viernes, 21 de septiembre de 2007

Gustavo Pereira: “La poesía es un salvoconducto de lo humano ante sí mismo y tanto como una razón estética una fuerza moral”.

Gustavo Pereira, fotografías de Franklin Fernández.


Gustavo Pereira nació en Punta de Piedras, Isla de Margarita, Venezuela, en 1940. Es poeta y ensayista. Se doctoró en estudios literarios en la universidad de París. Fue fundador del Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales y del Centro de Investigaciones Socio-humanísticas de la Universidad de Oriente. Asume activamente el compromiso social y político: “La política parece una sombra que nos sigue a todas partes, no podemos eludirla, querramos o no”. Su poesía es de gran importancia para comprender el nuevo quehacer poético venezolano. Su lenguaje es directo, conciso, despojado, imaginativo, lúdico, irónico, provocador. No en vano nos dice: “SOMARI. / El inútil intento de acercarse a la verdad / conduce a otros intentos…” Es uno de los poetas venezolanos más importantes de su generación y de la historia literaria venezolana. Formó parte del grupo “Símbolo” (1958), y fue director-fundador de la Revista “Trópico Uno” de Puerto La Cruz. Ha publicado más de treinta libros, entre los que destacan: Preparativos del viaje (1964); En plena estación (1966); Hasta reventar (1966); El interior de las sombras (1968); Los cuatro horizontes del cielo (1970); Poesía de qué (1971); Libro de los Somaris (1974); Segundo libro de los somaris (1979); Vivir contra morir (1988); El peor de los oficios (1990); La fiesta sigue (1992); Escrito Salvaje (1993); Antología poética (1994); Historias del Paraíso (1999); Dama de niebla (1999); Oficio de partir (1999); Cuaderno Terrestre (1999); Costado indio (2001); Poesía De Bolsillo (2002); Sentimentario (2004); Poesía Selecta (2004); Los Seres Invisibles (2006), entre otros. Fue director de la Revista Nacional de Cultura (1999-2002). Ha recibido reconocimientos como el Premio Joven Poesía de las Universidades Nacionales (1965), el Premio Único del Concurso Latinoamericano de Poesía de la revista Imagen (1970) el Premio Fundarte de Poesía (1993), el Premio Municipal de Poesía de Caracas (1988), el Premio de la XII Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1997) y el Premio Nacional de Literatura (2000).

Franklin Fernández.

F.F. –Dice Luis Alfredo Arango: “En el mundo indígena, cuando un hombre está predestinado para ser sacerdote, oficiante de los ritos ancestrales de su pueblo, tiene una serie de sueños iniciáticos que le revelan su destino”. A usted, ¿se le reveló en sueños su destino? Antes de ser poeta, ¿qué le revelaban sus primeros sueños, sus visiones, sus ilusiones, sus imágenes, sus fantasías?

G.P. –Los sueños de infancia pertenecen a la desmemoria, o tal vez la infancia no es más que un sueño soñado a deshora.

F.F. –Usted publicó su primer poemario en 1961 bajo el nombre Los tambores de la aurora, con dibujos de Alirio Palacios. Posteriormente, en 1964, publica su segundo libro de poemas; Preparativos del viaje. A partir de esa fecha, usted ha desarrollado una significativa obra literaria que incluye más de treinta libros de poesía, ensayos, notas críticas y literarias. ¿Estoy frente a un abogado, un ensayista, un educador, un hombre de pueblo? ¿O estoy sencillamente frente a un trovador, un lírico, un poeta?

G.P. –¿Poeta yo?, se preguntaba José Asunción Silva, ¿llamarme a mí –decía- con el mismo nombre con que han llamado a Homero, a Dante, a Shakespeare, a Shelley? Y se respondía: ¡Qué profanación!

No era un exceso de modestia, sino la convicción de que en el fondo, como nos pasa a algunos, se sentía eterno aspirante a serlo. Y lo decía él, que fue tan gran poeta. Su célebre Nocturno sigue siendo, al menos para mí, el más hermoso poema de la lengua castellana. Ser poeta entraña desde luego una vocación, pero también una condición y un oficio (en sorna me he atrevido a llamarlo “El peor de los oficios” y así titulé, en 1990, un libro de notas sobre poetas y poesía publicado por la Academia de la Historia, reeditado el año antepasado por la Editorial Arte y Literatura de Cuba). Con los años he llegado a la convicción de que uno está escribiendo siempre el mismo poema, y lo borra o lo tacha o lo enmienda interminablemente y tal suplicio nos convierte en eternos Tántalos. Por lo demás, como nadie aquí puede procurarse la vida sólo escribiendo versos, he tenido que ejercer desde niño diversas ocupaciones para ayudar a mis padres, graduarme de abogado y ejercer durante cinco años, y luego ser docente universitario durante veinticinco y al unísono escribir trabajos y hacer investigaciones de distinta índole.

En cuanto a lo de hombre de pueblo, tal ha sido mi pertenencia. Por naturaleza o timidez vivo ajeno a los ambientes intelectuales, congresos, cocteles, ceremonias sociales y figuraciones, aunque a veces la amistad y el deber me han tendido sus lazos y hecho sucumbir.

F.F. –En ese sentido, ¿estoy frente a un hombre de tierra firme o un hombre de mar?

