Armando Rojas Guardia: “Escribo para intensificar mi experiencia vital, la conciencia que yo tengo de la vida”.
Nos encontramos con Armando Rojas Guardia a las diez de la mañana, en un café situado en la planta baja del Centro Plaza de Altamira, en Caracas. La cita la concertó Luis Alejandro Rodríguez, un documentalista independiente con más de treinta cortometrajes en su haber; a artistas plásticos, músicos y poetas venezolanos. Lo primero que me sorprendió de Armando fue su voz, su poderosa voz. Profunda, lenta y solemnemente modulada. Recuerdo perfectamente su resplandeciente cabellera, su luminosamente blanquecino pelo. Armando Rojas Guardia reflexiona antes de hablar. Piensa lo que dice. Dice lo que piensa. Es un poeta del pensamiento. Considerado como uno de los ensayistas más importantes del país, Armando Rojas Guardia es un monumento a la vida, un monumento a la sensibilidad, esencialidad y espiritualidad del hombre. Entre sus obras más importantes destacan: Del mismo amor ardiendo (1979); Yo supe de la vieja herida (1985); Poemas de Quebrada de la Virgen (1985); Hacia la noche viva (1989); Antología poética (Monte Ávila Editores, 1993); y La nada vigilante (1994). El principio de la incertidumbre (1996), Crónica de la memoria (1999) y El esplendor y la espera (2000). En 1981, fundó, con un grupo de amigos, el grupo Tráfico.
Franklin Fernández.
F.F. -¿Cómo se le describiría usted a sus lectores? ¿Quién es Armando Rojas Guardia?
A.R.G. –Lo primero que se me viene a la mente cuando pienso en alguna caracterización posible de mi persona o de mi personalidad literaria, diría que soy un creyente. No hay en mí, pasión mayor. Ni estética, ni filosófica, ni sensual, ni práctica, que la de ser cristiano. Intento que mi obra literaria refleje esa condición. Tanto en mi poesía como en mis ensayos, existe ese reflejo. Por otra parte, considero que mi opción por la fe cristiana no es convencional ni es una elección fácil o facilitona. Yo tengo profundas diferencias con respecto a las posturas y opiniones de la institucionalidad católica. De modo que, siento un desapego crítico con respecto a muchos aspectos de esa institucionalidad. De todas formas como poeta no me reduzco sólo a ser un poeta que quiere ser cristiano, como ensayista tampoco. No reduzco toda la complejidad de mi vocación literaria al simple componente cristiano-católico, pero creo que ese componente es fundamental.
F.F. –Se dice que su vocación de poeta comienza con la religión ¿Fue su vocación poética lo que lo llevó a la religión o la religión lo que lo llevó a la poesía?
A.R.G. –Yo creo que ninguna de las dos cosas. Son dos cosas que, en mi caso, son más bien paralelas. Mi familia no era una familia que se hubiera caracterizado por ser religiosa. Mi papá era un buscador de Dios a su manera, creo que la tradición liberal republicana, estaba mucho en él. De modo que también era anticlerical. Un anticlerical militante. Mi mamá era cristiana, católica, pero tenía una idea religiosa muy simple, muy elemental. Yo creo que era más bien católica por ósmosis cultural. De modo que mi religiosidad se la debo fundamentalmente al colegio San Ignacio de Loyola. A los siete años ingreso al colegio San Ignacio, paso toda mi infancia y buena parte de mi adolescencia en el colegio, y los Jesuitas modelaron de manera definitiva, mi religiosidad.
La vocación literaria, en mí, es muy temprana, muy precoz. Yo lo cuento en un documental que me realizó Luis Alejandro Rodríguez¹. Yo relato que, a los cuatro años, una tía mía me preguntó en el jardín de su casa: –Armando, ¿cuando seas grande vas a ser poeta?- Y yo le respondí –No, no lo voy a ser, ya lo soy-. Tenía cuatro años de edad. Creo que la figura paradigmática de mi padre como poeta, jugó un papel fundamental en esa precocidad de mi vocación poética y literaria. Ahora, más adelante, cuando yo ya me asumo como un poeta, es que esa vocación literaria y poética se imbrica con el componente religioso. Pero son dos cosas paralelas, no se debe lo uno a lo otro.
F.F. –También se dice que quién escribe un poema está buscando a Dios ¿Usted busca a Dios en sus poemas?
