viernes, 27 de julio de 2007

Ángel Hurtado: “La pintura es y será siempre el arte de lo inmóvil”.

Ángel Hurtado nace el 27 de octubre de 1927, en su casa de la calle Fraternidad, en el Tocuyo, estado Lara. Fue alumno de Pedro Ángel González, Mateo Manaure y Rafael Monasterios. Y amigo de Armando Reverón, del que se conocen varias fotografías tomadas por el mismo. No en vano, para 1952 se inicia en el Cine con varias tomas de Reverón y su taller. Ha realizado numerosas películas y documentales. Ha conocido a grandes artistas, literatos y cineastas de destacada trayectoria: Magnelli, Picasso, Herbin, Lam, Jorge Luis Borges, Vasarely, Matta, Man Ray, Soulages, Saura, Cárdenas, Piaubert, Sofía Imber, Oswaldo Vigas, Carlos Cruz Diez, Douglas Fairbanks, entre otros… Su primera película se presenta en París, Vibrations, dedicada a los trabajos cinéticos de Jesús Soto, con lo cual inicia el trabajo cinematográfico más completo realizado a este artista. Por su labor como artista y cineasta, el maestro Ángel Hurtado ha obtenido numerosos premios y reconocimientos, entre los que destacan: Premio Nacional de Pintura, Diploma de reconocimiento de la OEA, condecoración Francisco Esteban Gómez en su Primera Clase, medalla Pedro Ángel González, en fin… Actualmente vive en la Isla de Margarita. En octubre de 2007 para celebrar sus 80 años de vida y 65 de pintor se proyecta una exposición retrospectiva en el Centro Cultural CORP-BANCA de Caracas, donde se proyectará también un documental sobre su vida y su obra realizado por Carlos Jugador para el canal educativo VALE TV.


Franklin Fernández.


F.F. -¿Qué recuerda de su primer contacto con el arte? ¿Cómo se manifestó en usted su vocación por la pintura? ¿Cómo comenzó todo?

Á.H. –Cuando era niño, mi madre me dijo: “Ángel, tu padre se llama Miguel Ángel; tu abuelo Leonardo y un tío se llama Rafael, deberías ser pintor”. Con esa amenaza renacentista sobre mi cabeza no me quedó otro recurso. Empecé desde temprana edad a leer y ver libros y revistas sobre el renacimiento y así me enamoré de la pintura. Y le he sido fiel hasta el día de hoy, con algunas escapaditas con el cine, la fotografía y el video.

F.F. -¿Me gustaría saber cuál es su concepción del arte? ¿Cuál es su idea de la pintura?

Á.H. -El Arte, con mayúscula, es el más grande invento del hombre, además es el gran lenguaje universal que todos pueden comprender, especialmente la pintura. Es a través de ella que conocemos al hombre desde la época de las cavernas hasta nuestros días. Por eso creo que la pintura, sin hacer concesiones, debe ser diáfana y entendible para que sirva de comunicación entre los seres y no jeroglíficos conceptuales pretenciosos en los cuales los artistas se comunican entre ellos mismos.

F.F. –El paisaje es el eje que atraviesa su obra y su problemática estética. ¿Cómo se relaciona usted con la naturaleza, específicamente con el paisaje venezolano?

Á.H. –El pueblo donde nací, El Tocuyo, Lara, estaba rodeado de maravillosos paisajes y con un río caudaloso en ese entonces. Habían dos pintores en el pueblo que pintaban paisajes: Octavio Alvarado y José María Jiménez (Che María). Yo los seguía y más tarde empecé también a pintar al lado de ellos, quienes me alentaron y me dieron las primeras clases.


F.F. –Maestro, ¿cómo trasladó usted la naturaleza al cuadro? ¿Cómo regresa Ángel Hurtado al paisaje vivo?

Á.H. –Después de mi etapa paisajista en mi pueblo, conseguí una beca para estudiar en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas. Allí pinté de todo, pero lo que más me gustaba era el paisaje, por el cual siempre he tenido predilección, porque te deja más libertad para expresarte y no es necesario copiarlo documentalmente, sino que puedes dar rienda suelta a tu imaginación, dejando el paisaje real como simple idea inicial, o punto de partida para cambiarlo, modificarlo y trasmitirle un carácter puramente plástico.