G.P. –Nací, fui criado y vivo a orillas de la mar, pero, eterna dualidad del inconforme –o del idiota-, no pocas veces añoro la montaña, los ríos, la selva o la llanura.


F.F. -Usted es uno de los poetas venezolanos más importantes de su generación. Formó parte del grupo “Símbolo” (1958), y fue director-fundador de la Revista literaria Trópico Uno (1964), la cual tuvo su centro de gravedad entre Puerto La Cruz y Barcelona. La cuarta pregunta sería entonces sobre sus primeros años de vida en el oriente del país. Me gustaría que me precisara, ¿cuándo, cómo y dónde comenzó Gustavo Pereira a descubrir su mundo, a palparlo, a describirlo, a develarlo? ¿Cuándo, cómo y dónde fue su primer contacto con la poesía?

G.P. -Nací en la isla de Margarita y siempre, desde los tres meses de mi edad, he vivido en la bahía de Puerto la Cruz de donde nunca he salido sino en pocas ocasiones para irme a estudiar. Vengo a ser una suerte de desterrado profesional que desde niño, cuando estos lugares eran apenas una pequeña y loca aventura urbana potenciada por la desmesura petrolera –aunque sin agua, sin luz eléctrica, con calles de tierra y fango pero con cinco salas de cine que significaron para mí lo más cercano a la gloria- aprendió a temerle a eso que llaman progreso. Cuando aquel puerto de aguas transparentes, de balandras y trespuños, de amistades y de calor humano, pasó a ser ciudad –o por mejor decir, esta caricatura de ciudad- el destierro pasó, de ser ilusorio, a verdadero. Tal vez en ese momento la poesía tocó en serio a mi puerta, porque mis primeros versos los escribí a bordo de un tanquero petrolero, en Maracaibo, a los once años.

F.F. -¿Y qué fue lo primero que se le reveló al descubrirla, al entrar en contacto directo con ella?

G.P. –Que tenía en las manos algo inasible y al mismo tiempo corpóreo, la palabra, con la cual, de algún modo, me apropiaba de algo también intangible y orgánico. Me apropiaba no en el sentido de privativa pertenencia, por el contrario, era la palabra quien se apropiaba de mí. Supe desde entonces que la palabra servía para crear y destruir, para poseer y desposeer, para nutrir y debilitar, para quitar y restituir, para abdicar y resistir.

F.F. –Es evidente que su entorno alimenta de manera directa su vida, su forma de ser, de sentir y de pensar. En ese sentido, ¿la poesía es una forma de ser, una manera de sentir y de pensar? ¿Un poeta es su sentimiento? ¿O es su pensamiento, el pensamiento que lo acoge?

G.P. -La poesía acaso es todo eso, una forma de ser, una manera de sentir y un modo de pensar. Como decía Juan José Arreola, la rueda de este vehículo intelectual puede ser una pieza de queso parmesano o la imagen de la luna sobre el agua, según temperamento.

F.F. -¿Qué motivo le bastó para dedicarse definitivamente a la literatura, a la escritura, a la palabra escrita, a la poesía oral?

G.P. –Supongo que se nace con la inclinación, que se convierte en vocación, que se convierte en trabajo incesante.


F.F. -¿Escribe por destino o por vocación? ¿Escribe para crear un mundo, para dejar huella, para dar vida a sus recuerdos? ¿Para qué y por qué escribe Gustavo Pereira? ¿Para qué sirve su poesía?

G.P. –Responderte todas esas preguntas requeriría de muchas páginas, además del buen tino de eludir los lugares comunes característicos. No sé si fue Borges quien dijo que la poesía se nos aparece casi siempre como nostalgia: sólo ésta hace propicia la atmósfera que la revela. En todo caso siempre simbolizará el misterio, y el misterio, ya se sabe, es misterioso.

Se necesita mucha insensatez –si insensatez significa poca sesudez y no “sin sensatez”- para ser o intentar ser poeta, y la insensatez, como diría William Blake, es un laberinto sin fin. Habiendo tanto oficio redituable y prestigioso, mucha gente se asombra de que aún exista gente supuestamente entregada al éter, condenada a la bohemia, ajena a las sacrosantas costumbres y ceremonias establecidas y adicta, por añadidura, a las “boberías” de la palabra.

Esa misma gente acaso se sorprende cuando se entera de que la mayor sala del país, la Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, resulta insuficiente para contener el número de amantes de la poesía que acuden al Festival Mundial todos los años, y tiempo atrás ocurría lo mismo en la Semana de la Poesía que organizaba, bajo la dirección del poeta Santos López, la Casa de la Poesía. Me parece que nadie ha hecho una encuesta entre esas personas para indagar por qué van a perder su tiempo allí en lugar de aprovecharlo en menesteres menos etéreos. Tal vez esto responda a tu pregunta. Mientras existan seres sensibles habrá amantes de la poesía, y mientras existan amantes de la poesía habrá poesía, y mientras exista poesía habrá poetas y aspirantes a poetas que la escriban.

Pero si no hubiera amantes de la poesía ¿no crees tú que ésta, de terca, siempre estará allí, cerca del corazón humano, aunque nadie sepa que esté?

F.F. –Sin duda. La poesía es indefinible, tangible e intangible, visible e invisible, efímera, fugaz y volátil. La poesía es muy poderosa…

G.P. –Tal vez sea más bien un anti-poder, porque su poder se funda en lo insondable.

