martes, 28 de octubre de 2008

Ramón Palomares: “La poesía me regaló un sabor a caujara y mandarinas”.

Ramón Palomares nació en Escuque, Estado Trujillo, Venezuela, el 7 de mayo de 1935. Es una de las grandes voces de la poesía venezolana e hispanoamericana. Maestro y especialista en lenguas clásicas, es profesor jubilado de la Escuela de Letras de la Universidad de los Andes. Contribuyó a la formación del grupo “Sardio” y de “El techo de la ballena”. En su poesía vive la palabra oral, las tradiciones, los campos, los paisajes, los saberes y sabores de los Andes venezolanos. Toda su obra poética lo testimonia. Ha publicado: “El reino” (1958); “Paisano” (1964); “Honras fúnebres” (1965); “Santiago de León de Caracas” (1967); “El vientecito suave del amanecer con los primeros aromas” (1969); “Adiós Escuque” (Poemas 1968-1974); “Elegía 1830” (1980); “El viento y la piedra” (1984); “Mérida, elogio de sus ríos” (1985); “Poesía (Antología)” (1985); “Alegres provincias” (1988); “Lobos y halcones” (1997); “En el reino de Escuque” (2006); “Vuelta a casa (Antología)” (2007). Es Premio Nacional de Literatura (1974), Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora (2006), y Doctor Honoris Causa de la Universidad de los Andes.

Franklin Fernández.


F.F. -¿Cuándo y cómo comenzó Ramón Palomares a dedicarse a la poesía?

R.P. –Ya de adolescente me encontré por demás seguro de que mi acontecer -mi vida-, se resolvería en una arena intelectual. Mi ser interior se pronunciaba por la escritura, la pintura, el dibujo, el habla bien estructurada y de sonido sensible.

F.F. –En principio, ¿quiénes fueron sus poetas predilectos?

R.P. -Los primeros libros para niños habían abierto un campo fértil en mi imaginación, y la naturaleza, el ámbito familiar donde la Poesía no era una desconocida, si bien modesta y relacionada con el humor y las salidas oportunas, -Familiares poetas, humildes en su condición intelectual de corresponsales de provincia- y la provincia era realmente provincia, habían sembrado en su entorno el reconocimiento debido a los versos y ya Rubén Darío trasteaba por aquella mi casa con paso etéreo porque en realidad levitaba.



F.F. -¿Por qué decidió ser poeta?

R.P. -Una tarde revolviendo el ocioso armario que servía como cancel para una sala pequeña, encontré un libro con imágenes de focas y leones marinos, y un águila que desgarraba con el pico un cordero. Poco más allá de estos mares y la devastación del sacrificio descubrí los ojos de una mujer que se abrían solo para mí en su secreto. Pienso que era la Poesía, y su condición auténtica sigue convenciéndome.

F.F. -¿De qué se nutren sus primeros recuerdos literarios?

R.P. –Mis primeros recuerdos están impregnados de pobreza: un arbolito pocas veces coloreado de frutas, unas gallinas, unas palomas y algún felino merodeando en los matorrales, y una carretera maltratada de muchas grietas y pedruscos. Más tarde el día cambió y reviví en un patio frondoso, todo de almendrones, helechos y hojas de pandeaño- árbol del pan; en este nuevo acontecer la Poesía me regaló un sabor a caujara y mandarinas.



F.F. -¿Quién o qué lo motivó a la escritura?

R.P. –Los amigos que compartíamos las vacaciones entre novias, malla y pelota de voleibol, poemas y preocupaciones políticas -eran tiempos de la dictadura de Pérez Jiménez-. Emprendimos un semanario y entre otras cosas el verso se dejaba contemplar en más de un amplio espacio.

F.F. -Esos espacios a los que se refiere, ¿quedaban en Escuque, en Caracas, en Boconó?

R.P. -En Caracas, el espacio intelectual se hizo más amplio, otros amigos se juntaron a los anteriores y el mundo se abrió convertido en una hermosa y terrible pasión por la belleza, la literatura, el arte, y la necesidad de proyectarse en alguno de sus preciosos espejos.

Los estudios que llevaba adelante en mi formación profesional se hallaban en armonía con esa atmósfera de irrealidad y ensueño, y solo infaltables espectros como la pobreza con sus alfiles de hambre, humillaciones y necesidad, en sospechosa connivencia con el peligro hecho de aquella atmósfera represiva y amenazadora, acentuaban en la gran magia su color infamante.