Después de esa etapa empecé en el Taller Libre de Caracas, mi época abstracta e hice mi primer viaje a Europa. La recorrí casi toda visitando los mejores museos. Trabajé en cine y televisión para la televisión francesa. Después me fui a Washington donde pasé 25 años, siempre pintando y haciendo documentales sobre el arte. Mi pintura era abstracta pero nunca geométrica, siempre había una sugerencia de paisaje interior no naturalístico. Cuando me cansé de las grandes ciudades decidí retirarme a un lugar remoto para digerir todo lo aprendido y elegí la isla de Margarita. Aquí re-descubrí la naturaleza olvidada. El abstraccionismo fue desapareciendo poco a poco y con mis repetidos viajes a la zona de los tepúyes, desapareció por completo. Es en esta etapa donde me encuentro ahora.


F.F. -¿Es concebible mantener una relación con la pintura que con la naturaleza misma? En otras palabras, ¿podemos acceder a una pintura como se accede a un paisaje? ¿Podemos acceder a un paisaje como se accede a una pintura?

Á.H. –Justamente, lo que trato de hacer con el paisaje de ahora, es lograr que el espectador “entre” en el, como si estuviese frente a la naturaleza, pero una naturaleza con características propias que yo pueda ordenar y conferirle un estado primigenio que no sea la realidad aparente. Es una realidad interior más que exterior. Una sublimación del paisaje que no existe sino sobre la tela.

F.F. –Es evidente que usted se planteó cómo plasmar el estado natural de la luz en el cuadro. La luz o los diferentes efectos de luz sobre el lienzo: color, transparencia, luminosidad, intensidad, monotonía… -¿Qué es para usted la luz y cómo ha sido su contacto con ella?

Á.H. -Para mi, la luz nunca es total ni monótona como tu dices. La luz siempre la veo acompañada por las sombras. Sin sombra no hay luz y viceversa. En mis cuadros predominan las sombras en las cuales siempre se destaca una luz primordial, de gran intensidad, que rompe con la obscuridad y la penumbra.

F.F. –A mi juicio, usted es el primero de nuestros pintores en explorar lo infinito de la luz y sombra en perspectiva, ese punto de luz naciente en el horizonte, en la lejanía…

Á.H. –…Me complace mucho que te hayas dado cuenta de esa característica en mi pintura, pues es justamente lo que trato de hacer. Más que colorista me considero un “valorista”, estudio mucho lo que en pintura se llaman “los valores”. Es decir, las diversas gradaciones de tonos que van desde una luz principal muy fuerte hasta el negro puro de la ausencia de luz. Yo también creo ser el primero en el paisajismo venezolano en explorar esa cualidad de luz y sombra, pero no me atrevía a decirlo, por eso me complace mucho que tú lo hayas puesto al descubierto. Siempre reconozco que mi gran maestro en esa técnica de la pintura es Rembrandt, el cual es uno de mis ídolos.


F.F. –Se dice que la luz en un cuadro nace creando un espacio. Y también se dice que la luz no es más que una presencia: la presencia de lo invisible… ¿Qué me respondería?

Á.H. -Yo no diría que la luz crea un espacio, estoy más de acuerdo con que crea la presencia de lo intangible, de esa cosa misteriosa que no se puede tocar pero que está ahí deslumbrándonos.

F.F. -Decía Alfredo Boulton, que el color es la primera palabra de la pintura. ¿De qué color es su primera palabra? ¿De qué color es su vida? ¿De qué color es la montaña de Guayamurí? ¿De qué color son sus sueños?

Á.H. –Con el perdón de quién fue mi gran amigo, Boulton, yo diría que la primera palabra de la pintura es la composición y el dibujo, pues sin esa base, el color no tendría ninguna importancia. Los colores se pasearían sobre la superficie del cuadro como mariposas revoloteando sin posarse en ningún lado. Sin duda serían muy gratos al ojo pero con un carácter puramente decorativo.

El color de mi vida son los colores de mi paleta. El color del Guayamurí es tan cambiante como el del mar que lo avecina. En cuanto a mis sueños siempre he soñado en Technicolor y con sub-títulos en español.


F.F. -El color muta, está en continua e incesante mutación. Es inestable, cambia, se transforma… ¿Qué es para usted el color, la sombra y sus tonalidades?