F.F. -¿Cuál es su concepción de la poesía?

G.P. –La poesía es un salvoconducto de lo humano ante sí mismo y tanto como una razón estética una fuerza moral.

F.F. –En usted, dentro de esa fuerza ética y moral, ¿la poesía es una necesidad primaria?

G.P. –Absolutamente.



F.F. -Decía Cioran que un pensamiento fragmentario refleja todos los aspectos de la vida, todos los aspectos de nuestra propia experiencia. Usted es un hombre de fragmentos, un pensador fragmentario, un poeta riguroso, preciso, un ensayista conciso. Lo mejor de su vida y obra está reflejado allí. No en vano, el Somari, esa huella personal de la lírica de Gustavo Pereira, se mueve entre el fragmento, el epigrama y el aforismo. Algo que define el Somari es su brevedad, su síntesis, su concisión. En definitiva, ¿fue la poesía la que lo llevó a inventar esa palabra? ¿Qué es un Somari? ¿Cómo nos definiría usted un Somari?

G.P. –Permíteme acudir a sendas notas preliminares a mis antologías Cuaderno terrestre que publicara el poeta Adhely Rivero (Ediciones de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo, 1999) y Poesía de bolsillo, que editara el poeta Fidel Flores (Fondo Editorial del Caribe, 2002). Allí respondí lo siguiente:

“Desde hace mucho he venido escribiendo o intentando pequeños artefactos que por recato, luego de haberlos llamado “poemas breves”, nombré con un neologismo devenido al azar: somaris. No tienen ellos forma específica como los haikús y tankas japoneses o los sonetos itálicos, ni intención precisa como los epigramas griegos y romanos, sino que los caracteriza, amén de la concisión, su libertad formal, su poliantea y casi siempre su laconismo. Son, para decirlo en lengua actual, versos portátiles, poesía de bolsillo fácil de llevar y en ocasiones hasta bien encubrir en el volátil “tempo impaciente” que nos acosa y nos agosta.

En suma, nimias y pasajeras escaramuzas que pretenden conciliar, como modesto tributo a la confusión establecida, la fugacidad del vivir, el humor, el extravío, la insensatez, la insubordinación y a veces, por qué no, un asomo de estremecimiento compartido”.

F.F. -En el Somari, existe como una necesidad de decir mucho con poco, de no escribir demasiado, de suprimirse o limitarse al mínimo: como una necesidad de silenciar. ¿A qué se debe su predilección por el fragmento, por el instante, por lo nimio? ¿Acaso hay más verdad en la brevedad, en la concisión?

G.P. –La concisión ha sido alabada en nuestra lengua, desde Gracián, con holgura, pero permíteme recordar y citar este verso de Virgilio escrito, como se sabe, hace más de dos mil años: “¡Oh ampulosas hinchazones de los retóricos, llenas de vacío, id lejos de mi!”.

F.F. -¿Cómo es su diálogo con el misterio?

G.P. -Todo arte constituye un diálogo con el misterio. Y al misterio ni siquiera la ciencia, que busca develarlo, ha podido vencer y no sé si alguna vez podrá hacerlo. La ciencia moderna, a partir del principio de incertidumbre de Werner Heinsenberg, ha concebido otra forma de pensar lo real, y al cuestionar la racionalidad científica clásica ha abierto una nueva forma de conciencia según la cual el mundo real puede ser en ocasiones irreal, porque lo real trasciende lo estático, lo permanente, lo estable y lo racional. Einstein decía que la más hermosa y profunda emoción que podemos experimentar es el sentido del misterio.

F.F. -¿De dónde le vienen las ideas y las imágenes a Gustavo Pereira?

G.P. -Mis textos se nutren, por supuesto, de lo humano, pero es porque para mí lo humano es también un misterio, el misterio mayor, porque está dotado de conciencia sensible, es decir, de alma, aunque sospecho que también otros seres, animales, vegetales y hasta minerales la poseen.

F.F. –EL SILENCIO. / Guardaré silencio / para escucharte…/ Pero / no hables / para callarme. Es un poema de uno de los poetas guatemaltecos más importantes de su país y del continente americano, latinoamericano: Humberto Ak’abal. Un poeta-músico que acoge en su palabra la voz del pueblo, de la tierra, de las montañas. Un poeta-cantor que recoge en su música el aullido del bosque, el gruñir de los volcanes, el canto hambriento de los pájaros. Me gustaría escuchar algún comentario suyo precisamente sobre este extraordinario poeta…


G.P. –Conocí a Humberto Ak’abal en el Festival de Poesía de Medellín, hace cuatro años. No me atrae asistir a festivales ni a congresos y de hecho casi nunca voy (prefiero los encuentros entre pocos), pero esa vez fui privilegiado por hallarme con algunos de los más notables poetas contemporáneos, unos conocidos o amigos, otros no, entre éstos Humberto, gran poeta de su pueblo maya y ser humano excepcional.

F.F. –En la actualidad, ¿cómo es su relación íntima con la poesía?