F.F. -¿Era Caracas para aquel entonces un paraíso o, por el contrario, ya era un infierno?

R.P. -Caracas entonces era un Paraíso donde el mal iba y venía a sus anchas. En esos espacios sinuosos entre el esplendor juvenil y el desgarramiento bailaba la poesía. Yo, como en cualquier fiesta de muchachos la sacaba a bailar y el paso de baile me gustó tanto que todavía siento bailar con ella, sea en el piso encerado de esperma o en la ventisca que anuncia y revuelve las tormentas.

F.F. –Algunos lo consideran un poeta típico. Otros, en cambio, lo consideran un poeta atípico. ¿Se considera usted un bardo tradicional?

R.P. –Como sabes no hago poesía rimada, tampoco su ritmo se fundamenta en un sentido tradicional ni acostumbro planificar los textos a escribir.



F.F. -Si tuviera que definir su obra, ¿cómo la definiría? ¿Qué calificativo usaría?

R.P. -En principio la escritura de poesía -en cuanto a mi idea personal de ella- ha de ser todo lo espontánea posible, aun cuando la idea que la mueve permanezca mas o menos estable, incluyo en esto último experiencias particulares como ALEGRES PROVINCIAS y, mucho antes HONRAS FUNEBRES que considero fundamentalmente solo un ejercicio de escritura.

F.F. -¿Cuál es la idea del poema en la obra de Ramón Palomares?

R.P. -Creo adecuado decir que la idea del poema genera su propio lenguaje. Mi trabajo en todo caso abarca lenguajes diferentes y es claro advertirlo. Abarca asuntos muy diversos.

Fotografías de Franklin Fernández.

Leonardo Tezara: “Sin la pintura no vivo. Sin la pintura no puedo vivir”.



Leonardo Tezara nació en San Francisco de Macaira, Estado Guárico, el 11 de abril de 1945. Es un pintor autodidacta de reconocida trayectoria. La naturaleza es su mayor inspiración. En sus comienzos, pintaba sobre discos de acetato pequeños pasajes: “Llegué a pintar hasta cincuenta long plays diarios, pero comprendí que por ese camino no iba a ninguna parte”. Se inició en la pintura en los años sesenta. Ha participado en más de treinta exposiciones de artes plásticas a nivel nacional, entre las que destacan: “Leonardo Tezara”; Museo de Arte Popular de Petare (1988 y 1991), “Certamen mayor de la Artes y las Letras” (2006), VIII Bienal de Arte Popular “Bárbaro Rivas” (2006), “Leonardo Tezara: cuentos, encantos y encantamientos” (1994), “Cuatro Naifs Painters from Venezuela”; Museo nacional de Trinidad y Tobago (1993), I Bienal de Arte Popular “Salvador Valero” (1986), “Leonardo Tezara”; Sala anexa del Museo de Arte Contemporáneo (1976), entre otras.

F.F. –Me gustaría que me hablara un poco de su trabajo plástico, específicamente de sus pinturas, de sus paisajes. ¿Por qué el tema del paisaje es una constante en toda su obra?

L.T.
–Mira, la verdad es que no sé. Sólo recuerdo que empecé a trabajar en los años 60. No sé por qué trabajaba, sólo sé que me gustaba la pintura y comencé a pintar. No tenía conocimiento de las artes plásticas. No tenía conocimiento ni de la pintura, ni de los pintores. Yo hacía dibujo y no sabía por qué lo hacía, yo pintaba y tampoco sabía por qué lo hacía. Un día me pregunté, ¿será que yo puedo conseguir trabajo con esto? ¿Será que me llegó a una empresa y me contratan por este trabajo que estoy haciendo? (risas).

F.F. –¿Y se llegó hasta una empresa a buscar trabajo?

L.T. -Me fui a la capital a los 16 años a buscar trabajo. Quería ganarme unos reales. Pero resulta que el cuento no era así (risas), resulta que el cuento era otro.

F.F. -¿Pero lo contrataron en alguna parte?

L.T. –Sí. Conseguí trabajo en la capital, tuve que trabajar en varios sitios. Hice de todo. Pero yo seguía con mi trauma de la pintura.


F.F. -¿Pero trabajó usted cómo pintor?

L.T. –Siempre decía: -yo debería ser pintor, porque casi lo soy-. Aunque estuviera haciendo otra cosa. La verdad es que yo no sabía que estaba haciendo algo bueno y a la larga me resultó.

F.F. -¿Y más adelante qué hizo?