Á.H. –Las tres cosas que nombras están en incesante mutación, las variedades del color son iguales a las de las sombras, ya que todas juntas forman las diversas tonalidades que componen a su vez los valores del cuadro, de los cuales ya hemos hablado.

F.F. -La aurora y el ocaso: esos dos instantes donde el tiempo y el espacio parecieran detenerse. ¿Qué es lo que más le agrada a Ángel Hurtado de un amanecer, de un atardecer?

Á.H. -He hecho muchos cuadros basados en esos instantes, que a mi no me parecen detenidos. Al contrario, me parecen tan fugaces, tan cambiantes que apenas duran unos escasos minutos. Son los más bellos instantes del día. La aurora es la despedida de la noche y el ocaso es el re-encuentro con ella. Por eso se visten con los más elegantes y vistosos colores.

F.F. -¿Cómo se gesta un paisaje en su memoria? ¿Cómo surgen allí sus amaneceres, sus atardeceres, sus anocheceres?

Á.H. –Me complace que preguntes como se gesta el paisaje en mi memoria pues es justamente ahí, en la memoria, donde empieza todo, más que frente a la naturaleza, la cual sólo sirve como catalizadora de la idea. Nunca pinto del natural, frente al paisaje real, pues uno tiende a copiarlo y hay que evitar “la tiranía de la naturaleza” como decía Degas, quién también fue un gran paisajista. Prefiero evocarlo en mi taller, sin embargo esa idea es muy somera y es solamente cuando el cuadro se inicia que van surgiendo los recuerdos de algo que se vio o que no se vio pero que se presume que existió. Es ahí cuando empieza trabajar la imaginación. Por eso considero que mis paisajes nunca son “realistas” aunque estén inspirados en la naturaleza. Son visiones a través de una ventana interior donde uno no mira afuera sino dentro de si mismo, de sus recuerdos, de sus sueños, de sus sentimientos.

F.F. –Parafraseando al maestro Juan Calzadilla, la pintura de Ángel Hurtado alude a atmósferas espaciales, sugerentes y nocturnas, para cuyo fin combina armonías monocromáticas. ¿Cómo nos explicaría usted esa concepción?

Á.H. –Calzadilla se refería a una etapa de mi pintura de los años sesenta, cuando obtuve el Premio Nacional de Pintura con “Materia Espacial”. En ese entonces todavía el espacio tenía algún misterio. La NASA acabó con ello, por lo menos con el espacio del sistema solar vecino. Con la llegada del hombre a la luna esta perdió su romanticismo y su poesía. Desde entones abandoné el espacio sideral y bajé de nuevo a nuestro bello planeta, sobre todo a sus parajes primigenios aún no violados por el hombre. Tengo la suerte de que en Venezuela hay todavía esos territorios en la zona de los tepúyes, la que me ha servido para mis últimos cuadros.


F.F. -¿Se puede hablar en Venezuela de un verdadero paisajismo y de una auténtica tradición pictórica en esta tendencia? Pienso en estos momentos en Pedro Zerpa, Armando Reverón, Pedro Ángel González, Manuel Cabré, Carlos Hernández Guerra, Vázquez Brito, Pedro Báez, Manuel Espinoza, en fin…

Á.H. –Claro que si, ha existido esa tradición aun antes que ellos, con Tovar y Tovar, Michelena, Cristóbal Rojas, etc… que también hicieron paisajes, sin olvidar a los extranjeros que nos dieron un gran legado: Lessmann, Bellermann, Mutzner, Ferdinandov. El Círculo de Bellas Artes contribuyó también a esta tradición. Lamentablemente algunos críticos han considerado el paisaje como arte menor, lo cual considero como craso error. Rembrandt, Corot, Degas, o los Impresionistas, que también fueron paisajistas no son artistas menores.

F.F. -¿Una pintura suya se reconoce a lo lejos? ¿Cómo definiría usted su obra, su estilo? ¿Cuál es el estilo personal de Ángel Hurtado?

Á.H. -Me es imposible definirme yo mismo. Dejemos esa pregunta para los críticos. Sólo podría decir que si algún estilo tengo es por que siempre he tratado de pintar lo que verdaderamente siento y nunca he tratado de pertenecer a alguna escuela o grupo, o a algún estilo determinado. Siempre he ido a contra-corriente con las modas y las tendencias en boga.

