“Como mi fotografía es básicamente el retrato, viene del otro y va al otro. Pasando por mí”. Así se expresa Antonio Briceño (Caracas, 1966), uno de los fotógrafos más importantes de nuestro país y del continente. La interpretación gráfica de muchas culturas ha sido objeto de su investigación. Briceño muestra en sus fotografías, retratos de indígenas de las culturas milenarias más antiguas, intactas y puras del continente americano: Huichol (México), Kuna (Panamá), Kogui y Wiwa (Colombia), Quero (Perú), Kayapó (Brasil), Wayuu, Piaroa, Pemón y Ye´Kuana (Venezuela). Los verdaderos y auténticos rostros de la selva. Antonio Briceño ha llamado la atención no solamente por la calidad de su fotografía y originalidad de su propuesta, sino también por el contenido humano; ético, poético y estético de su trabajo. Invocando, conjurando, congregando dioses, auras, espíritus, ritos y costumbres de nuestros pueblos. Todo ello desde un punto de vista mágico, simbólico, lírico, religioso. Paisajes imposibles, espacios imaginarios y naturalezas fantásticas, se insertan dentro de este intento documental por preservar la memoria, la retentiva del tiempo, el sentir y palpitar de nuestro pasado en los diversos grupos sociales. Antonio Briceño, es licenciado en Biología de la Universidad Central de Venezuela. Sus fotografías han sido publicadas en diversos libros, revistas y diarios dentro y fuera del país. En el presente año fue representante por Venezuela ante la 52 Bienal de Venecia, Italia.
Franklin Fernández.
F.F. –Hábleme de sus inicios, de su primer contacto con el arte, de su primer encuentro con la fotografía ¿Cuándo, cómo y dónde comenzó todo?
A.B. –Hasta donde recuerdo, mi primer contacto con la fotografía fue a los 8 años, cuando un tío me regaló mi primera cámara, una “Diana”. A partir de allí, se daba por sentado que yo era el que hacía las fotos de la familia.
F.F. -¿Cuándo empezó a dedicarse de manera profesional a la fotografía? ¿Fueron difíciles sus inicios en este campo?
A.B. –La fotografía fue durante muchos años un “hobby”, una pasión, pero comencé a dedicarme a ella profesionalmente al concluir mis estudios universitarios. Fue un poco duro, pues no es muy fácil vender fotografías, más aún cuando yo nunca “mataba tigres”, es decir, siempre hice la fotografía que me interesaba, salvo pocas excepciones. Por eso al comienzo me apoyaba económicamente también en la cerámica, pues esa era otra de mis pasiones y de más fácil comercialización. Pero, poco después, al igual que pasó con la Biología –mi carrera- quedó eclipsada por la fotografía, que se convirtió en mi ocupación central.
F.F. -¿Cómo definiría su particular visión de las cosas? ¿Qué es para usted la fotografía?
A.B. –La fotografía es la manera que yo tengo de hablar. Es mi manera de contar las cosas, mi forma de resumir, de concretar, de llegar al otro. Como mi fotografía es básicamente el retrato, viene del otro y va al otro. Pasando por mí.
F.F. -El fotógrafo es un testigo privilegiado. La fotografía se produce en una fracción de segundo, ese instante que el ojo humano no es capaz de captar. También es un acto de contemplación, sensibilidad y entrega. El fotógrafo desea capturar el tiempo, o la memoria del tiempo, o la memoria… ¿Estoy en lo cierto o me equivoco?
A.B. -Depende. Hay muchas formas de ver la fotografía. Esa concepción tiene que ver con la fotografía como documento, que fue probablemente para lo que nació. Como forma de registrar la realidad, de conservar congelado un instante de tiempo.
Pero la fotografía también puede independizarse de la realidad, convertirse en herramienta para otra cosa, para una construcción posterior. En mi trabajo actual, por ejemplo, uso la fotografía para construir una ficción. Y aunque las fotos son originalmente “documentales”, por cuanto registran una parte de una realidad, su ensamblaje y construcción final ya no tienen carácter de documento, pues reflejan una realidad más bien pictórica, mítica, imaginaria. Sin embargo, como tú dices, trato de capturar la memoria del tiempo.