G.P. –No con la poesía sino con la palabra. Supongo que la poesía está siempre presente en la vida y quien se proponga encontrarla la halla en cualquier parte, pese a la barbarie y la estupidez engendradas y alentadas, hoy, por el sistema capitalista y siempre por toda estulticia, injusticia y abyección que en el mundo han sido. Pero como los poetas se expresan en palabras –del mismo modo que los músicos con música-, no siempre éstas acceden a expresar con exactitud lo que deseamos. La poesía es un lenguaje de exactitudes, y las palabras como ladrillos de una pared. Ponga usted mal un ladrillo y toda la pared parecerá descalabrada. En esta contienda, supongo que amorosa contienda –aunque prefiero decir angustiosa- se nos va la vida.

F.F. -Desde su perspectiva política, ¿qué es la poesía? Y desde su perspectiva poética, ¿qué es la política?

G.P. –La política parece una sombra que nos sigue a todas partes, no podemos eludirla, querramos o no. Cualquiera puede verla, utilizarla, padecerla. La poesía está también en todas partes, pero sólo algunos logran descubrirla para iluminar algún rincón en su alma. No siempre, o por mejor decir casi nunca, el ejercicio de la política (que implica aspiración de poder) y el de la poesía se avienen, tal vez porque todo poeta, o casi todo poeta, no ignora cuán frágiles y disparatadas son las ambiciones humanas y cuál, finalmente, el destino de la piedra lanzada a las aguas.

F.F. -Si le nombrara en estos momentos Curiara, Cazabe, Chinchorro, Cocuyo, Auyama, Piragua, Canoa, Guayaba, Totuma, Bejuco… ¿qué me respondería?

G.P. –Sólo al pronunciarlas evocamos esa parte del corazón que algunos creen enterrada y otros sabemos viva y palpitante.

F.F. –Leyendo “Costado indio”, un libro verdaderamente hermoso, me conmoví mucho por nuestras lenguas originarias, nuestras tradiciones orales y escritas, nuestras creencias, nuestros mitos y costumbres, nuestra magia y cosmogonía ancestral venezolana. En fin, por la lírica y poética indígena, legítima y propia de nuestra tierra, de nuestro pueblo. Se percibe en ese libro una resonancia interior, un eco, un murmullo, un llamado auténtico y genuino. Dice usted entre sus párrafos; que nuestros indígenas llaman al alma Mejokoji (El sol del pecho); a la vista Mu-jebu (Espíritu del ojo); a un amigo entrañable Ma jokaraisa (Mi otro corazón); al cielo le dicen kuay Nabaida (El mar de arriba); al rocío lo nombran Chíriké-yeetakúu (Saliva de las estrellas); a las lágrimas Enú parupué (Guarapo de los ojos); a la saliva Yee-takúu (Jugo de los dientes); al corazón Yewán enaupé (Semilla del vientre), en fin… la calidad metafórica es impactante, sorprendente, conmovedora, de primera línea… ¿Cuál es su interés por la literatura indígena venezolana?


G.P. -No sólo por la venezolana. Educado a la usanza europea como casi todos los niños de nuestro país, desde los bancos escolares se nos enseñó a des-pertenecernos, a mirar desdeñosamente cuanto no encajara en los patrones de la llamada civilización occidental judeo-cristiana de la que también, pero no únicamente por supuesto, formamos parte. Pero en esos mismos bancos escolares aprendimos, viviendo, compartiendo, interrogándonos, que la realidad no era tan recta ni tan simple. Por la piel, por las conductas, por los gustos, por las miles de formas de estar en el mundo fuimos descubriendo que pertenecíamos a eso que Bolívar llamaba “un pequeño género humano”, fruto de confluencias étnicas y culturales que nos vinculaban orgánica y ontológicamente con los pueblos vencidos por los colonialismos, con las llamadas culturas preteridas de donde provenía y proviene parte considerable de nuestro ser. Siempre fui un estudioso de esas culturas, sobre todo de las indígenas nuestras, pero fue sólo a comienzos de los años ochenta, tarde, a mi regreso de Francia, cuando intenté aprender alguna lengua india, el pemón –del gran tronco caribe- deslumbrado como había sido por la riqueza analógica y metafórica de su léxico, descubierto en los libros que el padre Armellada, quien vivió más de cuarenta años entre ellos, escribiera con tanto amor como erudición. Fue años después, en los noventa, cuando ya había abandonado esos estudios que condujeron a los ejercicios-poemas que aparecen en Costado indio, cuando conocí, por medio de Maritza Jiménez –quien tomó la iniciativa de editar ese libro y lo entregó a José Ramón Medina, entonces director de la Biblioteca Ayacucho- a un poeta y artista pemón, Kaikutsé (Vicente Arreaza), autor de la pintura que ilustra la portada y gran amigo fallecido prematuramente.

F.F. –Quinientos años después, sigue en pie de lucha la resistencia indígena, la resistencia aborigen, nativa de nuestro continente. ¿Nos estamos independizando totalmente de la ideología norteamericana, de la hegemonía de los colonizadores, del dominio político y cultural extranjero?