F.F. –Usted ha sido testigo de la transformación total del arte, del paso de la imagen inmóvil de la pintura, a la imagen móvil del cine o la televisión. ¿Cuál es su opinión del video arte o de los nuevos lenguajes audiovisuales insertos en el medio artístico?

Á.H. -El cine no transformó a la pintura ni fue su derivado. Simplemente nació un arte nuevo, totalmente distinto a pesar de las similitudes. La pintura es y será siempre el arte de lo inmóvil como la Gioconda o Guernica, que no necesitan del movimiento para ser monumentos imperecederos y eternos de la humanidad. El cine en cambio es el arte del movimiento por excelencia. El cine estático sería un contrasentido. La televisión es lo mismo. Son artes con características propias de nuestros últimos siglos, tan importantes como lo han sido la pintura, la escultura, la música, la fotografía y la literatura a lo largo de la historia. Con respecto al video arte, como sabes, también he participado en ello pues he sabido diferenciar las características inherentes de cada una de esas artes. Me siento igualmente cómodo, cuando tengo un pincel o una cámara en mis manos. Siempre he sostenido que más que artista me considero un artesano visual. Me interesan las imágenes, ya sean estáticas o en movimiento. Lo que cuenta es el resultado final independientemente de cómo hayan sido conseguidas esas imágenes.

F.F. –No hay temas políticos, ni sociales, en sus pinturas. Bueno, sí, quizá el asunto ecológico, el problema de la contaminación ambiental que nos concierne a todos, y el cual aborda usted muy sutilmente. Lo pregunto porque a veces se requiere de artistas que reflejen más la realidad del país, los problemas económicos y sociales. Se requiere que sean críticos al respecto, más directos y certeros en sus propuestas. ¿Usted cree que está moviendo algo con sus pinturas?

Á.H. –En absoluto. ¡No estoy moviendo nada! No pretendo sino dejar un testimonio de aquello que puedo hacer sin tratar de resolver la “realidad del país ni los problemas económicos y sociales”. Eso se lo dejo a los políticos quienes son los que disponen de los medios idóneos para hacerlo y en realidad nunca lo hacen. La pintura es un medio que no cuenta con esas posibilidades. La prueba más fehaciente de esto es que el experimento llamado “Realismo Socialista” con el cual los artistas en algunos lugares del mundo trataron de poner en evidencia estos problemas, no hicieron absolutamente nada sino crear una escuela pictórica académica, de mal gusto, dirigida por los líderes políticos que los obligaban a hacer panfletos que no condujeron a resolver ningún problema. Afortunadamente tanto esos regimenes como los pintores que los siguieron desaparecieron en la historia.

F.F. -¿Qué artista lo ha conmovido más y porqué?

Á.H. –Vuelvo a sacar a Rembrandt a colación, también a Picasso, el gran genio del siglo XX. Entre nosotros a Reverón, porqué fueron individuos que no pertenecieron a ninguna escuela y cuyo estilo fue único. Se dedicaron a pintar lo que sentían de acuerdo a su propia personalidad sin las elucubraciones intelectuales tan en boga con los pintores actuales.

F.F. -¿Cuál es su relación con la literatura, la poesía, el cine? ¿A qué escritores, poetas o cineastas admira más y porqué?

Á.H. -No creo tener ninguna relación con la literatura aparte de ser un gran lector. Los literatos, poetas y cineastas que admiro son tantos que no cabrían en esta entrevista.

F.F. –Si le nombro en este momento la palabra ARCOIRIS, ¿Qué me respondería?

Á.H. -¡Que ahí están TODOS los colores del universo!


F.F. -¿Cómo desearía ser recordado Ángel Hurtado?

Á.H. -Como un artesano visual que sin pretensiones fue honesto consigo mismo.

F.F. -¿Se ha sentido solo últimamente?

Á.H. –Solo nunca. Frustrado, preocupado y entristecido por el rumbo del país sí.


F.F. –Dice el poeta argentino Antonio Porchia: Si me dijeran que he muerto o que no he nacido, no dejaría de pensarlo. ¿Usted dejaría de pensarlo?

Á.H. -Me parece una paradoja de poeta. ¿Cómo se puede pensar si se está muerto o si no se ha nacido? Prefiero pensar que estoy ¡vivito y coleando!


viernes, 6 de julio de 2007


Antonio Briceño: “La fotografía es la manera que yo tengo de hablar. Es mi manera de contar las cosas”.