L.T. -Llegó un momento que la gente comenzó a ir a mi casa. Y me dí cuenta que los cuadros comenzaron a desaparecer de las paredes (risas).

F.F. -¿La gente comenzó a comprar sus pinturas?

L.T. -A veces regalaba mis cuadros, a mis amigos le gustaban mucho mis pinturas. A las mujeres bonitas se los regalo (risas).

F.F. -¿Pero vendía usted sus obras en aquel momento?

L.T. -Yo no sabía que el arte se vendía. Lo veía como un trabajo que me podía beneficiar, pero no así. Era inocente aún en muchas cosas.

F.F. –Rememoro la primera pregunta sobre el tema del paisaje. ¿Por qué el paisaje?

L.T. –El paisaje fue naciendo de mí, de adentro hacia afuera. El paisaje es mi mayor inspiración.

F.F. –¿Imagina usted sus paisajes?

L.T. –Sí. Yo pinto de la imaginación. A veces también utilizo alguna revista o algún periódico. Yo antes pintaba otro tipo de cosas. Recuerdo que una vez pinté a un ahorcado.

F.F. ¿A un ahorcado?

L.T. –Sí, pinté a un hombre que consiguió a la mujer con otro. La mujer le estaba montando cachos (risas). Fue un cuadro durísimo de vender, porque en ninguna parte lo querían (risas)…

F.F. –Usted tiene algo muy especial: el humor. Cuando usted habla, utiliza mucho el humor, la gracia, usted se ríe mucho, usted es muy humorista… ¿Por qué?

L.T. –Perdone usted mi ignorancia, pero no conozco esa palabra, no sé lo que significa la palabra humor…

F.F. –Bueno, esa chispa, esa picardía que usted tiene para hacer reír a las personas…

L.T. -¡Ah, ya, ya, bueno!... Yo digo siempre cualquier cosa, pero soy inocente. Soy inocente de lo que estoy diciendo.


F.F. -¿Acaso habla usted sin pensar?

L.T. -Soy inocente, no un ignorante (risas). Por ejemplo, yo era muy amigo de la señora de Juan Calzadilla, Amanda Calzadilla, por allá en los años 70 en Fundarte. Ella siempre que me veía, decía: -¡Ay, llegó Tezara, ya se me va a levantar el ánimo!-. Conmigo, ella siempre estaba riendo. Cualquier palabra que yo decía, a ella le producía risa.

F.F. –Es evidente que esa alegría, esa magia la lleva usted también a sus pinturas…

L.T. –La gente siempre está feliz con mis cuadros. La gente siempre se va contenta cuando me compra algo.

F.F. -¿Qué es la pintura señor Tezara? ¿Qué es el arte para usted?

L.T. –Para mí es como un gozo, una alegría. Es el amor, la paz, el querer. El arte es un reflejo de la humanidad.

F.F. -¿Un reflejo de la humanidad en qué sentido?

L.T. –En el sentido de que es una historia. El arte es una comunicación hacia la gente. La misma gente me lo expresa cuando me habla. Muchos me dicen que se relajan cuando miran un cuadro mío. Lo que yo hago, la gente lo comunica.

F.F. –¿Lo que usted está haciendo tiene un impacto sobre la gente?

L.T. –¡Claro, claro! Yo hago la armonía a través de Dios. Dios es el maestro de todos nosotros, porque nosotros somos los que copiamos su naturaleza.

F.F. -¿Se considera usted un artista popular o un artista ingenuo?

L.T. –Una vez leí que yo era un “Leonardo Primitivo”. Eso lo leí en la revista ÉLITE, en el año 67. Yo no sabía lo que quería decir eso, como yo estaba nuevo en la cosa, yo me pregunté: -¿Será que soy como uno de esos bichos grandes, un animal prehistórico?-. (Risas)…

F.F. -Bueno, Sofía Imber lo compara a usted nada más y nada menos que con Henri Rousseau...

L.T. -Cierto, Sofía Imber hizo un escrito, una presentación para mí. Ella me comparaba con un marginal. Como yo no sabía lo que significaba aquella palabra, yo me decía: -¿Seré marginal porque yo imagino mucho?- (Risas). Entendí después que ella me comparaba con un marginal; porque yo era del barrio 23 de enero (risas). Algunos me decían: -¡Mira, Tezara, te insultaron!-. Y yo le respondía: -No, no me insultaron-. Ya que Sofía también me comparaba con Henri Rousseau, Bárbaro Rivas y otros pintores más. Además ella me compró en una exposición nueve obras mías, siendo un pintor novato. Hasta la criticaron porque ella me realizó una exposición individual en el Museo De Arte Contemporáneo de Caracas.

