martes, 28 de octubre de 2008

Gustavo Espinoza “Lelé”: “Yo soy un empañetador de lienzos, yo soy un obrero de la pintura”.



Gustavo Espinoza “Lelé”, nació en Urachiche, Edo. Yaracuy, Venezuela, en 1940. Egresó de la Escuela de Artes Plásticas “Carmelo Fernández”, en la primera promoción de esa casa de estudios, ocurrida en el año de 1963. Ha realizado un sin número de exposiciones individuales y colectivas en diferentes ciudades del país: Caracas, Valencia, Barquisimeto y Coro. Aunque prefiere exponer desde hace muchos años de manera informal en las calles de San Felipe. Se considera un pintor del pueblo, un cronista del pueblo, un artista urbano que también ha explorado la temática religiosa, fundamentalmente las escenas de la Pasión de Cristo.

F.F. -¿Quién es Gustavo Espinoza Lelé? ¿Por qué Lelé?

G.L. –Bueno, chico, tú sabes… yo me siento feliz y contento porque yo tenía una salud enorme. Y estando joven yo era muy buen deportista. Corría mucho, jugaba a la pelota, jugaba bolas criollas. Mi padre, el hombre que me crió pues, jugaba también a las bolas criollas pero desde un punto de vista monetario. Lo hacía en el Country Club, al lado del Parque Junín. Allí había una cosa que se llamaba el Club Social. Cuando él jugaba bolas, a veces le decían tras pelar un boche: “Peló Lelé”. Como él me llevaba a mí a todas partes, a mi me decían “Lelecito”.



F.F. –¿Cuando comienza usted a interesarse por la pintura?

G.L. –Bueno, tú sabes que yo ingreso a la Escuela de Artes Plásticas “Carmelo Fernández” sin ninguna inquietud artística. Soy realista. Era muy malo en la práctica, pero en las materias teóricas era bueno. Sacaba muchos veintes. Por ahí están los boletines. Me gradué, dí clases, viajé a Caracas, conocí a muchos artistas… Parece mentira que después de todo ese esfuerzo, aún no tenía inclinación hacia el arte. O sea, es decir; dedicarme de lleno al arte, investigarlo, sentirlo profundamente… y no sólo verlo como un mero trabajo. Yo odiaba tener un pincel en las manos. Odiaba dar clases de pintura. La verdad es que no lo sentía, no lo valoraba. Creo que fue porque tuve problemas con el alcohol. Bebía mucho, perdí a mi mujer por ello.

F.F. -¿Con esa hecatombe de la bebida lo perdió todo?

G.L. –Bueno, sí. Lo perdí todo: mujer, casa, amigos. Yo le pedía a Dios que me quitara todos esos vicios. Y hubo un cambio en mí latente, palpable en el espíritu. Un cambio que sentí en el alma. Posteriormente comienzo a valorarme, comienzo a sentir verdaderamente de que yo soy un artista, de que yo soy un graduado de la escuela de artes plásticas.

F.F. –¿Y qué hizo después?

G.L. –Bueno, comienzo a hacer un análisis interno. Luego externo. Me refiero a que comienzo a hacer un análisis de todos los artistas (para aquella época), que había en el Estado Yaracuy. Me doy cuenta que nadie se había dedicado a pintar lo nuestro. Nuestras calles, sus negocios, las costumbres populares de nuestro estado. Ninguno se había preocupado de eso. Así que decidí dedicarme yo, aún pensando en que se me iba a hacer difícil. Y lo hice no para comercializar con el arte. Tampoco creía que me iban a estar dando premios por eso. Lo hice por una satisfacción interna.


F.F. –¿Y eso le trajo otras satisfacciones?

G.L. –No. Las personas son destructivas. Aquí muchos me quisieron destruir. Algunos decían que yo era loco. Porque yo estuve en “Potrerito” y estuve dos años en “Bárbula”, no lo niego. Ahora lo digo con mayor libertad, con sinceridad, con honestidad. Y lo digo por radio, por prensa y por televisión. No tengo porque avergonzarme.

F.F. –No sabía lo de su paso por esos hospitales psiquiátricos. Pero, ¿por qué estuvo usted en Bárbula? ¿Lo consideraban a usted un loco?