“Como mi fotografía es básicamente el retrato, viene del otro y va al otro. Pasando por mí”. Así se expresa Antonio Briceño (Caracas, 1966), uno de los fotógrafos más importantes de nuestro país y del continente. La interpretación gráfica de muchas culturas ha sido objeto de su investigación. Briceño muestra en sus fotografías, retratos de indígenas de las culturas milenarias más antiguas, intactas y puras del continente americano: Huichol (México), Kuna (Panamá), Kogui y Wiwa (Colombia), Quero (Perú), Kayapó (Brasil), Wayuu, Piaroa, Pemón y Ye´Kuana (Venezuela). Los verdaderos y auténticos rostros de la selva. Antonio Briceño ha llamado la atención no solamente por la calidad de su fotografía y originalidad de su propuesta, sino también por el contenido humano; ético, poético y estético de su trabajo. Invocando, conjurando, congregando dioses, auras, espíritus, ritos y costumbres de nuestros pueblos. Todo ello desde un punto de vista mágico, simbólico, lírico, religioso. Paisajes imposibles, espacios imaginarios y naturalezas fantásticas, se insertan dentro de este intento documental por preservar la memoria, la retentiva del tiempo, el sentir y palpitar de nuestro pasado en los diversos grupos sociales. Antonio Briceño, es licenciado en Biología de la Universidad Central de Venezuela. Sus fotografías han sido publicadas en diversos libros, revistas y diarios dentro y fuera del país. En el presente año fue representante por Venezuela ante la 52 Bienal de Venecia, Italia.


Franklin Fernández.

F.F. –Hábleme de sus inicios, de su primer contacto con el arte, de su primer encuentro con la fotografía ¿Cuándo, cómo y dónde comenzó todo?

A.B. –Hasta donde recuerdo, mi primer contacto con la fotografía fue a los 8 años, cuando un tío me regaló mi primera cámara, una “Diana”. A partir de allí, se daba por sentado que yo era el que hacía las fotos de la familia.

F.F. -¿Cuándo empezó a dedicarse de manera profesional a la fotografía? ¿Fueron difíciles sus inicios en este campo?

A.B. –La fotografía fue durante muchos años un “hobby”, una pasión, pero comencé a dedicarme a ella profesionalmente al concluir mis estudios universitarios. Fue un poco duro, pues no es muy fácil vender fotografías, más aún cuando yo nunca “mataba tigres”, es decir, siempre hice la fotografía que me interesaba, salvo pocas excepciones. Por eso al comienzo me apoyaba económicamente también en la cerámica, pues esa era otra de mis pasiones y de más fácil comercialización. Pero, poco después, al igual que pasó con la Biología –mi carrera- quedó eclipsada por la fotografía, que se convirtió en mi ocupación central.

F.F. -¿Cómo definiría su particular visión de las cosas? ¿Qué es para usted la fotografía?

A.B. –La fotografía es la manera que yo tengo de hablar. Es mi manera de contar las cosas, mi forma de resumir, de concretar, de llegar al otro. Como mi fotografía es básicamente el retrato, viene del otro y va al otro. Pasando por mí.

F.F. -El fotógrafo es un testigo privilegiado. La fotografía se produce en una fracción de segundo, ese instante que el ojo humano no es capaz de captar. También es un acto de contemplación, sensibilidad y entrega. El fotógrafo desea capturar el tiempo, o la memoria del tiempo, o la memoria… ¿Estoy en lo cierto o me equivoco?

A.B. -Depende. Hay muchas formas de ver la fotografía. Esa concepción tiene que ver con la fotografía como documento, que fue probablemente para lo que nació. Como forma de registrar la realidad, de conservar congelado un instante de tiempo.

Pero la fotografía también puede independizarse de la realidad, convertirse en herramienta para otra cosa, para una construcción posterior. En mi trabajo actual, por ejemplo, uso la fotografía para construir una ficción. Y aunque las fotos son originalmente “documentales”, por cuanto registran una parte de una realidad, su ensamblaje y construcción final ya no tienen carácter de documento, pues reflejan una realidad más bien pictórica, mítica, imaginaria. Sin embargo, como tú dices, trato de capturar la memoria del tiempo.

F.F. -La mayoría de sus trabajos están basados en el retrato. Con ellos, usted ha logrado captar y capturar el alma, la espiritualidad, la esencialidad del hombre y de las cosas… ¿Siempre hace retratos?