F.F. -La mayoría de sus trabajos están basados en el retrato. Con ellos, usted ha logrado captar y capturar el alma, la espiritualidad, la esencialidad del hombre y de las cosas… ¿Siempre hace retratos?
A.B. -Siento una especial fascinación por el retrato, pues es la gente lo que más me atrae en el mundo. El retrato, en mi caso, se distancia mucho de la fotografía en la que no aparece la gente. Porque el retrato implica una relación, un contacto que va más allá de la fotografía. Es decir, un contacto previo a la fotografía, una comunicación y confianza que permiten que luego –y solo luego- el modelo se entregue resueltamente a mi cámara. Sin esa entrega, a mi modo de ver, el retrato no fue logrado. Me parece que hacer retratos es lo más difícil, por ese requisito previo. Pero, al mismo tiempo, es el retrato lo que más me satisface, porque nada es tan atractivo y revelador como ver al otro.
F.F. –En ese sentido, ¿la fotografía es un momento desprendido, un instante descontextualizado, un soplo arrancado de la realidad? ¿Podría la fotografía desprender los sentimientos íntimos de una persona?
A.B. –Es un asunto de comunicación. La fotografía puede realizar el prodigio de entender los sentimientos íntimos del sujeto y revivirlos en el espectador. Pero que ese prodigio se logre depende del fotógrafo.
F.F. -Usted está desarrollando un proyecto a muy largo plazo titulado “Dioses de América”. Con ese proyecto usted pretende plantear la representación gráfica de las fuerzas míticas, dioses y personajes de diversas culturas indígenas de todo el continente americano. Tiene interés particular en representar a las deidades o fuerzas relacionadas con la naturaleza a partir del agua, el aire, el fuego y la tierra… ¿Cuál es su intención?
A.B. -Todas las imágenes míticas son patrimonio de la humanidad. Pertenecen a ese llamado “inconsciente colectivo”. Antes de comenzar este trabajo, llevaba años interesado en la representación gráfica de las imágenes sagradas para todas las culturas. Me sorprendía y fascinaba ver como se repiten esas imágenes una y otra vez a lo largo y ancho de la humanidad, con cambios apenas cosméticos. Me resultaba insólita esa universalidad de las imágenes, que sólo probaba que la humanidad es una sola, que todos tenemos las mismas angustias, los mismos sueños.
Al mismo tiempo, siempre había sentido una profunda admiración por las culturas indígenas del continente. Por su relación profunda con la naturaleza, por su sencillez, su vida plena. Fue entonces que pensé en desarrollar este trabajo, que es una propuesta iconográfica basada en las mitologías indígenas y desarrollada entre estas culturas y los magníficos paisajes que las rodean. Mi intención es plasmar gráficamente a esos dioses de la naturaleza, que son dioses de toda la humanidad.
F.F. -Generalmente usted trabaja con grupos indígenas que mantienen sus costumbres y tradiciones intactas, lo más puras, auténticas y conservadas posibles. En parte por su interés personal en conocer a dichas culturas, en parte por razones estéticas, pues para la representación de los dioses evita los elementos de la cultura occidental. ¿Cómo llegó usted ha esa conclusión?
A.B. –Otro de los puntos que me interesa resaltar en este trabajo es el de la pluralidad. En estos tiempos de “globalización” vemos una grotesca homogenización de la humanidad, una pérdida vertiginosa de todos los rasgos particulares, de todo aquello que pertenece a culturas tradicionales. Costumbres y detalles que llevaron miles de años en evolucionar, que surgieron de acuerdo a las particulares circunstancias de cada pueblo y que conforman la riqueza más esencial de la humanidad: su diversidad. Por eso me interesa que en esta serie “dioses de América” los rasgos occidentales estén ausentes, porque precisamente lo que quiero es destacar la existencia del otro, la existencia de culturas diferentes, de modos de pensar y actuar diferentes, aunque el contenido arquetípico –los dioses- puedan ser en esencia los mismos en todas partes.
F.F. -Los dioses indígenas usted los reconoce en el agua, en las piedras, en el viento, en las semillas, en los ríos, en las montañas, en las nubes, etc. Para aceptar, entender y comprender a esos dioses, ¿debemos sensibilizarnos más? En otras palabras, ¿debemos abrirle las puertas a la lluvia?
