Leyla Vargas.
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Sábado, 22 de mayo de 2010.
Paisajista caraqueño dedicó exposición al afamado cultor Manuel Espinoza, "por su trayectoria como artista plástico."
Y.M. -Pero son pocos los paisajistas que se salvan, ¿no es cierto?
F.F. -Sí, pocos.
Y.M. -¿Qué le molesta de sus antecesores?
F.F. -Lo que me molesta es mirar la obra de un artista que haya trabajado en el tema durante diez, quince o veinte años y, en ese trayecto, no haya avanzado nada.
Y.M. -¿Siente usted incertidumbre al respecto?
F.F. -Lo que me entristece un poco es ver a los artistas agotárseles las ideas.
Y.M. ¿A qué cree usted se deba ese agotamiento?
F.F. -Lo que ocurre es que en este país existen dos clases de artistas: los que trabajan por necesidad y no por obligación. Y los que trabajan por obligación y no por necesidad.
Y.M. -¿Acaso usted no trabaja por necesidad u obligación?
F.F. -No. Soy un convencido de mis convicciones. Nadie me impone nada.
Y.M. -Es evidente que sus paisajes van más allá de lo meramente estético, decorativo, tradicional… ¿Qué me respondería?
F.F. -Mis paisajes son un abanico de posibilidades, tanto desde un punto de vista estético como conceptual.
Y.M. -Sus paisajes son estructuras leves, aparentemente naturales, casi rarezas halladas por casualidad. Sin embargo, siguen siendo objetos manipulados poéticamente.
F.F. -Manipular o transformar objetos es un trabajo que necesita de mucho silencio y meditación. Y hasta de un cierto grado de complicidad.
Y.M. -¿Siempre busca vínculos entre su obra y la de otros artistas?
F.F. -Mi mirada es una herramienta que busca permanentemente vínculos.
Y.M. -Se dice que usted es un paciente observador y un original creador.
F.F. -Insisto, mi mirada es sólo una herramienta. Busco permanentemente vínculos, lazos o relaciones entre las cosas, el hombre y el mundo que lo rodea. Sólo la inminencia de la mirada permite otra mirada.
Y.M. -¿Se puede vivir del paisajismo en este país?
F.F. -Se puede, pero es muy complicado. En este país son los políticos y los marchantes los que viven bien, no los artistas.
"Árbol, mar, aurora, llano, piedra, paisaje".
Fidel Flores.
Decimos árbol, mar, aurora, llano, piedra, palabras que definen un continente de formas, imágenes que envuelven para articularse y representarnos en una voz: paisaje, configuración que nos rodea y trasciende. El poeta José Lezama Lima –sólo lo difícil es estimulante- decía que todo paisaje crea cultura, y eso es una maestra verdad, por la capacidad de trasmutación que genera en el individuo.
La exploración plástica sobre el paisaje nos ofrece un sinnúmero de lecturas, en el arte venezolano encontramos grandes maestros que expresan con extraordinaria fuerza el efecto que su presencia causa sobre su manera de ver y recobrarlo, partiendo de los recursos formales que el medio les provee, señalamos en ese sentido –por nombrar- a tres orientales (Venezuela), cada uno en su particularidad: Pedro Báez, Ramón Vásquez Brito, Manuel Espinoza, quienes dueños o poseídos de una geografía, la tocan desde la imaginación, para, en el sentido lezámico hacerla cultura. Ante ellos, pudiéramos preguntarnos sobre otras posibilidades del paisaje, y el asombro nos refiere nuevas cualidades, verlo recreado cuando nos enfrentamos a la propuesta paisajística de Franklin Fernández.
A quienes hemos seguido el proceso creador de Fernández, pudiera sorprendernos a primera vista lo que hoy plantea, sin embargo señalamos, -indico- que esta muestra se inscribe dentro de la línea de los ensamblajes a que nos tiene acostumbrados, destacándose ahora un discurso que apunta hacia la definición de un lenguaje oportuno, que se asienta en una sostenida indagación sobre el papel que deben ocupar los materiales que utiliza dentro de la obra, expresando, con una luminosa conciencia del arte, una visión del paisaje que se nutre del acopio de elementos abandonados por la vida y que Fernández toma y los “renaturaliza”, confiriéndoles una nueva figuración, demostrando con ello, las innúmeras formas de experimentar con un tema.