A.B. -Siento una especial fascinación por el retrato, pues es la gente lo que más me atrae en el mundo. El retrato, en mi caso, se distancia mucho de la fotografía en la que no aparece la gente. Porque el retrato implica una relación, un contacto que va más allá de la fotografía. Es decir, un contacto previo a la fotografía, una comunicación y confianza que permiten que luego –y solo luego- el modelo se entregue resueltamente a mi cámara. Sin esa entrega, a mi modo de ver, el retrato no fue logrado. Me parece que hacer retratos es lo más difícil, por ese requisito previo. Pero, al mismo tiempo, es el retrato lo que más me satisface, porque nada es tan atractivo y revelador como ver al otro.

F.F. –En ese sentido, ¿la fotografía es un momento desprendido, un instante descontextualizado, un soplo arrancado de la realidad? ¿Podría la fotografía desprender los sentimientos íntimos de una persona?

A.B. –Es un asunto de comunicación. La fotografía puede realizar el prodigio de entender los sentimientos íntimos del sujeto y revivirlos en el espectador. Pero que ese prodigio se logre depende del fotógrafo.

F.F. -Usted está desarrollando un proyecto a muy largo plazo titulado “Dioses de América”. Con ese proyecto usted pretende plantear la representación gráfica de las fuerzas míticas, dioses y personajes de diversas culturas indígenas de todo el continente americano. Tiene interés particular en representar a las deidades o fuerzas relacionadas con la naturaleza a partir del agua, el aire, el fuego y la tierra… ¿Cuál es su intención?

A.B. -Todas las imágenes míticas son patrimonio de la humanidad. Pertenecen a ese llamado “inconsciente colectivo”. Antes de comenzar este trabajo, llevaba años interesado en la representación gráfica de las imágenes sagradas para todas las culturas. Me sorprendía y fascinaba ver como se repiten esas imágenes una y otra vez a lo largo y ancho de la humanidad, con cambios apenas cosméticos. Me resultaba insólita esa universalidad de las imágenes, que sólo probaba que la humanidad es una sola, que todos tenemos las mismas angustias, los mismos sueños.

Al mismo tiempo, siempre había sentido una profunda admiración por las culturas indígenas del continente. Por su relación profunda con la naturaleza, por su sencillez, su vida plena. Fue entonces que pensé en desarrollar este trabajo, que es una propuesta iconográfica basada en las mitologías indígenas y desarrollada entre estas culturas y los magníficos paisajes que las rodean. Mi intención es plasmar gráficamente a esos dioses de la naturaleza, que son dioses de toda la humanidad.

F.F. -Generalmente usted trabaja con grupos indígenas que mantienen sus costumbres y tradiciones intactas, lo más puras, auténticas y conservadas posibles. En parte por su interés personal en conocer a dichas culturas, en parte por razones estéticas, pues para la representación de los dioses evita los elementos de la cultura occidental. ¿Cómo llegó usted ha esa conclusión?

A.B. –Otro de los puntos que me interesa resaltar en este trabajo es el de la pluralidad. En estos tiempos de “globalización” vemos una grotesca homogenización de la humanidad, una pérdida vertiginosa de todos los rasgos particulares, de todo aquello que pertenece a culturas tradicionales. Costumbres y detalles que llevaron miles de años en evolucionar, que surgieron de acuerdo a las particulares circunstancias de cada pueblo y que conforman la riqueza más esencial de la humanidad: su diversidad. Por eso me interesa que en esta serie “dioses de América” los rasgos occidentales estén ausentes, porque precisamente lo que quiero es destacar la existencia del otro, la existencia de culturas diferentes, de modos de pensar y actuar diferentes, aunque el contenido arquetípico –los dioses- puedan ser en esencia los mismos en todas partes.

F.F. -Los dioses indígenas usted los reconoce en el agua, en las piedras, en el viento, en las semillas, en los ríos, en las montañas, en las nubes, etc. Para aceptar, entender y comprender a esos dioses, ¿debemos sensibilizarnos más? En otras palabras, ¿debemos abrirle las puertas a la lluvia?