G.P. –En eso andamos. La resistencia y las consecuentes victorias de los preteridos –los otrora seres invisibles- escriben hoy en nuestra América, en muchas naciones, otra historia. Pero no para abjurar de todo cuanto nos legó el colonizador, sino para develar y combatir sus injusticias y aberraciones. En lo particular me enorgullezco de la herencia que entre nosotros dejó el pensamiento progresista europeo, al cual debemos en buena medida nuestras luchas actuales. La humanidad se ha forjado en una mutua asimilación de culturas, con o sin empleo de la violencia, pero no siempre la del colonizador ha resultado vencedora (Roma ante Grecia es caso paradigmático). El imperio estadounidense en el último siglo, con su big stick y sus mass media, ha venido labrando entre nosotros su estilo de vida y hasta sus propias concepciones políticas (sobre todo en sectores de la clase media), pero no ha logrado totalmente imponerlos. La resistencia cultural se une ahora a la resistencia política contra toda hegemonía.

F.F. -Más que un poeta, ¿se consideraría usted un Shamán de la tribu, es decir; un intermediario entre el hombre y su entorno, entre el hombre y su comunidad, entre el hombre y su cultura, entre el hombre y su sabiduría, entre el hombre y su espíritu?

G.P. –No. Sólo soy un ser humano apegado a sus orillas, a sus convicciones y a sus sueños, poseído por todas las dudas del mundo.

F.F. -Cuando llueve, la mar que viene de arriba, se hace aire. Yo lo escribo. Cuando no llueve, el árbol se pone viejo, la tapara se parte, se resquebrajan las sombras, los jardines.... Cuándo llueve, ¿qué hace Gustavo Pereira? ¿Qué no hace?

G.P. -Cuando llueve añoro estar bajo un techo de zinc (que aparte de ello aborrezco) porque allí el sonido del agua establece una música que aprendí a oír y amar desde la infancia. Pero la lluvia es transitoria, como todo lo hermoso (excepto en Paris, donde parece eterna).

F.F. –Todos tenemos a diario la posibilidad de compartir cualquier cosa ¿Qué compartiría conmigo en este momento?

G.P. –La amistad, don mayor.

F.F. –Una última pregunta para despedirnos. La misma gira alrededor de una sola palabra: GUAYAMURÍ. “Yo conjeturo, intuyo, aventuro, digo que Guayamurí quiere decir madre del nuberío”… Es una concepción, sin duda, muy bella… y es, además, una imagen muy digna para una montaña, una imagen muy hermosa… ¿Cómo llegó usted a esa concepción? ¿Cómo se le ocurrió usted llamar a la montaña de Guayamurí madre del nuberío?

G.P. -Quienes en la isla de Margarita han visto el Guayamurí a cualquier hora pueden percibir, sobre el verdor de la floresta, su corona de nubes, ofrenda perpetua enviada por los dioses para que al mirarla nos percatemos de que la vida puede ser fecunda y hermosa mientras la naturaleza, nuestra madre, sea respetada y amada como la respetaron y amaron –y la respetan y aman- nuestros pueblos originarios a cuya devoción debemos el nombre de esa montaña.

Gustavo Pereira y Franklin Fernández. 2007.

miércoles, 15 de agosto de 2007


Franklin Fernández. LA IMAGEN DOBLE, Editorial El "Perro y la Rana", Caracas 2006.


Reseña, Diario "Últimas Noticias", Encartado "Todos Adentro", Sábado 11 de Agosto 2007.

viernes, 27 de julio de 2007

Ángel Hurtado: “La pintura es y será siempre el arte de lo inmóvil”.

Ángel Hurtado nace el 27 de octubre de 1927, en su casa de la calle Fraternidad, en el Tocuyo, estado Lara. Fue alumno de Pedro Ángel González, Mateo Manaure y Rafael Monasterios. Y amigo de Armando Reverón, del que se conocen varias fotografías tomadas por el mismo. No en vano, para 1952 se inicia en el Cine con varias tomas de Reverón y su taller. Ha realizado numerosas películas y documentales. Ha conocido a grandes artistas, literatos y cineastas de destacada trayectoria: Magnelli, Picasso, Herbin, Lam, Jorge Luis Borges, Vasarely, Matta, Man Ray, Soulages, Saura, Cárdenas, Piaubert, Sofía Imber, Oswaldo Vigas, Carlos Cruz Diez, Douglas Fairbanks, entre otros… Su primera película se presenta en París, Vibrations, dedicada a los trabajos cinéticos de Jesús Soto, con lo cual inicia el trabajo cinematográfico más completo realizado a este artista. Por su labor como artista y cineasta, el maestro Ángel Hurtado ha obtenido numerosos premios y reconocimientos, entre los que destacan: Premio Nacional de Pintura, Diploma de reconocimiento de la OEA, condecoración Francisco Esteban Gómez en su Primera Clase, medalla Pedro Ángel González, en fin… Actualmente vive en la Isla de Margarita. En octubre de 2007 para celebrar sus 80 años de vida y 65 de pintor se proyecta una exposición retrospectiva en el Centro Cultural CORP-BANCA de Caracas, donde se proyectará también un documental sobre su vida y su obra realizado por Carlos Jugador para el canal educativo VALE TV.


Franklin Fernández.


F.F. -¿Qué recuerda de su primer contacto con el arte? ¿Cómo se manifestó en usted su vocación por la pintura? ¿Cómo comenzó todo?