A.R.G. –Bueno, ahora recuerdo el epígrafe de la película de Luis Alejandro, un texto de Hanni Ossott, cuando dice que el escribir un poema, para ella, es una suerte de invocación, casi una oración². Creo que todos los poetas tenemos esa misma experiencia. Creo que escribir poesía es una suerte de modalidad de una mística que podemos llamar profana. Es decir, hay varios tipos de mística. La mística vinculada a la religión de la naturaleza, la mística vinculada a las religiones de la interioridad, la mística vinculada a las religiones proféticas, históricas o abrahanicas, y la mística que podemos llamar mística profana, no vinculada a ninguna institucionalidad religiosa. Y la poesía es una variante de estos últimos tipos de mística. Creo que todos los poetas en algún momento percibimos que forma parte de nuestra experiencia vivenciada a la hora de escribir un poema, que nos acercamos a través de esa escritura poética, al misterio, a lo trascendente, a un orden de realidad distinto al que accedemos en la vida cotidiana. De modo que yo sí creo que como poeta, he tenido la experiencia de que la escritura lírica, la escritura poética, me lleva a tocar, a bordear ese ámbito de lo sagrado que trasciende la vida cotidiana.
F.F.-En ese ámbito sagrado al que se refiere, ¿el éxtasis juega un papel fundamental?
A.R.G. –Yo no he tenido en mi vida ningún éxtasis, salvo en el momento estático de la cópula erótica. Yo no diría que he tenido experiencia estática a pesar de qué me considero un ser humano orante, es decir; la oración es una de la experiencias fundamentales de mi vida y la oración ha sido milenariamente el espacio privilegiado donde ocurre la experiencia mística. Pero yo no he tenido acceso a altas costas de experiencia mística, simplemente me limito a ser un orante.
F.F. –En ese sentido, ¿un poema suyo puede ser una oración? ¿El poema es una oración?
A.R.G. –Yo creo que sí. Yo creo que sí porque un poema puede acercarlo a uno al ámbito de lo sagrado. Y muchos poetas, incluso no creyentes, ateos militantes, pueden, creo, testimoniar con su vida, que escribiendo poesía, se acercan al ámbito luminoso de lo sagrado.
F.F. –“Dios no es asunto, no es tema, sino pasión donde arder”, es una frase suya. Su poesía siempre acude a Dios, a un Dios compasivo, sensible y misericordioso ¿Por qué?
A.R.G. –Porque ese es el Dios cristiano. Y la definición clásica del Dios cristiano, está en la primera carta de Juan, incluida en el Nuevo Testamento: “Dios es ágape”, “Dios es amor”. No hay mejor definición de la naturaleza de Dios para el cristianismo, que esa. Por eso, el Dios al que yo me aproximo tiene esa característica fundamental, el ser compasivo. La experiencia religiosa cristiana tiene un matiz diferente a la experiencia religiosa en otros tipos de institucionalidades religiosas. Para el cristianismo, a Dios, a la trascendencia no se accede por la vía del templo, es decir; no es una relación vertical de la tierra al cielo pasando por el templo, sino que la religiosidad cristiana pone el énfasis en la relación ética con el otro, con el prójimo. De modo que es en el seno de esa relación horizontal con el prójimo donde ocurre la experiencia de Dios. Y eso se debe, en que la naturaleza misma de Dios, es amorosa. De modo que la compasión es la manifestación divina por excelencia.
F.F. –Para Cioran, Dios significa la última etapa de un camino, punto extremo de la soledad y de la nada. “Dios es, incluso si no es”, afirma. Para usted, ¿quién es Dios? ¿Cuál es la importancia que le concede usted a Dios en sus poemas?
A.R.G. –Bueno, ya lo he ido diciendo a lo largo de la entrevista. Dios es fundamentalmente el trascendente. Aquel que está… Dios es el corazón, el eje del ámbito de lo sagrado. El ámbito de lo sagrado; en ese ámbito, Dios es el orden de realidad que trasciende nuestra vida ordinaria, es la órbita de la satisfacción de nuestras necesidades inmediatas. Porque Dios es el corazón y el eje del ámbito de lo sagrado. El ámbito de lo sagrado no está situado en un trasmundo, es el último extracto de realidad de este mundo. Ernesto Cardenal, en “Coplas a la muerte de Merton”, tiene unos versos que a mí me han impresionado mucho siempre: “Morir no es salir del mundo, es hundirse en el”. En ese sentido, Dios como eje y corazón del ámbito de lo sagrado, envuelve y penetra toda la realidad del mundo. Es también la realidad ontológicamente suprema. Es el valor y el bien absoluto. Es la santidad, también absoluto. Y es el que posibilita esa misma vía ordinaria, trascendiéndola.
F.F.-Además de Dios, como eje esencial y fundamental de su poesía, ¿qué otros temas han sido importantes para usted? ¿De qué nos hablan sus poemas? ¿A cuál experiencia nos remiten?
A.R.G. –Bueno, mi poesía habla de muchas cosas. Yo te decía al principio que no reduzco mi experiencia literaria y poética, solo al componente religioso. Cualquiera que se acerque a mi poesía, va a notar que yo abordo muchos temas. Está el elemento erótico, está el elemento cotidiano, está el elemento histórico, está la contemplación de la naturaleza, está en algún momento la ciudad; como escenario y como protagonista de la poesía, está también mi propia cercanía autobiográfica con la locura, de modo que mi poesía abarca un espectro muy amplio de temas.
