística (cuando apenas iniciaba mis estudios de arquitectura), y la convirtiera en un proyecto de vida a asumir y por el cual luchar. Debo destacar también a Reina Herrera (vital guía). A Harry Abend, Gabriel Morera, Miguel Von Dangel, Pedro Tagliafico, Víctor Hugo Irazábal, Héctor Fuenmayor, Sigfredo Chacón, Luis Lizardo y Lamis Feldman (entrañables amigos), Clemencia Labín, Luis Brito, Carlos Zerpa, Nelson Garrido, Adrián Pujol, Jesús Caviglia (otro insigne amigo). Los zulianos José Ramón Sánchez y Hernán Alvarado, Consuelo Méndez, Luis Méndez (fuera de serie). De los emergentes, Javier Téllez, Alexander Apóstol, Ramsés Larzábal.

Encuentro en esta generosa y amplia lista de creadores, que seguramente se me escapa alguno, una manera de ver el mundo. De romper frentes, de asumir la libertad del arte como propuesta de vida. Siento que cada uno de ellos dio en su momento un paso más, construyó historias personales para ser perpetuadas desde el ser. Otros, todavía en plena actividad, siguen aportando esa esencia. En todos estos nombres, hay una manera de convertir el arte en escenario de lo humano. Rupturas que nacen desde adentro. Hay mucho de paisaje y piel humana, de cuerpo sensible, por momentos desgarrador. En otras situaciones la poética se hace lectura, retrato, mirada introspectiva.

Muchos de ellos han dejado un legado que hoy sigue teniendo significación. Y hay quienes continúan configurando ese sentir.

¡Qué pregunta esta, me hizo volar!

Alzheimer, 2003. Ensamblaje, vidrio esmerilado, madera 95 x 91 cm.


F.F. –De esos otros que todavía están en plena actividad, ¿qué nos diría Alberto Asprino? ¿Con quién se quedaría? ¿A quién apoyaría más y por qué? Le doy algunos nombres: Eduard Díaz, Enrique Moreno, Starsky Brines, Nayarí Castillo, Enay Ferrer, Jonidel Mendoza, José Vívenes, Valentín Malaver, Eduardo Azuaje, Astolfo Funes, Javier León, Blanca Haddad…

A.A. –Sería descortés de mi parte tomar partida por uno u otro. Tengo cifradas mis esperanzas en el arte joven venezolano. El tiempo dirá quienes irán creciendo y brindándole al arte verdaderos y significativos aportes.

Me he nutrido, como persona y como creador de muchos de ellos. De los que tú nombras están algunos de ellos, por ejemplo Nayarí Castillo. Agregaría a tu mención a Douglas Bermúdez, Christian Vinck y Ángel González Calmen (del Zulia), a Alberto Riera (de Lara), a tí mismo, por sólo nombrar algunos.

En mi intención de promoción no hay individualidades, busco en el colectivo una fuerza. Tengo mis preferencias como todos, pero a la hora de hacer un trabajo busco “una mirada abierta”, no prejuiciada ni mucho menos superficial y clasista.

Marina, 2007. Ensamblaje en madera. 18 X 49 X 9,5 Ctms.


F.F. -Usted celebra a Armando Reverón por todo lo alto. Se acerca a él, conoce los entornos por donde él estuvo. Construye y reconstruye sus vivencias, sus emociones, sus fantasías. Los desechos del litoral central que usted rescata los trasforma en lecturas, en miradas introspectivas de la propia vida y obra de Reverón, creando, a partir de allí, su propio paisaje. ¿Qué importancia le da Alberto Asprino a la vida y obra de Armando Reverón?

A.A. –Para mí Reverón lo representa todo, desde lo humano y desde lo plástico. Encuentro una gran fuerza, una carga espiritual muy grande. Percibo al hombre y a la obra en un mismo plano. Reverón entregó todo por su obra, allí está su trascendencia, por lo honesto, lo ejemplar. Hizo del arte una gran obra de vida. Yo andando por sus caminos encuentro su presencia hoy.

Haikú entre olas, 2007. 21 X 8 X 5 Ctms.


MI MIRADA NO SE DETIENE, SIMPRE ESTÁ BUSCANDO.


F.F. -¿Cree que su obra tenga un sello personal, un sello único?

A.A. -Espero que no. La obra siempre debe buscar abrazar otros discursos, diálogo con el mirar del otro. Sería terrible que me posesionara de los “libros”, por ejemplo, y se convirtieran en una marca. Obviamente retratan e identifican una búsqueda personal, particular. El hacer arte no es para determinar una propiedad horizontal. Si hay coincidencias con otros, bienvenidas sean.

F.F. –¿A qué le debe el éxito de su propuesta?

A.A. –¿Éxito?, la ganancia en todo caso de esta entrega de vida, considero que reside en que siempre me mantengo en la búsqueda de la reflexión, en procura de una obra abierta. Que me retrate con toda la honestidad del mundo.

F.F. -¿Por qué prefiere seguir trabajando con materiales de desecho?

A.A. -Mi mirada no se detiene, siempre está buscando, hurgando en las orillas del devenir del ser. Al mirar en 360 grados se ve más. Mirando también al otro se crece.

Atado de mares y tierras, 1995. Ensamblaje, materiales diversos. 80 x 200 cm. Ø


F.F. -Hábleme de sus nuevos proyectos. Por ejemplo, del rescate de esos parachoques, de esos chasis de autos… o “cuerpos humanos” como usted los llama…

A.A. -Mis proyectos actuales siguen buscando en el paisaje una relación de ser. Hoy esos “chasis” que mencionas, se exploran como cuerpos inertes, que hablan de lo accidental, de nuestra propia violencia, de la vida que no se valora, la que se pierde alegremente. En esta indagación dejo a un lado la poética para proponer un discurso más agresivo. Vienen más proyectos en paralelo, necesito volcar mis ideas imperiosamente.

Aquel niño zurdo, 2004-2006. Madera, metal 77 x 206 x 52 cm.


F.F. –Y de su nueva colección de tapas de botellas, que hacen referencia a monedas antiguas, ¿qué nos podría decir? ¿Tiene algo que ver con la “reconversión” monetaria? ¿Hay ahí alguna similitud con el bolívar fuerte? (Risas).

A.A. -Es una investigación que he venido realizando en silencio, sobre la Macunaima (moneda colonial realizada a golpe de martillo, utilizada hasta 1841). Serie que va sin la premura de sacarla al aire, sin prisa. Se acuña con el devenir del cotidiano urbano. Su “reconversión” a objeto artístico, lleva su propio ritmo, toca la memoria.

F.F. -Además de la contemplación sublime del paisaje marítimo, ¿a qué se ha dedicado últimamente Alberto Asprino?

A.A. -Qué difícil pregunta, a vivir en sana paz.