A.B. –Debemos abrirle la puerta a nuestro corazón, a nosotros mismos. Esos dioses indígenas, como antes mencioné, no son sólo indígenas. Son los dioses de todos, la imágenes que todos tenemos. El asunto es que ellos no están bloqueados ante sí mismos, no sienten que la naturaleza sea algo aparte del hombre, ni mucho menos que sea enemiga del hombre –como suelen pensar los occidentales. No fragmentan el cosmos hasta el nivel patológico en que lo fragmentamos los occidentales. Por lo tanto, ellos no sufren de tantas neurosis, de tanta soledad ni individualismos. Su concepción del mundo es más íntegra. Para nosotros todo eso está lleno de misterio, pero una llama interna siempre hay, pues desconozco, por ejemplo, que exista alguien que no se estremezca al ver la luna llena, cada mes. Junto a esa llama está la puerta que se abre a la lluvia.

F.F. –Su fotografía está directamente vinculada a la naturaleza, ¿desde cuando ese enamoramiento suyo por la naturaleza, por el paisaje venezolano y de nuestro continente? ¿Cómo logró usted mimetizarse con su entorno?

A.B. –Eso no estoy seguro de poder responderlo, pues mi enamoramiento de la naturaleza es anterior a mi memoria. Siempre, desde niño, quedé hipnotizado por el mundo natural. Cuando a los otros niños les extasiaba la televisión, los juegos de pelota, las peleas, mi mundo giraba en torno a los insectos, las piedras, las plantas y animales, los insólitos paisajes del planeta. Afortunadamente mi familia incentivó esta vocación, de modo que tuve bastante material para digerir y tratar de saciar mi curiosidad. Por eso estudié Biología y por eso, a pesar de no ejercerla, mi fotografía está directamente vinculada a la naturaleza.

F.F. – En muchas de sus fotografías; específicamente en sus retratos, los rostros tienen relación con su contexto. El rostro cuenta una historia en relación al paisaje que lo rodea. Sus gestos, la postura, la luz, el color… todo, en sus retratos, es cuento, fabula, mito, historia…

A.B. –Gracias, eso es lo que persigo. Cada rostro es una historia. Lo que trato es de ajustarle a esa historia un contexto que la refuerce, que la confirme, tanto cuando realizo fotomontajes como cuando son fotografías directas.

F.F. –Ritos, mitos, costumbres y tradiciones ¿Cree usted que estas manifestaciones desaparezcan parcial o totalmente en el futuro?

A.B. –Temo que desaparecerán, en su gran mayoría. Una sombra negra nos va cubriendo, a una velocidad mucho mayor que la toma de consciencia. Yo no soy muy optimista, por eso trato de ver y recoger todo lo que pueda, pues ya queda poco.

F.F. –En un librito hermoso que lleva por título “El Legado Indígena”, el poeta Gustavo Pereira dice, conjetura, intuye, que la montaña de Guayamurí significa Madre del nuberío. Una palabra, un título, un vocablo, una expresión, ¿puede seducirlo a usted para crear una imagen, una fotografía?

A.B. -Es una imagen fuerte que me hace recordar la concepción indígena que he visto en varios lugares, de la montaña como madre de las aguas al ser la red que atrapa las nubes. Por lo demás, Guayamurí es particularmente hermosa, una verdadera Madre del nuberío…

F.F. -Se dice que la fotografía digital es el futuro. ¿Como vez el salto del carrete a la fotografía digital?

A.B. –La fotografía siempre ha dado saltos, como todo aquello basado en la tecnología. Este es el salto que nos toca ver a nosotros. Me parece que es un asunto meramente técnico. Cualquier romanticismo adjudicado a un asunto meramente técnico es una pérdida de perspectiva. Cada cual escoge su camino y su técnica de acuerdo a sus necesidades personales. No creo que sea un asunto en el que valga la pena ahondar.

F.F. –Se dice también todo lo contrario, que la fotografía digital no es fotografía. ¿Qué opina al respecto?

A.B. –Creo que ya te respondí eso y no tengo más qué agregar. La fotografía es la fotografía, el tema de la técnica usada es otro.