F.F. –Calles, plazas, hoteles clandestinos… ¿Qué lugares visita en sus poemas, a qué lugares vuelve?
A.R.G. –Bueno, yo diría que en mi poesía hay dos tipos de lugares fundamentales. Los íntimos, es decir; aquellos enmarcados en los que podemos llamar la casa, mi casa, mi hogar y, por otra parte, aquellos enmarcados en el ámbito que podemos llamar la calle. La calle fue una de las consignas poéticas del grupo Tráfico³: “Venimos de la noche y hacia la calle vamos”. Nosotros en Tráfico nos dimos cuenta que la poesía que se hacía en Venezuela, hasta comienzos de la década de los ochenta, salvo contadas excepciones; no abordaban suficientemente la temática urbana. Y, precisamente, porque no abordaban la temática urbana, soslayaba también esa poesía, la cotidianidad y la historia. De modo que es la impronta de Tráfico la que me llevó a explorar la calle como espacio de mi poesía. Creo que relativamente me he mantenido fiel a esa perspectiva de Tráfico, de modo que yo dividiría los enfoques temáticos de mi poesía, en esos dos grandes ámbitos: el espacio íntimo, el de mi casa; el poema que se hace en el escritorio de mi estudio bajo la luz de la lámpara en completa intimidad y el espacio urbano donde me muevo durante el día. Esos son como los dos grandes espacios que yo abordo en mi poesía.
F.F. –¿De dónde surge el nombre de Tráfico? ¿Quién los bautizó así?
A.R.G. –Yo no recuerdo con precisión, pero creo que fue Igor Barreto a quien se le ocurrió ese nombre. Tráfico quería aludir al tema urbano: el tráfico de las colas, el tráfico cotidiano en Caracas, nos parecía que ese era un nombre que combinaba lo urbano con lo cotidiano.
F.F.- De Tráfico, específicamente, ¿que recuerdos más importantes atesora Armando Rojas Guardia?
A.R.G. -Bueno, Tráfico fue importante en mi vida porque primero, lo que recuerdo es, la radical experiencia de fraternidad con esas cinco personas. Yo siempre digo que, a los integrantes del grupo Tráfico, lo único que nos faltó fue convivir en un mismo espacio, porque nos veíamos continuamente. Hubo épocas en que nos veíamos casi todos los días. De modo que fue una bellísima experiencia de hermandad, de comunión espiritual. Una comunión espiritual que se ha mantenido hasta hoy. En segundo lugar, recuerdo muy vividamente, nuestras discusiones. Nosotros nos reuníamos los jueves a mediodía, en la cervecería El León de la castellana. Era nuestra reunión oficial durante la semana. Lo que pasa es que nos veíamos muchas veces más, pero la reunión canónica, la reunión oficial, era los jueves al mediodía en El León. Y eran discusiones muy ricas, muy preñadas de ideas. Eran discusiones estéticas y filosóficas de alto calibre. Eso si lo recuerdo con mucho placer. Y en tercer lugar creo que, es indudable para mí, que a partir de Tráfico se da una impronta en la poesía venezolana que no se puede negar. Es decir; lo urbano, lo histórico, lo cotidiano, empezaron desde Tráfico a ser tratados incluso, masivamente, por los poetas venezolanos. Y empezó, además, una lectura y una relectura, en algunos casos, de la poesía norteamericana, cosa que no sucedía desde Tráfico porque la poesía venezolana gravitaba en la órbita de la poesía francesa y de cierta poesía italiana. Se soslayaba un orbe poético importantísimo como es la poesía norteamericana contemporánea. Es a partir de Tráfico cuando se empieza a estudiar la poesía de Eliot, Ezra Pound, de William Carlos William, de Robert Lowell, en fin…
F.F.- Cuando escribe, ¿cómo hace usted para identificarse con los sentimientos íntimos de otra persona que ni siquiera conoce?
A.R.G. –Los imagino. La imaginación es una herramienta muy poderosa. Sirve incluso para eso, para identificarse con los sentimientos de la persona que uno imagina. La poesía es el reino de la imaginación simbólica, de la imaginación, porque toda imaginación es simbólica. Entonces, una manera de acercarse a los sentimientos de una persona desconocida, es imaginando.
F.F. – Para usted, es muy importante la palabra, ¿cierto?