Á.H. –Cuando era niño, mi madre me dijo: “Ángel, tu padre se llama Miguel Ángel; tu abuelo Leonardo y un tío se llama Rafael, deberías ser pintor”. Con esa amenaza renacentista sobre mi cabeza no me quedó otro recurso. Empecé desde temprana edad a leer y ver libros y revistas sobre el renacimiento y así me enamoré de la pintura. Y le he sido fiel hasta el día de hoy, con algunas escapaditas con el cine, la fotografía y el video.

F.F. -¿Me gustaría saber cuál es su concepción del arte? ¿Cuál es su idea de la pintura?

Á.H. -El Arte, con mayúscula, es el más grande invento del hombre, además es el gran lenguaje universal que todos pueden comprender, especialmente la pintura. Es a través de ella que conocemos al hombre desde la época de las cavernas hasta nuestros días. Por eso creo que la pintura, sin hacer concesiones, debe ser diáfana y entendible para que sirva de comunicación entre los seres y no jeroglíficos conceptuales pretenciosos en los cuales los artistas se comunican entre ellos mismos.

F.F. –El paisaje es el eje que atraviesa su obra y su problemática estética. ¿Cómo se relaciona usted con la naturaleza, específicamente con el paisaje venezolano?

Á.H. –El pueblo donde nací, El Tocuyo, Lara, estaba rodeado de maravillosos paisajes y con un río caudaloso en ese entonces. Habían dos pintores en el pueblo que pintaban paisajes: Octavio Alvarado y José María Jiménez (Che María). Yo los seguía y más tarde empecé también a pintar al lado de ellos, quienes me alentaron y me dieron las primeras clases.


F.F. –Maestro, ¿cómo trasladó usted la naturaleza al cuadro? ¿Cómo regresa Ángel Hurtado al paisaje vivo?

Á.H. –Después de mi etapa paisajista en mi pueblo, conseguí una beca para estudiar en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas. Allí pinté de todo, pero lo que más me gustaba era el paisaje, por el cual siempre he tenido predilección, porque te deja más libertad para expresarte y no es necesario copiarlo documentalmente, sino que puedes dar rienda suelta a tu imaginación, dejando el paisaje real como simple idea inicial, o punto de partida para cambiarlo, modificarlo y trasmitirle un carácter puramente plástico.

Después de esa etapa empecé en el Taller Libre de Caracas, mi época abstracta e hice mi primer viaje a Europa. La recorrí casi toda visitando los mejores museos. Trabajé en cine y televisión para la televisión francesa. Después me fui a Washington donde pasé 25 años, siempre pintando y haciendo documentales sobre el arte. Mi pintura era abstracta pero nunca geométrica, siempre había una sugerencia de paisaje interior no naturalístico. Cuando me cansé de las grandes ciudades decidí retirarme a un lugar remoto para digerir todo lo aprendido y elegí la isla de Margarita. Aquí re-descubrí la naturaleza olvidada. El abstraccionismo fue desapareciendo poco a poco y con mis repetidos viajes a la zona de los tepúyes, desapareció por completo. Es en esta etapa donde me encuentro ahora.


F.F. -¿Es concebible mantener una relación con la pintura que con la naturaleza misma? En otras palabras, ¿podemos acceder a una pintura como se accede a un paisaje? ¿Podemos acceder a un paisaje como se accede a una pintura?

Á.H. –Justamente, lo que trato de hacer con el paisaje de ahora, es lograr que el espectador “entre” en el, como si estuviese frente a la naturaleza, pero una naturaleza con características propias que yo pueda ordenar y conferirle un estado primigenio que no sea la realidad aparente. Es una realidad interior más que exterior. Una sublimación del paisaje que no existe sino sobre la tela.

F.F. –Es evidente que usted se planteó cómo plasmar el estado natural de la luz en el cuadro. La luz o los diferentes efectos de luz sobre el lienzo: color, transparencia, luminosidad, intensidad, monotonía… -¿Qué es para usted la luz y cómo ha sido su contacto con ella?

Á.H. -Para mi, la luz nunca es total ni monótona como tu dices. La luz siempre la veo acompañada por las sombras. Sin sombra no hay luz y viceversa. En mis cuadros predominan las sombras en las cuales siempre se destaca una luz primordial, de gran intensidad, que rompe con la obscuridad y la penumbra.

F.F. –A mi juicio, usted es el primero de nuestros pintores en explorar lo infinito de la luz y sombra en perspectiva, ese punto de luz naciente en el horizonte, en la lejanía…

Á.H. –…Me complace mucho que te hayas dado cuenta de esa característica en mi pintura, pues es justamente lo que trato de hacer. Más que colorista me considero un “valorista”, estudio mucho lo que en pintura se llaman “los valores”. Es decir, las diversas gradaciones de tonos que van desde una luz principal muy fuerte hasta el negro puro de la ausencia de luz. Yo también creo ser el primero en el paisajismo venezolano en explorar esa cualidad de luz y sombra, pero no me atrevía a decirlo, por eso me complace mucho que tú lo hayas puesto al descubierto. Siempre reconozco que mi gran maestro en esa técnica de la pintura es Rembrandt, el cual es uno de mis ídolos.


F.F. –Se dice que la luz en un cuadro nace creando un espacio. Y también se dice que la luz no es más que una presencia: la presencia de lo invisible… ¿Qué me respondería?

Á.H. -Yo no diría que la luz crea un espacio, estoy más de acuerdo con que crea la presencia de lo intangible, de esa cosa misteriosa que no se puede tocar pero que está ahí deslumbrándonos.