F.F. –Sin la pintura, ¿qué haría Leonardo Tezara?

L.T. -La verdad, no sé. Sin la pintura no se vive. Sin la pintura no vivo. Sin la pintura no puedo vivir.

Gustavo Espinoza “Lelé”: “Yo soy un empañetador de lienzos, yo soy un obrero de la pintura”.



Gustavo Espinoza “Lelé”, nació en Urachiche, Edo. Yaracuy, Venezuela, en 1940. Egresó de la Escuela de Artes Plásticas “Carmelo Fernández”, en la primera promoción de esa casa de estudios, ocurrida en el año de 1963. Ha realizado un sin número de exposiciones individuales y colectivas en diferentes ciudades del país: Caracas, Valencia, Barquisimeto y Coro. Aunque prefiere exponer desde hace muchos años de manera informal en las calles de San Felipe. Se considera un pintor del pueblo, un cronista del pueblo, un artista urbano que también ha explorado la temática religiosa, fundamentalmente las escenas de la Pasión de Cristo.

F.F. -¿Quién es Gustavo Espinoza Lelé? ¿Por qué Lelé?

G.L. –Bueno, chico, tú sabes… yo me siento feliz y contento porque yo tenía una salud enorme. Y estando joven yo era muy buen deportista. Corría mucho, jugaba a la pelota, jugaba bolas criollas. Mi padre, el hombre que me crió pues, jugaba también a las bolas criollas pero desde un punto de vista monetario. Lo hacía en el Country Club, al lado del Parque Junín. Allí había una cosa que se llamaba el Club Social. Cuando él jugaba bolas, a veces le decían tras pelar un boche: “Peló Lelé”. Como él me llevaba a mí a todas partes, a mi me decían “Lelecito”.



F.F. –¿Cuando comienza usted a interesarse por la pintura?

G.L. –Bueno, tú sabes que yo ingreso a la Escuela de Artes Plásticas “Carmelo Fernández” sin ninguna inquietud artística. Soy realista. Era muy malo en la práctica, pero en las materias teóricas era bueno. Sacaba muchos veintes. Por ahí están los boletines. Me gradué, dí clases, viajé a Caracas, conocí a muchos artistas… Parece mentira que después de todo ese esfuerzo, aún no tenía inclinación hacia el arte. O sea, es decir; dedicarme de lleno al arte, investigarlo, sentirlo profundamente… y no sólo verlo como un mero trabajo. Yo odiaba tener un pincel en las manos. Odiaba dar clases de pintura. La verdad es que no lo sentía, no lo valoraba. Creo que fue porque tuve problemas con el alcohol. Bebía mucho, perdí a mi mujer por ello.

F.F. -¿Con esa hecatombe de la bebida lo perdió todo?

G.L. –Bueno, sí. Lo perdí todo: mujer, casa, amigos. Yo le pedía a Dios que me quitara todos esos vicios. Y hubo un cambio en mí latente, palpable en el espíritu. Un cambio que sentí en el alma. Posteriormente comienzo a valorarme, comienzo a sentir verdaderamente de que yo soy un artista, de que yo soy un graduado de la escuela de artes plásticas.

F.F. –¿Y qué hizo después?

G.L. –Bueno, comienzo a hacer un análisis interno. Luego externo. Me refiero a que comienzo a hacer un análisis de todos los artistas (para aquella época), que había en el Estado Yaracuy. Me doy cuenta que nadie se había dedicado a pintar lo nuestro. Nuestras calles, sus negocios, las costumbres populares de nuestro estado. Ninguno se había preocupado de eso. Así que decidí dedicarme yo, aún pensando en que se me iba a hacer difícil. Y lo hice no para comercializar con el arte. Tampoco creía que me iban a estar dando premios por eso. Lo hice por una satisfacción interna.


F.F. –¿Y eso le trajo otras satisfacciones?

G.L. –No. Las personas son destructivas. Aquí muchos me quisieron destruir. Algunos decían que yo era loco. Porque yo estuve en “Potrerito” y estuve dos años en “Bárbula”, no lo niego. Ahora lo digo con mayor libertad, con sinceridad, con honestidad. Y lo digo por radio, por prensa y por televisión. No tengo porque avergonzarme.