A.R.G. – ¡Absolutamente, absolutamente! En el año noventa yo sufrí una crisis psicótica que, probablemente, -eso no está claro para mí, ni para los médicos-, esa crisis afectó quizás, áreas del cerebro que tienen que ver con el lenguaje. El hecho es que yo quedé literalmente mudo. Es decir; me costaba hivanar una simple conversación cotidiana con un amigo o con una amiga. Y, por supuesto, que yo pensé que no iba a volver a escribir más nunca. Fue una crisis enmudecedora. Para una persona que toda la vida ha considerado que la palabra es el centro palpitante de la vida psíquica de uno, el no poder hablar y el no poder escribir, significó, una desgarradura. Yo tarde unos diez años en recuperar la palabra. Eso se lo debo a la dinámica misma de la vida, a la dinámica curadora, sanadora de la vida, se lo debo también a mi propio esfuerzo autoterapéutico. Yo escribí durante la década de los noventa en plena crisis de la mudez, tres libros, uno de ellos La nada vigilante, que es un libro de poesía. Algunos dicen que es mi mejor libro de poesías. Yo me propuse a escribir ese libro de poesía, para devolverme la relación orgánica con la palabra que yo creía haber perdido. Creo que si en este momento ya me curé de aquella mudez, eso se debe a esas dos cosas: a la dinámica misma curadora de la vida y a mi esfuerzo autoterapéutico por devolverme esa relación orgánica con la palabra.
F.F.- Otra cita suya: “¿Quién eres, tú sonoro al fondo de mi mismo?” ¿Qué relación tiene usted hoy consigo mismo?
A.R.G. –Bueno esa cita se refiere, es la primera frase de El Dios de la intemperie, se refiere a la relación con Dios. Porque el testimonio unánime de los místicos cristianos, es que en el centro de la interioridad humana, está Dios mismo. O sea, que Dios es como el último estrato del mundo interior humano. Entonces, cada vez que tomamos contacto con nuestro mundo interior, de una manera radical, nos contactamos con Dios.
Bueno, yo creo que hoy tengo un contacto conmigo mismo muy fértil, vamos a decir así, muy fecundo. Desde hace unos años yo disfruto de un bienestar psíquico que no tenía antes. Ese bienestar psíquico tiene cuatro pilares. El primero, una medicación adecuadísima, yo tengo un déficit eléctrico a nivel neuronal que la medicación corrige. Ese déficit eléctrico a nivel neuronal es como la infraestructura bioquímica de los episodios psicóticos que yo he padecido en mi vida y afortunadamente se ha descubierto la medicación que corrige ese déficit. En segundo lugar, el otro pilar, es la experiencia terapéutica con Jean-Marc Tauszyk, que es mi terapeuta actual. El tercer pilar es mi casa de habitación actual, es un espacio para mí sagrado y donde respiro a mis anchas. Y el cuarto pilar, es el tipo de trabajo cotidiano que realizo, que aunque no es muy rentable económicamente, pues, me permite hacer aquello a lo que vocacionalmente me siento llamado hacer. Bueno, esos son los cuatro pilares de mi actual bienestar psíquico.
F.F. -¿Qué hace usted cuando no está escribiendo?
A.R.G.- Bueno, muchas cosas. Pienso, contemplo, me dedico a mis quehaceres cotidianos, cocino, paseo, estudio, leo mucho, muchísimo. Desde la adolescencia he sido un lector voraz, leo vorazmente…
F.F. -¿Usted escribe para sentirse vivo, para dar vida a sus recuerdos?
A.R.G.-Yo creo que sí. La escritura literaria es un método, hasta cierto punto, de la intensificación de la vida. Cualquier escritor, mejor dicho; cualquier artista puede testimoniar que el arte intensifica la vida, porque implica un impulso de la conciencia y de la libertad frente a la realidad. De modo que yo creo que sí, que yo escribo para intensificar mi experiencia vital, la conciencia que yo tengo de la vida.
NOTAS:
1. El documental al que se refiere Armando Rojas Guardia es: “El esplendor y la espera”. Realizado bajo la dirección de Luis Alejandro Rodríguez en el año 2005, en Caracas, con una duración de 34:00 minutos. Actualmente, Luis Alejandro Rodríguez es un productor independiente. Ha realizado más de treinta documentales a artistas plásticos, músicos y poetas venezolanos.
2. El epígrafe completo, del poema de Hanni Ossott, es el siguiente: Dios / me quedo todo el tiempo posible / ante un poema / para que salga bien. / Es como una oración / una invocación.
3. Tráfico se consolidó como grupo entre los años 1980-1981. “Surge, con un polémico y acentuado interés confrontativo… las discusiones que este grupo de poetas logran desencadenar a propósito de una nueva manera de entender la poesía y el papel ético que debería jugar la misma en el interior de lo que ellos consideraban un ‘nuevo’ espacio intelectual venezolano”. Juan Carlos Santaella (Diez manifiestos literarios venezolanos, La casa de Bello, Caracas, 1986). El grupo estuvo integrado por Yolanda Pantin, Igor Barreto, Rafael Castillo Zapata, Miguel Márquez, Alberto Márquez y Armando Rojas Guardia.