F.F. -Decía Alfredo Boulton, que el color es la primera palabra de la pintura. ¿De qué color es su primera palabra? ¿De qué color es su vida? ¿De qué color es la montaña de Guayamurí? ¿De qué color son sus sueños?

Á.H. –Con el perdón de quién fue mi gran amigo, Boulton, yo diría que la primera palabra de la pintura es la composición y el dibujo, pues sin esa base, el color no tendría ninguna importancia. Los colores se pasearían sobre la superficie del cuadro como mariposas revoloteando sin posarse en ningún lado. Sin duda serían muy gratos al ojo pero con un carácter puramente decorativo.

El color de mi vida son los colores de mi paleta. El color del Guayamurí es tan cambiante como el del mar que lo avecina. En cuanto a mis sueños siempre he soñado en Technicolor y con sub-títulos en español.


F.F. -El color muta, está en continua e incesante mutación. Es inestable, cambia, se transforma… ¿Qué es para usted el color, la sombra y sus tonalidades?

Á.H. –Las tres cosas que nombras están en incesante mutación, las variedades del color son iguales a las de las sombras, ya que todas juntas forman las diversas tonalidades que componen a su vez los valores del cuadro, de los cuales ya hemos hablado.

F.F. -La aurora y el ocaso: esos dos instantes donde el tiempo y el espacio parecieran detenerse. ¿Qué es lo que más le agrada a Ángel Hurtado de un amanecer, de un atardecer?

Á.H. -He hecho muchos cuadros basados en esos instantes, que a mi no me parecen detenidos. Al contrario, me parecen tan fugaces, tan cambiantes que apenas duran unos escasos minutos. Son los más bellos instantes del día. La aurora es la despedida de la noche y el ocaso es el re-encuentro con ella. Por eso se visten con los más elegantes y vistosos colores.

F.F. -¿Cómo se gesta un paisaje en su memoria? ¿Cómo surgen allí sus amaneceres, sus atardeceres, sus anocheceres?

Á.H. –Me complace que preguntes como se gesta el paisaje en mi memoria pues es justamente ahí, en la memoria, donde empieza todo, más que frente a la naturaleza, la cual sólo sirve como catalizadora de la idea. Nunca pinto del natural, frente al paisaje real, pues uno tiende a copiarlo y hay que evitar “la tiranía de la naturaleza” como decía Degas, quién también fue un gran paisajista. Prefiero evocarlo en mi taller, sin embargo esa idea es muy somera y es solamente cuando el cuadro se inicia que van surgiendo los recuerdos de algo que se vio o que no se vio pero que se presume que existió. Es ahí cuando empieza trabajar la imaginación. Por eso considero que mis paisajes nunca son “realistas” aunque estén inspirados en la naturaleza. Son visiones a través de una ventana interior donde uno no mira afuera sino dentro de si mismo, de sus recuerdos, de sus sueños, de sus sentimientos.

F.F. –Parafraseando al maestro Juan Calzadilla, la pintura de Ángel Hurtado alude a atmósferas espaciales, sugerentes y nocturnas, para cuyo fin combina armonías monocromáticas. ¿Cómo nos explicaría usted esa concepción?

Á.H. –Calzadilla se refería a una etapa de mi pintura de los años sesenta, cuando obtuve el Premio Nacional de Pintura con “Materia Espacial”. En ese entonces todavía el espacio tenía algún misterio. La NASA acabó con ello, por lo menos con el espacio del sistema solar vecino. Con la llegada del hombre a la luna esta perdió su romanticismo y su poesía. Desde entones abandoné el espacio sideral y bajé de nuevo a nuestro bello planeta, sobre todo a sus parajes primigenios aún no violados por el hombre. Tengo la suerte de que en Venezuela hay todavía esos territorios en la zona de los tepúyes, la que me ha servido para mis últimos cuadros.


F.F. -¿Se puede hablar en Venezuela de un verdadero paisajismo y de una auténtica tradición pictórica en esta tendencia? Pienso en estos momentos en Pedro Zerpa, Armando Reverón, Pedro Ángel González, Manuel Cabré, Carlos Hernández Guerra, Vázquez Brito, Pedro Báez, Manuel Espinoza, en fin…

Á.H. –Claro que si, ha existido esa tradición aun antes que ellos, con Tovar y Tovar, Michelena, Cristóbal Rojas, etc… que también hicieron paisajes, sin olvidar a los extranjeros que nos dieron un gran legado: Lessmann, Bellermann, Mutzner, Ferdinandov. El Círculo de Bellas Artes contribuyó también a esta tradición. Lamentablemente algunos críticos han considerado el paisaje como arte menor, lo cual considero como craso error. Rembrandt, Corot, Degas, o los Impresionistas, que también fueron paisajistas no son artistas menores.

F.F. -¿Una pintura suya se reconoce a lo lejos? ¿Cómo definiría usted su obra, su estilo? ¿Cuál es el estilo personal de Ángel Hurtado?

Á.H. -Me es imposible definirme yo mismo. Dejemos esa pregunta para los críticos. Sólo podría decir que si algún estilo tengo es por que siempre he tratado de pintar lo que verdaderamente siento y nunca he tratado de pertenecer a alguna escuela o grupo, o a algún estilo determinado. Siempre he ido a contra-corriente con las modas y las tendencias en boga.