F.F. –No sabía lo de su paso por esos hospitales psiquiátricos. Pero, ¿por qué estuvo usted en Bárbula? ¿Lo consideraban a usted un loco?

G.L. –Es bueno recordarle a la gente, que los psiquiatras no me encontraron a mí nada de nada. Nada de loco, ni nada de esquizofrénico. Cuando fui a Bárbula los psiquiatras se lamentaron. A pesar de que yo tenía más de tres meses bebiendo, les contesté todas sus preguntas. Se impresionaron mucho. Por eso te repito, las personas son destructivas. Todo lo que me hicieron, todo lo que inventaron, lo fantasearon por el interés de una casa y de un terreno, de un terrenal…

F.F. –¿Y es a partir de esa experiencia que comienza usted a pintar con verdadera vocación mística?

G.L. –Sí. Después que dejo los vicios, comienzo a pintar. A pintar algo diferente. Comienzo a pintar personajes populares como “Juan Rubén”, “Julio Sosa”, “La vieja de los chivos”, “Pavo Relleno”, en fin… Luego fui a pintar una tarde de “Toros Coleados” en honor a un gran coleador de nombre Pedro Malla. Pinté también a “El negro Avendaño”, “El chato Parra”, muchos a los que conocí en la manga vieja. Todo lo que uno se propone lo logra, conciente o inconscientemente, gracias al creador. Si existe, evidentemente, una comunicación directa con él. Y hoy día, por muchas partes, tu vez una tarde de toros coleados con el nombre de “Gustavo Espinoza Lelé”.

F.F. –Pero, ¿se considera usted actualmente un artista nato, un artista como tal, un artista auténtico, acreditado y genuino?

G.L. –Yo nunca me he considerado un artista, nunca. Aunque ahora me valoro un poco más como artista. No es una contradicción. Yo siempre lo que le he dicho a la gente es que yo soy un empañetador de lienzos. ¿Sabes por qué soy un empañetador? Yo he ido mucho a los campos, me gusta mucha unirme al campesino, al hombre humilde y sencillo. Yo he ido a los campos y he visto que el campesino cuando está haciendo una casa, es un artista. Cuando está sembrando, es un artista. Son artistas porque lo que lo hacen, lo crean a partir de una cantidad de herramientas que ellos mismos fabrican. Para mí eso tiene un valor trascendente. Ahora, ¿qué pasa? Yo los vi empañetando cosas, creando cosas, pintando con los dedos. Mientras que nosotros nos valemos de pinceles. Y yo me dije: -es mejor empañetar, es mejor trabajar con las manos, es mejor ser un obrero-.

F.F. ¿Se considera usted un obrero de la pintura?

G.L. –Un empañetador, te lo repito. Esa es la pureza de mi pintura. El “empañetador” es un obrero, un maestro constructor, un creador. Un obrero pues; como tú bien dices. ¿Si me considero un obrero de la pintura? Pues, sí. El empañetador es un creador, es el obrero que hace los empañetes y paredes parejitos. Por lo tanto, yo soy un empañetador de lienzos, yo soy un obrero de la pintura. Nada más soy.


F.F. -Su estilo es muy diferente, ¿no? …

G.L. -Mi estilo es muy diferente. Por cierto, se me hace fácil cambiar de estilo. Porque yo pinto lo que quiero. No soy un gran artista, ni creo que llegaré a serlo. Pero me siento muy feliz conmigo mismo. No soy un hombre del pasado, soy un hombre del presente y tal vez del futuro. Lo que hago, lo asumo como un ejercicio de respeto y como un ejercicio espiritual.

F.F. –Para usted, ¿qué es la pintura?

G.L. –Para mí la pintura es algo que nace con nosotros. Es algo que nace en nosotros, porque hay algo interno que no se puede independizar de tu vida. La pintura es la vida misma. Hay algo interno que lo testimonia. Hay algo interno que se impone y te obliga a realizar, a exteriorizar ese algo. Pasando las circunstancias, pasando los obstáculos, pasando las vicisitudes…

F.F. –Una última pregunta Gustavo. ¿El artista nace o se hace?

G.L. –Pienso que el artista nace. El artista no se hace, el artista nace. Creo que en el mundo hay muchos artistas, hay muchos pintores que llenan lienzos, llenan grandes espacios, masifican a las personas porque masifican sus ganancias. Son artistas que están vacíos por dentro, están divorciados de su mundo espiritual, de su mundo interior. Conseguir a un verdadero artista es algo difícil, es casi un milagro.