Nos encontramos con Armando Rojas Guardia a las diez de la mañana, en un café situado en la planta baja del Centro Plaza de Altamira, en Caracas. La cita la concertó Luis Alejandro Rodríguez, un documentalista independiente con más de treinta cortometrajes en su haber; a artistas plásticos, músicos y poetas venezolanos. Lo primero que me sorprendió de Armando fue su voz, su poderosa voz. Profunda, lenta y solemnemente modulada. Recuerdo perfectamente su resplandeciente cabellera, su luminosamente blanquecino pelo. Armando Rojas Guardia reflexiona antes de hablar. Piensa lo que dice. Dice lo que piensa. Es un poeta del pensamiento. Considerado como uno de los ensayistas más importantes del país, Armando Rojas Guardia es un monumento a la vida, un monumento a la sensibilidad, esencialidad y espiritualidad del hombre. Entre sus obras más importantes destacan: Del mismo amor ardiendo (1979); Yo supe de la vieja herida (1985); Poemas de Quebrada de la Virgen (1985); Hacia la noche viva (1989); Antología poética (Monte Ávila Editores, 1993); y La nada vigilante (1994). El principio de la incertidumbre (1996), Crónica de la memoria (1999) y El esplendor y la espera (2000). En 1981, fundó, con un grupo de amigos, el grupo Tráfico.
Franklin Fernández.
F.F. -¿Cómo se le describiría usted a sus lectores? ¿Quién es Armando Rojas Guardia?
A.R.G. –Lo primero que se me viene a la mente cuando pienso en alguna caracterización posible de mi persona o de mi personalidad literaria, diría que soy un creyente. No hay en mí, pasión mayor. Ni estética, ni filosófica, ni sensual, ni práctica, que la de ser cristiano. Intento que mi obra literaria refleje esa condición. Tanto en mi poesía como en mis ensayos, existe ese reflejo. Por otra parte, considero que mi opción por la fe cristiana no es convencional ni es una elección fácil o facilitona. Yo tengo profundas diferencias con respecto a las posturas y opiniones de la institucionalidad católica. De modo que, siento un desapego crítico con respecto a muchos aspectos de esa institucionalidad. De todas formas como poeta no me reduzco sólo a ser un poeta que quiere ser cristiano, como ensayista tampoco. No reduzco toda la complejidad de mi vocación literaria al simple componente cristiano-católico, pero creo que ese componente es fundamental.
F.F. –Se dice que su vocación de poeta comienza con la religión ¿Fue su vocación poética lo que lo llevó a la religión o la religión lo que lo llevó a la poesía?
A.R.G. –Yo creo que ninguna de las dos cosas. Son dos cosas que, en mi caso, son más bien paralelas. Mi familia no era una familia que se hubiera caracterizado por ser religiosa. Mi papá era un buscador de Dios a su manera, creo que la tradición liberal republicana, estaba mucho en él. De modo que también era anticlerical. Un anticlerical militante. Mi mamá era cristiana, católica, pero tenía una idea religiosa muy simple, muy elemental. Yo creo que era más bien católica por ósmosis cultural. De modo que mi religiosidad se la debo fundamentalmente al colegio San Ignacio de Loyola. A los siete años ingreso al colegio San Ignacio, paso toda mi infancia y buena parte de mi adolescencia en el colegio, y los Jesuitas modelaron de manera definitiva, mi religiosidad.
La vocación literaria, en mí, es muy temprana, muy precoz. Yo lo cuento en un documental que me realizó Luis Alejandro Rodríguez¹. Yo relato que, a los cuatro años, una tía mía me preguntó en el jardín de su casa: –Armando, ¿cuando seas grande vas a ser poeta?- Y yo le respondí –No, no lo voy a ser, ya lo soy-. Tenía cuatro años de edad. Creo que la figura paradigmática de mi padre como poeta, jugó un papel fundamental en esa precocidad de mi vocación poética y literaria. Ahora, más adelante, cuando yo ya me asumo como un poeta, es que esa vocación literaria y poética se imbrica con el componente religioso. Pero son dos cosas paralelas, no se debe lo uno a lo otro.
F.F. –También se dice que quién escribe un poema está buscando a Dios ¿Usted busca a Dios en sus poemas?