Es temprano para arriesgar apreciaciones, pero, en esta muestra de Franklin Fernández hay logros, suficientes para apreciar con certitud que estamos ante una conceptualización inédita en la manera de aprehender y expresar un tema, que además evidencia que el arte, lejos de las formulas y los esteriotipos, está en las cosas más simples, tal como lo razonaban los antiguos, que dijeron rocío, vientre, corazón, estrella, árbol, mar, aurora, llano, piedra, paisaje.
Horizontes con alas.
Juan Calzadilla.
Franklin Fernández atribuye rol plástico a objetos o elementos físicos procedentes de la industria o el desecho urbano. Recarga semánticamente su discurso poético mediante el acercamiento de elementos contrapuestos y dislocados de su función original para crear una obra de sesgo surrealista cuyo sentido viene asociado a una percepción fotográfica del hecho plástico. Sus paisajes son producto del reciclaje de elementos descontaminados de su función utilitaria original para asimilarse, por asociación y contraste, a los términos de una ecuación cuyo resultado son objetos mágicos que nos deparan, cuando vemos la nueva significación que adquieren, en sí mismos y contextualmente, trascendencia mágica.
J.S. -Pero, ¿por qué el paisaje? ¿Cómo y en qué momento aparece el tema del paisaje en su obra?
F.F. -Bueno, siempre ha existido en mí como una especie de reflexión, de meditación preliminar a la hora de abordar el mundo. Contemplar el entorno me estimula mucho. Comprendí con el tiempo que el universo puede estar en lo más nimio, intrascendente e insignificante. Es decir, puedo hallar ‘paisaje’ no solamente en la naturaleza sino también en las cosas. Como, por ejemplo, en un trozo de madera o latón. O en un mundo más conciso como una gota de agua.
J.S. -¿Cómo puede caber un mundo dentro de una gota de agua?
F.F. -De la misma forma en que cabe una gota de agua dentro del mundo. No hay diferencias.
J.S. ¿Y dentro de un marco vacío?
F.F. -A pesar del espacio vacío, mis marcos nunca lo están. Parafraseando a Alberto Asprino, en mis obras hay un juego de paisaje y no paisaje. Se afirma y se niega. Hay paisajismo y no lo hay. El marco vacío es una ventana abierta al mundo.
J.S. -Es decir que usted no se enfrasca en reproducir lo que ve, sino que le da a lo visto como una propia interpretación, ¿no es así?
F.F. -Cierto. Mis paisajes no tienen una intención descriptiva sino expresiva. No palpitan, sino que más bien viven.
J.S. -En ese sentido, ¿considera usted que sus paisajes son verdaderamente auténticos?
F.F. -De lo que si estoy seguro es que mis paisajes manifiestan la presencia de una interioridad propia.
J.S. -¿Cuál es su interés por el desecho urbano?
F.F. -En el desecho urbano también encuentro una poética. Reciclar es de vital importancia para mí. Camino durante horas por las costas de Barcelona, Lecherías y Puerto La Cruz. De cuando en cuando me paseo también por mercados, tiendas, ferreterías… Mi mirada es una herramienta que busca permanentemente vínculos.
J.S. -¿Conseguir algo viejo lo estimula mucho?
F.F. -¡Muchísimo! En esta serie de paisajes unifico lo natural con lo artificial, lo material con lo espiritual, lo celestial con lo telúrico. Trabajo con la energía simbólica de los desechos para darles una reorientación.
J.S. -¿Una energía simbólica?
F.F. -Mis paisajes poseen una estructura simbólica, lingüística, gramatical, cuyo resultado es el habla. O el silencio, meditación clandestina que nos sirve para un estado de éxtasis o reflexión.
J.S. -Cómo paisajista y amante de la naturaleza, ¿cuál es su principal objetivo?
F.F. -Mis paisajes tienen como objetivo fomentar el diálogo mutuo entre el hombre y el mundo que lo rodea.