A.B. –Debemos abrirle la puerta a nuestro corazón, a nosotros mismos. Esos dioses indígenas, como antes mencioné, no son sólo indígenas. Son los dioses de todos, la imágenes que todos tenemos. El asunto es que ellos no están bloqueados ante sí mismos, no sienten que la naturaleza sea algo aparte del hombre, ni mucho menos que sea enemiga del hombre –como suelen pensar los occidentales. No fragmentan el cosmos hasta el nivel patológico en que lo fragmentamos los occidentales. Por lo tanto, ellos no sufren de tantas neurosis, de tanta soledad ni individualismos. Su concepción del mundo es más íntegra. Para nosotros todo eso está lleno de misterio, pero una llama interna siempre hay, pues desconozco, por ejemplo, que exista alguien que no se estremezca al ver la luna llena, cada mes. Junto a esa llama está la puerta que se abre a la lluvia.
A.B. –Eso no estoy seguro de poder responderlo, pues mi enamoramiento de la naturaleza es anterior a mi memoria. Siempre, desde niño, quedé hipnotizado por el mundo natural. Cuando a los otros niños les extasiaba la televisión, los juegos de pelota, las peleas, mi mundo giraba en torno a los insectos, las piedras, las plantas y animales, los insólitos paisajes del planeta. Afortunadamente mi familia incentivó esta vocación, de modo que tuve bastante material para digerir y tratar de saciar mi curiosidad. Por eso estudié Biología y por eso, a pesar de no ejercerla, mi fotografía está directamente vinculada a la naturaleza.
F.F. – En muchas de sus fotografías; específicamente en sus retratos, los rostros tienen relación con su contexto. El rostro cuenta una historia en relación al paisaje que lo rodea. Sus gestos, la postura, la luz, el color… todo, en sus retratos, es cuento, fabula, mito, historia…
A.B. –Gracias, eso es lo que persigo. Cada rostro es una historia. Lo que trato es de ajustarle a esa historia un contexto que la refuerce, que la confirme, tanto cuando realizo fotomontajes como cuando son fotografías directas.
F.F. –Ritos, mitos, costumbres y tradiciones ¿Cree usted que estas manifestaciones desaparezcan parcial o totalmente en el futuro?
A.B. –Temo que desaparecerán, en su gran mayoría. Una sombra negra nos va cubriendo, a una velocidad mucho mayor que la toma de consciencia. Yo no soy muy optimista, por eso trato de ver y recoger todo lo que pueda, pues ya queda poco.
F.F. –En un librito hermoso que lleva por título “El Legado Indígena”, el poeta Gustavo Pereira dice, conjetura, intuye, que la montaña de Guayamurí significa Madre del nuberío. Una palabra, un título, un vocablo, una expresión, ¿puede seducirlo a usted para crear una imagen, una fotografía?
A.B. -Es una imagen fuerte que me hace recordar la concepción indígena que he visto en varios lugares, de la montaña como madre de las aguas al ser la red que atrapa las nubes. Por lo demás, Guayamurí es particularmente hermosa, una verdadera Madre del nuberío…
F.F. -Se dice que la fotografía digital es el futuro. ¿Como vez el salto del carrete a la fotografía digital?
A.B. –La fotografía siempre ha dado saltos, como todo aquello basado en la tecnología. Este es el salto que nos toca ver a nosotros. Me parece que es un asunto meramente técnico. Cualquier romanticismo adjudicado a un asunto meramente técnico es una pérdida de perspectiva. Cada cual escoge su camino y su técnica de acuerdo a sus necesidades personales. No creo que sea un asunto en el que valga la pena ahondar.
F.F. –Se dice también todo lo contrario, que la fotografía digital no es fotografía. ¿Qué opina al respecto?
A.B. –Creo que ya te respondí eso y no tengo más qué agregar. La fotografía es la fotografía, el tema de la técnica usada es otro.
F.F. –Un rasgo característico de su trabajo es la manipulación y digitalización de la fotografía, es decir; de la imagen y todos sus elementos. La manipulación y digitalización del color, manipulación y digitalización de la luz, manipulación y digitalización de el tiempo y el espacio…
A.B. –Así es. Como te mencioné, la fotografía es para mí una herramienta. Me gusta componer, crear imágenes. No tengo facilidad para la pintura, ni el dibujo, ni los pigmentos. La manipulación digital me permite llegar a la imagen que deseo a partir de fotografías originales que a veces casi no tienen relación con el resultado final. Es una maravilla para mí poder incidir y adecuar todos los componentes de la imagen (color, luz, composición, profundidad, significado, etc) para construir una imagen que es totalmente ficticia, producto de la creación, pero que fue construida a partir de fotografías de la realidad.