A.R.G. –Bueno, ahora recuerdo el epígrafe de la película de Luis Alejandro, un texto de Hanni Ossott, cuando dice que el escribir un poema, para ella, es una suerte de invocación, casi una oración². Creo que todos los poetas tenemos esa misma experiencia. Creo que escribir poesía es una suerte de modalidad de una mística que podemos llamar profana. Es decir, hay varios tipos de mística. La mística vinculada a la religión de la naturaleza, la mística vinculada a las religiones de la interioridad, la mística vinculada a las religiones proféticas, históricas o abrahanicas, y la mística que podemos llamar mística profana, no vinculada a ninguna institucionalidad religiosa. Y la poesía es una variante de estos últimos tipos de mística. Creo que todos los poetas en algún momento percibimos que forma parte de nuestra experiencia vivenciada a la hora de escribir un poema, que nos acercamos a través de esa escritura poética, al misterio, a lo trascendente, a un orden de realidad distinto al que accedemos en la vida cotidiana. De modo que yo sí creo que como poeta, he tenido la experiencia de que la escritura lírica, la escritura poética, me lleva a tocar, a bordear ese ámbito de lo sagrado que trasciende la vida cotidiana.
F.F.-En ese ámbito sagrado al que se refiere, ¿el éxtasis juega un papel fundamental?
A.R.G. –Yo no he tenido en mi vida ningún éxtasis, salvo en el momento estático de la cópula erótica. Yo no diría que he tenido experiencia estática a pesar de qué me considero un ser humano orante, es decir; la oración es una de la experiencias fundamentales de mi vida y la oración ha sido milenariamente el espacio privilegiado donde ocurre la experiencia mística. Pero yo no he tenido acceso a altas costas de experiencia mística, simplemente me limito a ser un orante.
F.F. –En ese sentido, ¿un poema suyo puede ser una oración? ¿El poema es una oración?
A.R.G. –Yo creo que sí. Yo creo que sí porque un poema puede acercarlo a uno al ámbito de lo sagrado. Y muchos poetas, incluso no creyentes, ateos militantes, pueden, creo, testimoniar con su vida, que escribiendo poesía, se acercan al ámbito luminoso de lo sagrado.
F.F. –“Dios no es asunto, no es tema, sino pasión donde arder”, es una frase suya. Su poesía siempre acude a Dios, a un Dios compasivo, sensible y misericordioso ¿Por qué?
A.R.G. –Porque ese es el Dios cristiano. Y la definición clásica del Dios cristiano, está en la primera carta de Juan, incluida en el Nuevo Testamento: “Dios es ágape”, “Dios es amor”. No hay mejor definición de la naturaleza de Dios para el cristianismo, que esa. Por eso, el Dios al que yo me aproximo tiene esa característica fundamental, el ser compasivo. La experiencia religiosa cristiana tiene un matiz diferente a la experiencia religiosa en otros tipos de institucionalidades religiosas. Para el cristianismo, a Dios, a la trascendencia no se accede por la vía del templo, es decir; no es una relación vertical de la tierra al cielo pasando por el templo, sino que la religiosidad cristiana pone el énfasis en la relación ética con el otro, con el prójimo. De modo que es en el seno de esa relación horizontal con el prójimo donde ocurre la experiencia de Dios. Y eso se debe, en que la naturaleza misma de Dios, es amorosa. De modo que la compasión es la manifestación divina por excelencia.
F.F. –Para Cioran, Dios significa la última etapa de un camino, punto extremo de la soledad y de la nada. “Dios es, incluso si no es”, afirma. Para usted, ¿quién es Dios? ¿Cuál es la importancia que le concede usted a Dios en sus poemas?
A.R.G. –Bueno, ya lo he ido diciendo a lo largo de la entrevista. Dios es fundamentalmente el trascendente. Aquel que está… Dios es el corazón, el eje del ámbito de lo sagrado. El ámbito de lo sagrado; en ese ámbito, Dios es el orden de realidad que trasciende nuestra vida ordinaria, es la órbita de la satisfacción de nuestras necesidades inmediatas. Porque Dios es el corazón y el eje del ámbito de lo sagrado. El ámbito de lo sagrado no está situado en un trasmundo, es el último extracto de realidad de este mundo. Ernesto Cardenal, en “Coplas a la muerte de Merton”, tiene unos versos que a mí me han impresionado mucho siempre: “Morir no es salir del mundo, es hundirse en el”. En ese sentido, Dios como eje y corazón del ámbito de lo sagrado, envuelve y penetra toda la realidad del mundo. Es también la realidad ontológicamente suprema. Es el valor y el bien absoluto. Es la santidad, también absoluto. Y es el que posibilita esa misma vía ordinaria, trascendiéndola.
F.F.-Además de Dios, como eje esencial y fundamental de su poesía, ¿qué otros temas han sido importantes para usted? ¿De qué nos hablan sus poemas? ¿A cuál experiencia nos remiten?
A.R.G. –Bueno, mi poesía habla de muchas cosas. Yo te decía al principio que no reduzco mi experiencia literaria y poética, solo al componente religioso. Cualquiera que se acerque a mi poesía, va a notar que yo abordo muchos temas. Está el elemento erótico, está el elemento cotidiano, está el elemento histórico, está la contemplación de la naturaleza, está en algún momento la ciudad; como escenario y como protagonista de la poesía, está también mi propia cercanía autobiográfica con la locura, de modo que mi poesía abarca un espectro muy amplio de temas.
