Ramón Palomares nació en Escuque, Estado Trujillo, Venezuela, el 7 de mayo de 1935. Es una de las grandes voces de la poesía venezolana e hispanoamericana. Maestro y especialista en lenguas clásicas, es profesor jubilado de la Escuela de Letras de la Universidad de los Andes. Contribuyó a la formación del grupo “Sardio” y de “El techo de la ballena”. En su poesía vive la palabra oral, las tradiciones, los campos, los paisajes, los saberes y sabores de los Andes venezolanos. Toda su obra poética lo testimonia. Ha publicado: “El reino” (1958); “Paisano” (1964); “Honras fúnebres” (1965); “Santiago de León de Caracas” (1967); “El vientecito suave del amanecer con los primeros aromas” (1969); “Adiós Escuque” (Poemas 1968-1974); “Elegía 1830” (1980); “El viento y la piedra” (1984); “Mérida, elogio de sus ríos” (1985); “Poesía (Antología)” (1985); “Alegres provincias” (1988); “Lobos y halcones” (1997); “En el reino de Escuque” (2006); “Vuelta a casa (Antología)” (2007). Es Premio Nacional de Literatura (1974), Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora (2006), y Doctor Honoris Causa de la Universidad de los Andes.
Franklin Fernández.
R.P. –Ya de adolescente me encontré por demás seguro de que mi acontecer -mi vida-, se resolvería en una arena intelectual. Mi ser interior se pronunciaba por la escritura, la pintura, el dibujo, el habla bien estructurada y de sonido sensible.
F.F. –En principio, ¿quiénes fueron sus poetas predilectos?
R.P. -Los primeros libros para niños habían abierto un campo fértil en mi imaginación, y la naturaleza, el ámbito familiar donde la Poesía no era una desconocida, si bien modesta y relacionada con el humor y las salidas oportunas, -Familiares poetas, humildes en su condición intelectual de corresponsales de provincia- y la provincia era realmente provincia, habían sembrado en su entorno el reconocimiento debido a los versos y ya Rubén Darío trasteaba por aquella mi casa con paso etéreo porque en realidad levitaba.
F.F. -¿Por qué decidió ser poeta?
R.P. -Una tarde revolviendo el ocioso armario que servía como cancel para una sala pequeña, encontré un libro con imágenes de focas y leones marinos, y un águila que desgarraba con el pico un cordero. Poco más allá de estos mares y la devastación del sacrificio descubrí los ojos de una mujer que se abrían solo para mí en su secreto. Pienso que era la Poesía, y su condición auténtica sigue convenciéndome.
F.F. -¿De qué se nutren sus primeros recuerdos literarios?
R.P. –Mis primeros recuerdos están impregnados de pobreza: un arbolito pocas veces coloreado de frutas, unas gallinas, unas palomas y algún felino merodeando en los matorrales, y una carretera maltratada de muchas grietas y pedruscos. Más tarde el día cambió y reviví en un patio frondoso, todo de almendrones, helechos y hojas de pandeaño- árbol del pan; en este nuevo acontecer la Poesía me regaló un sabor a caujara y mandarinas.
F.F. -¿Quién o qué lo motivó a la escritura?
R.P. –Los amigos que compartíamos las vacaciones entre novias, malla y pelota de voleibol, poemas y preocupaciones políticas -eran tiempos de la dictadura de Pérez Jiménez-. Emprendimos un semanario y entre otras cosas el verso se dejaba contemplar en más de un amplio espacio.
F.F. -Esos espacios a los que se refiere, ¿quedaban en Escuque, en Caracas, en Boconó?
R.P. -En Caracas, el espacio intelectual se hizo más amplio, otros amigos se juntaron a los anteriores y el mundo se abrió convertido en una hermosa y terrible pasión por la belleza, la literatura, el arte, y la necesidad de proyectarse en alguno de sus preciosos espejos.
Los estudios que llevaba adelante en mi formación profesional se hallaban en armonía con esa atmósfera de irrealidad y ensueño, y solo infaltables espectros como la pobreza con sus alfiles de hambre, humillaciones y necesidad, en sospechosa connivencia con el peligro hecho de aquella atmósfera represiva y amenazadora, acentuaban en la gran magia su color infamante.
F.F. -¿Era Caracas para aquel entonces un paraíso o, por el contrario, ya era un infierno?
R.P. -Caracas entonces era un Paraíso donde el mal iba y venía a sus anchas. En esos espacios sinuosos entre el esplendor juvenil y el desgarramiento bailaba la poesía. Yo, como en cualquier fiesta de muchachos la sacaba a bailar y el paso de baile me gustó tanto que todavía siento bailar con ella, sea en el piso encerado de esperma o en la ventisca que anuncia y revuelve las tormentas.
F.F. –Algunos lo consideran un poeta típico. Otros, en cambio, lo consideran un poeta atípico. ¿Se considera usted un bardo tradicional?
R.P. –Como sabes no hago poesía rimada, tampoco su ritmo se fundamenta en un sentido tradicional ni acostumbro planificar los textos a escribir.
F.F. -Si tuviera que definir su obra, ¿cómo la definiría? ¿Qué calificativo usaría?
R.P. -En principio la escritura de poesía -en cuanto a mi idea personal de ella- ha de ser todo lo espontánea posible, aun cuando la idea que la mueve permanezca mas o menos estable, incluyo en esto último experiencias particulares como ALEGRES PROVINCIAS y, mucho antes HONRAS FUNEBRES que considero fundamentalmente solo un ejercicio de escritura.
F.F. -¿Cuál es la idea del poema en la obra de Ramón Palomares?
R.P. -Creo adecuado decir que la idea del poema genera su propio lenguaje. Mi trabajo en todo caso abarca lenguajes diferentes y es claro advertirlo. Abarca asuntos muy diversos.
Fotografías de Franklin Fernández.