F.F. –Un rasgo característico de su trabajo es la manipulación y digitalización de la fotografía, es decir; de la imagen y todos sus elementos. La manipulación y digitalización del color, manipulación y digitalización de la luz, manipulación y digitalización de el tiempo y el espacio…

A.B. –Así es. Como te mencioné, la fotografía es para mí una herramienta. Me gusta componer, crear imágenes. No tengo facilidad para la pintura, ni el dibujo, ni los pigmentos. La manipulación digital me permite llegar a la imagen que deseo a partir de fotografías originales que a veces casi no tienen relación con el resultado final. Es una maravilla para mí poder incidir y adecuar todos los componentes de la imagen (color, luz, composición, profundidad, significado, etc) para construir una imagen que es totalmente ficticia, producto de la creación, pero que fue construida a partir de fotografías de la realidad.

F.F. -¿Cuál es el nivel de valoración que usted le da a una fotografía suya?

A.B. –Yo le dedico mucho tiempo, esfuerzo y expectativa a cada imagen. Por eso mis fotografías son como frutos. Seguramente soy yo la persona que más valor le da a mis fotografías, porque son una parte de mi vida.

F.F. –Dentro del arte o de la fotografía contemporánea, ¿en qué tendencia se situaría? ¿Cómo definiría la fotografía que hace? ¿Cómo precisaría usted su trabajo?

A.B. –Eso lo dejo en manos de los críticos. Yo siempre he tratado de mantenerme al margen de las tendencias y las modas. Prefiero la libertad y la autonomía. En todo caso, hubo una definición que le oí a Edgard Moreno, y que se aproxima: “fotodocumentalismo plástico”.

F.F. –Esa es una hermosa definición, una bella concepción con respecto a su trabajo.

A.B. -Sin duda.

F.F. -Gabriel Gazsó, Luis Brito, Nelson Garrido, Enrique Hernández D’Jesus, Francisco Beaufrand, Vasco Szinetar, Alexis Pérez-Luna… -¿Con cuál de estos fotógrafos se identifica más? ¿Qué lo une y qué lo diferencia de ellos? ¿Quiénes son los fotógrafos de cabecera de Antonio Briceño?

A.B. –Entre los que mencionas, me identifico más con Luís Brito y Alexis Pérez-Luna, por su rigor, su acercamiento, su sensibilidad. A mi me interesa también el trabajo documental, aunque en la actualidad mi trabajo vaya por otro rumbo.

También valoro mucho el trabajo de Edgard Moreno y Antolín Sánchez, de Venezuela. No hay muchos más en la lista internacional: Cristina García Rodero, Vick Muniz, González Palma, Rio Branco, Cravo Neto, Salgado.

F.F. –Todo fotógrafo necesita de una mirada noble, atenta, profunda, mágica, lúdica, sensible, lírica… Todo fotógrafo necesita de la mirada del antropólogo, el vistazo del lírico o del poeta. ¿Cuánto de antropólogo, de lírico, de poeta, hay en una mirada suya? ¿Cuánta intensidad poética hay en su trabajo?

A.B. –La antropología es una de las ciencias que más me ha fascinado desde siempre, porque me encanta el hombre y su cultura. Ese es también el centro de mi trabajo. En cuanto a la poesía, la relaciono más con la estética. Siento que la belleza tiene un gran poder transformador sobre quien la contempla. Por eso recurro a ella como fuerza transformadora, porque me interesa conmover. Me interesan más las emociones que hablarle a la razón y al intelecto, un poco ciegos sobre sí mismos.

F.F. –¿Se considera un fotógrafo conceptual o intuitivo?

A.B. –Ambos.

F.F. –Sin duda, lo más importante de la fotografía es que nos ha enseñado a mirar, a ver las cosas, palparlas, doblarlas poco a poco con la mirada. ¿La fotografía nos ha enseñado a mirar?


A.B. –Me parece que nos ayuda a detenernos. Siempre andamos apurados, nadie se detiene a mirar nada. La fotografía obliga a mirar porque está detenida en el punto que se quiere destacar. Ahí no hay alternativa: miramos o miramos.

F.F. –Si le nombro curiara, guayaba, churuata, piragua, yuca, cocuyo, carapacho, totuma, bejuco… ¿qué me respondería?

A.B. –Te diría cantos, visiones eternas, selva, yaguar, hombres de maíz y de tierra, voces antiguas como las estrellas, cascadas en todas las direcciones y un río como el mar.

F.F. -Una última pregunta para despedirnos, ¿la fotografía es un testimonio, una reiteración, una presencia?

A.B. –Las tres cosas, y muchas más. La fotografía es un espejo.





Más información sobre Antonio Briceño:
http://www.antoniobriceno.com.ve/