F.F. –Calles, plazas, hoteles clandestinos… ¿Qué lugares visita en sus poemas, a qué lugares vuelve?
A.R.G. –Bueno, yo diría que en mi poesía hay dos tipos de lugares fundamentales. Los íntimos, es decir; aquellos enmarcados en los que podemos llamar la casa, mi casa, mi hogar y, por otra parte, aquellos enmarcados en el ámbito que podemos llamar la calle. La calle fue una de las consignas poéticas del grupo Tráfico³: “Venimos de la noche y hacia la calle vamos”. Nosotros en Tráfico nos dimos cuenta que la poesía que se hacía en Venezuela, hasta comienzos de la década de los ochenta, salvo contadas excepciones; no abordaban suficientemente la temática urbana. Y, precisamente, porque no abordaban la temática urbana, soslayaba también esa poesía, la cotidianidad y la historia. De modo que es la impronta de Tráfico la que me llevó a explorar la calle como espacio de mi poesía. Creo que relativamente me he mantenido fiel a esa perspectiva de Tráfico, de modo que yo dividiría los enfoques temáticos de mi poesía, en esos dos grandes ámbitos: el espacio íntimo, el de mi casa; el poema que se hace en el escritorio de mi estudio bajo la luz de la lámpara en completa intimidad y el espacio urbano donde me muevo durante el día. Esos son como los dos grandes espacios que yo abordo en mi poesía.
F.F. –¿De dónde surge el nombre de Tráfico? ¿Quién los bautizó así?
A.R.G. –Yo no recuerdo con precisión, pero creo que fue Igor Barreto a quien se le ocurrió ese nombre. Tráfico quería aludir al tema urbano: el tráfico de las colas, el tráfico cotidiano en Caracas, nos parecía que ese era un nombre que combinaba lo urbano con lo cotidiano.
F.F.- De Tráfico, específicamente, ¿que recuerdos más importantes atesora Armando Rojas Guardia?
A.R.G. -Bueno, Tráfico fue importante en mi vida porque primero, lo que recuerdo es, la radical experiencia de fraternidad con esas cinco personas. Yo siempre digo que, a los integrantes del grupo Tráfico, lo único que nos faltó fue convivir en un mismo espacio, porque nos veíamos continuamente. Hubo épocas en que nos veíamos casi todos los días. De modo que fue una bellísima experiencia de hermandad, de comunión espiritual. Una comunión espiritual que se ha mantenido hasta hoy. En segundo lugar, recuerdo muy vividamente, nuestras discusiones. Nosotros nos reuníamos los jueves a mediodía, en la cervecería El León de la castellana. Era nuestra reunión oficial durante la semana. Lo que pasa es que nos veíamos muchas veces más, pero la reunión canónica, la reunión oficial, era los jueves al mediodía en El León. Y eran discusiones muy ricas, muy preñadas de ideas. Eran discusiones estéticas y filosóficas de alto calibre. Eso si lo recuerdo con mucho placer. Y en tercer lugar creo que, es indudable para mí, que a partir de Tráfico se da una impronta en la poesía venezolana que no se puede negar. Es decir; lo urbano, lo histórico, lo cotidiano, empezaron desde Tráfico a ser tratados incluso, masivamente, por los poetas venezolanos. Y empezó, además, una lectura y una relectura, en algunos casos, de la poesía norteamericana, cosa que no sucedía desde Tráfico porque la poesía venezolana gravitaba en la órbita de la poesía francesa y de cierta poesía italiana. Se soslayaba un orbe poético importantísimo como es la poesía norteamericana contemporánea. Es a partir de Tráfico cuando se empieza a estudiar la poesía de Eliot, Ezra Pound, de William Carlos William, de Robert Lowell, en fin…
F.F.- Cuando escribe, ¿cómo hace usted para identificarse con los sentimientos íntimos de otra persona que ni siquiera conoce?
A.R.G. –Los imagino. La imaginación es una herramienta muy poderosa. Sirve incluso para eso, para identificarse con los sentimientos de la persona que uno imagina. La poesía es el reino de la imaginación simbólica, de la imaginación, porque toda imaginación es simbólica. Entonces, una manera de acercarse a los sentimientos de una persona desconocida, es imaginando.
F.F. – Para usted, es muy importante la palabra, ¿cierto?