G.L. –Es bueno recordarle a la gente, que los psiquiatras no me encontraron a mí nada de nada. Nada de loco, ni nada de esquizofrénico. Cuando fui a Bárbula los psiquiatras se lamentaron. A pesar de que yo tenía más de tres meses bebiendo, les contesté todas sus preguntas. Se impresionaron mucho. Por eso te repito, las personas son destructivas. Todo lo que me hicieron, todo lo que inventaron, lo fantasearon por el interés de una casa y de un terreno, de un terrenal…

F.F. –¿Y es a partir de esa experiencia que comienza usted a pintar con verdadera vocación mística?

G.L. –Sí. Después que dejo los vicios, comienzo a pintar. A pintar algo diferente. Comienzo a pintar personajes populares como “Juan Rubén”, “Julio Sosa”, “La vieja de los chivos”, “Pavo Relleno”, en fin… Luego fui a pintar una tarde de “Toros Coleados” en honor a un gran coleador de nombre Pedro Malla. Pinté también a “El negro Avendaño”, “El chato Parra”, muchos a los que conocí en la manga vieja. Todo lo que uno se propone lo logra, conciente o inconscientemente, gracias al creador. Si existe, evidentemente, una comunicación directa con él. Y hoy día, por muchas partes, tu vez una tarde de toros coleados con el nombre de “Gustavo Espinoza Lelé”.

F.F. –Pero, ¿se considera usted actualmente un artista nato, un artista como tal, un artista auténtico, acreditado y genuino?

G.L. –Yo nunca me he considerado un artista, nunca. Aunque ahora me valoro un poco más como artista. No es una contradicción. Yo siempre lo que le he dicho a la gente es que yo soy un empañetador de lienzos. ¿Sabes por qué soy un empañetador? Yo he ido mucho a los campos, me gusta mucha unirme al campesino, al hombre humilde y sencillo. Yo he ido a los campos y he visto que el campesino cuando está haciendo una casa, es un artista. Cuando está sembrando, es un artista. Son artistas porque lo que lo hacen, lo crean a partir de una cantidad de herramientas que ellos mismos fabrican. Para mí eso tiene un valor trascendente. Ahora, ¿qué pasa? Yo los vi empañetando cosas, creando cosas, pintando con los dedos. Mientras que nosotros nos valemos de pinceles. Y yo me dije: -es mejor empañetar, es mejor trabajar con las manos, es mejor ser un obrero-.

F.F. ¿Se considera usted un obrero de la pintura?

G.L. –Un empañetador, te lo repito. Esa es la pureza de mi pintura. El “empañetador” es un obrero, un maestro constructor, un creador. Un obrero pues; como tú bien dices. ¿Si me considero un obrero de la pintura? Pues, sí. El empañetador es un creador, es el obrero que hace los empañetes y paredes parejitos. Por lo tanto, yo soy un empañetador de lienzos, yo soy un obrero de la pintura. Nada más soy.


F.F. -Su estilo es muy diferente, ¿no? …

G.L. -Mi estilo es muy diferente. Por cierto, se me hace fácil cambiar de estilo. Porque yo pinto lo que quiero. No soy un gran artista, ni creo que llegaré a serlo. Pero me siento muy feliz conmigo mismo. No soy un hombre del pasado, soy un hombre del presente y tal vez del futuro. Lo que hago, lo asumo como un ejercicio de respeto y como un ejercicio espiritual.

F.F. –Para usted, ¿qué es la pintura?

G.L. –Para mí la pintura es algo que nace con nosotros. Es algo que nace en nosotros, porque hay algo interno que no se puede independizar de tu vida. La pintura es la vida misma. Hay algo interno que lo testimonia. Hay algo interno que se impone y te obliga a realizar, a exteriorizar ese algo. Pasando las circunstancias, pasando los obstáculos, pasando las vicisitudes…

F.F. –Una última pregunta Gustavo. ¿El artista nace o se hace?

G.L. –Pienso que el artista nace. El artista no se hace, el artista nace. Creo que en el mundo hay muchos artistas, hay muchos pintores que llenan lienzos, llenan grandes espacios, masifican a las personas porque masifican sus ganancias. Son artistas que están vacíos por dentro, están divorciados de su mundo espiritual, de su mundo interior. Conseguir a un verdadero artista es algo difícil, es casi un milagro.

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