F.F. -¿Cuál es el nivel de valoración que usted le da a una fotografía suya?
A.B. –Yo le dedico mucho tiempo, esfuerzo y expectativa a cada imagen. Por eso mis fotografías son como frutos. Seguramente soy yo la persona que más valor le da a mis fotografías, porque son una parte de mi vida.
F.F. –Dentro del arte o de la fotografía contemporánea, ¿en qué tendencia se situaría? ¿Cómo definiría la fotografía que hace? ¿Cómo precisaría usted su trabajo?
A.B. –Eso lo dejo en manos de los críticos. Yo siempre he tratado de mantenerme al margen de las tendencias y las modas. Prefiero la libertad y la autonomía. En todo caso, hubo una definición que le oí a Edgard Moreno, y que se aproxima: “fotodocumentalismo plástico”.
F.F. –Esa es una hermosa definición, una bella concepción con respecto a su trabajo.
A.B. -Sin duda.
F.F. -Gabriel Gazsó, Luis Brito, Nelson Garrido, Enrique Hernández D’Jesus, Francisco Beaufrand, Vasco Szinetar, Alexis Pérez-Luna… -¿Con cuál de estos fotógrafos se identifica más? ¿Qué lo une y qué lo diferencia de ellos? ¿Quiénes son los fotógrafos de cabecera de Antonio Briceño?
A.B. –Entre los que mencionas, me identifico más con Luís Brito y Alexis Pérez-Luna, por su rigor, su acercamiento, su sensibilidad. A mi me interesa también el trabajo documental, aunque en la actualidad mi trabajo vaya por otro rumbo.
También valoro mucho el trabajo de Edgard Moreno y Antolín Sánchez, de Venezuela. No hay muchos más en la lista internacional: Cristina García Rodero, Vick Muniz, González Palma, Rio Branco, Cravo Neto, Salgado.
F.F. –Todo fotógrafo necesita de una mirada noble, atenta, profunda, mágica, lúdica, sensible, lírica… Todo fotógrafo necesita de la mirada del antropólogo, el vistazo del lírico o del poeta. ¿Cuánto de antropólogo, de lírico, de poeta, hay en una mirada suya? ¿Cuánta intensidad poética hay en su trabajo?
A.B. –La antropología es una de las ciencias que más me ha fascinado desde siempre, porque me encanta el hombre y su cultura. Ese es también el centro de mi trabajo. En cuanto a la poesía, la relaciono más con la estética. Siento que la belleza tiene un gran poder transformador sobre quien la contempla. Por eso recurro a ella como fuerza transformadora, porque me interesa conmover. Me interesan más las emociones que hablarle a la razón y al intelecto, un poco ciegos sobre sí mismos.
F.F. –¿Se considera un fotógrafo conceptual o intuitivo?
A.B. –Ambos.
F.F. –Sin duda, lo más importante de la fotografía es que nos ha enseñado a mirar, a ver las cosas, palparlas, doblarlas poco a poco con la mirada. ¿La fotografía nos ha enseñado a mirar?
A.B. –Me parece que nos ayuda a detenernos. Siempre andamos apurados, nadie se detiene a mirar nada. La fotografía obliga a mirar porque está detenida en el punto que se quiere destacar. Ahí no hay alternativa: miramos o miramos.
F.F. –Si le nombro curiara, guayaba, churuata, piragua, yuca, cocuyo, carapacho, totuma, bejuco… ¿qué me respondería?
A.B. –Te diría cantos, visiones eternas, selva, yaguar, hombres de maíz y de tierra, voces antiguas como las estrellas, cascadas en todas las direcciones y un río como el mar.
F.F. -Una última pregunta para despedirnos, ¿la fotografía es un testimonio, una reiteración, una presencia?
A.B. –Las tres cosas, y muchas más. La fotografía es un espejo.
Más información sobre Antonio Briceño:
http://www.antoniobriceno.com.ve/
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