A.R.G. – ¡Absolutamente, absolutamente! En el año noventa yo sufrí una crisis psicótica que, probablemente, -eso no está claro para mí, ni para los médicos-, esa crisis afectó quizás, áreas del cerebro que tienen que ver con el lenguaje. El hecho es que yo quedé literalmente mudo. Es decir; me costaba hivanar una simple conversación cotidiana con un amigo o con una amiga. Y, por supuesto, que yo pensé que no iba a volver a escribir más nunca. Fue una crisis enmudecedora. Para una persona que toda la vida ha considerado que la palabra es el centro palpitante de la vida psíquica de uno, el no poder hablar y el no poder escribir, significó, una desgarradura. Yo tarde unos diez años en recuperar la palabra. Eso se lo debo a la dinámica misma de la vida, a la dinámica curadora, sanadora de la vida, se lo debo también a mi propio esfuerzo autoterapéutico. Yo escribí durante la década de los noventa en plena crisis de la mudez, tres libros, uno de ellos La nada vigilante, que es un libro de poesía. Algunos dicen que es mi mejor libro de poesías. Yo me propuse a escribir ese libro de poesía, para devolverme la relación orgánica con la palabra que yo creía haber perdido. Creo que si en este momento ya me curé de aquella mudez, eso se debe a esas dos cosas: a la dinámica misma curadora de la vida y a mi esfuerzo autoterapéutico por devolverme esa relación orgánica con la palabra.
F.F.- Otra cita suya: “¿Quién eres, tú sonoro al fondo de mi mismo?” ¿Qué relación tiene usted hoy consigo mismo?
A.R.G. –Bueno esa cita se refiere, es la primera frase de El Dios de la intemperie, se refiere a la relación con Dios. Porque el testimonio unánime de los místicos cristianos, es que en el centro de la interioridad humana, está Dios mismo. O sea, que Dios es como el último estrato del mundo interior humano. Entonces, cada vez que tomamos contacto con nuestro mundo interior, de una manera radical, nos contactamos con Dios.
Bueno, yo creo que hoy tengo un contacto conmigo mismo muy fértil, vamos a decir así, muy fecundo. Desde hace unos años yo disfruto de un bienestar psíquico que no tenía antes. Ese bienestar psíquico tiene cuatro pilares. El primero, una medicación adecuadísima, yo tengo un déficit eléctrico a nivel neuronal que la medicación corrige. Ese déficit eléctrico a nivel neuronal es como la infraestructura bioquímica de los episodios psicóticos que yo he padecido en mi vida y afortunadamente se ha descubierto la medicación que corrige ese déficit. En segundo lugar, el otro pilar, es la experiencia terapéutica con Jean-Marc Tauszyk, que es mi terapeuta actual. El tercer pilar es mi casa de habitación actual, es un espacio para mí sagrado y donde respiro a mis anchas. Y el cuarto pilar, es el tipo de trabajo cotidiano que realizo, que aunque no es muy rentable económicamente, pues, me permite hacer aquello a lo que vocacionalmente me siento llamado hacer. Bueno, esos son los cuatro pilares de mi actual bienestar psíquico.
F.F. -¿Qué hace usted cuando no está escribiendo?
A.R.G.- Bueno, muchas cosas. Pienso, contemplo, me dedico a mis quehaceres cotidianos, cocino, paseo, estudio, leo mucho, muchísimo. Desde la adolescencia he sido un lector voraz, leo vorazmente…
F.F. -¿Usted escribe para sentirse vivo, para dar vida a sus recuerdos?
A.R.G.-Yo creo que sí. La escritura literaria es un método, hasta cierto punto, de la intensificación de la vida. Cualquier escritor, mejor dicho; cualquier artista puede testimoniar que el arte intensifica la vida, porque implica un impulso de la conciencia y de la libertad frente a la realidad. De modo que yo creo que sí, que yo escribo para intensificar mi experiencia vital, la conciencia que yo tengo de la vida.
NOTAS:
1. El documental al que se refiere Armando Rojas Guardia es: “El esplendor y la espera”. Realizado bajo la dirección de Luis Alejandro Rodríguez en el año 2005, en Caracas, con una duración de 34:00 minutos. Actualmente, Luis Alejandro Rodríguez es un productor independiente. Ha realizado más de treinta documentales a artistas plásticos, músicos y poetas venezolanos.
2. El epígrafe completo, del poema de Hanni Ossott, es el siguiente: Dios / me quedo todo el tiempo posible / ante un poema / para que salga bien. / Es como una oración / una invocación.
3. Tráfico se consolidó como grupo entre los años 1980-1981. “Surge, con un polémico y acentuado interés confrontativo… las discusiones que este grupo de poetas logran desencadenar a propósito de una nueva manera de entender la poesía y el papel ético que debería jugar la misma en el interior de lo que ellos consideraban un ‘nuevo’ espacio intelectual venezolano”. Juan Carlos Santaella (Diez manifiestos literarios venezolanos, La casa de Bello, Caracas, 1986). El grupo estuvo integrado por Yolanda Pantin, Igor Barreto, Rafael Castillo Zapata, Miguel Márquez, Alberto Márquez y Armando Rojas Guardia.
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