F.F. –Usted ha sido testigo de la transformación total del arte, del paso de la imagen inmóvil de la pintura, a la imagen móvil del cine o la televisión. ¿Cuál es su opinión del video arte o de los nuevos lenguajes audiovisuales insertos en el medio artístico?

Á.H. -El cine no transformó a la pintura ni fue su derivado. Simplemente nació un arte nuevo, totalmente distinto a pesar de las similitudes. La pintura es y será siempre el arte de lo inmóvil como la Gioconda o Guernica, que no necesitan del movimiento para ser monumentos imperecederos y eternos de la humanidad. El cine en cambio es el arte del movimiento por excelencia. El cine estático sería un contrasentido. La televisión es lo mismo. Son artes con características propias de nuestros últimos siglos, tan importantes como lo han sido la pintura, la escultura, la música, la fotografía y la literatura a lo largo de la historia. Con respecto al video arte, como sabes, también he participado en ello pues he sabido diferenciar las características inherentes de cada una de esas artes. Me siento igualmente cómodo, cuando tengo un pincel o una cámara en mis manos. Siempre he sostenido que más que artista me considero un artesano visual. Me interesan las imágenes, ya sean estáticas o en movimiento. Lo que cuenta es el resultado final independientemente de cómo hayan sido conseguidas esas imágenes.

F.F. –No hay temas políticos, ni sociales, en sus pinturas. Bueno, sí, quizá el asunto ecológico, el problema de la contaminación ambiental que nos concierne a todos, y el cual aborda usted muy sutilmente. Lo pregunto porque a veces se requiere de artistas que reflejen más la realidad del país, los problemas económicos y sociales. Se requiere que sean críticos al respecto, más directos y certeros en sus propuestas. ¿Usted cree que está moviendo algo con sus pinturas?

Á.H. –En absoluto. ¡No estoy moviendo nada! No pretendo sino dejar un testimonio de aquello que puedo hacer sin tratar de resolver la “realidad del país ni los problemas económicos y sociales”. Eso se lo dejo a los políticos quienes son los que disponen de los medios idóneos para hacerlo y en realidad nunca lo hacen. La pintura es un medio que no cuenta con esas posibilidades. La prueba más fehaciente de esto es que el experimento llamado “Realismo Socialista” con el cual los artistas en algunos lugares del mundo trataron de poner en evidencia estos problemas, no hicieron absolutamente nada sino crear una escuela pictórica académica, de mal gusto, dirigida por los líderes políticos que los obligaban a hacer panfletos que no condujeron a resolver ningún problema. Afortunadamente tanto esos regimenes como los pintores que los siguieron desaparecieron en la historia.

F.F. -¿Qué artista lo ha conmovido más y porqué?

Á.H. –Vuelvo a sacar a Rembrandt a colación, también a Picasso, el gran genio del siglo XX. Entre nosotros a Reverón, porqué fueron individuos que no pertenecieron a ninguna escuela y cuyo estilo fue único. Se dedicaron a pintar lo que sentían de acuerdo a su propia personalidad sin las elucubraciones intelectuales tan en boga con los pintores actuales.

F.F. -¿Cuál es su relación con la literatura, la poesía, el cine? ¿A qué escritores, poetas o cineastas admira más y porqué?

Á.H. -No creo tener ninguna relación con la literatura aparte de ser un gran lector. Los literatos, poetas y cineastas que admiro son tantos que no cabrían en esta entrevista.

F.F. –Si le nombro en este momento la palabra ARCOIRIS, ¿Qué me respondería?

Á.H. -¡Que ahí están TODOS los colores del universo!


F.F. -¿Cómo desearía ser recordado Ángel Hurtado?

Á.H. -Como un artesano visual que sin pretensiones fue honesto consigo mismo.

F.F. -¿Se ha sentido solo últimamente?

Á.H. –Solo nunca. Frustrado, preocupado y entristecido por el rumbo del país sí.


F.F. –Dice el poeta argentino Antonio Porchia: Si me dijeran que he muerto o que no he nacido, no dejaría de pensarlo. ¿Usted dejaría de pensarlo?

Á.H. -Me parece una paradoja de poeta. ¿Cómo se puede pensar si se está muerto o si no se ha nacido? Prefiero pensar que estoy ¡vivito y coleando!


viernes, 6 de julio de 2007


Antonio Briceño: “La fotografía es la manera que yo tengo de hablar. Es mi manera de contar las cosas”.


“Como mi fotografía es básicamente el retrato, viene del otro y va al otro. Pasando por mí”. Así se expresa Antonio Briceño (Caracas, 1966), uno de los fotógrafos más importantes de nuestro país y del continente. La interpretación gráfica de muchas culturas ha sido objeto de su investigación. Briceño muestra en sus fotografías, retratos de indígenas de las culturas milenarias más antiguas, intactas y puras del continente americano: Huichol (México), Kuna (Panamá), Kogui y Wiwa (Colombia), Quero (Perú), Kayapó (Brasil), Wayuu, Piaroa, Pemón y Ye´Kuana (Venezuela). Los verdaderos y auténticos rostros de la selva. Antonio Briceño ha llamado la atención no solamente por la calidad de su fotografía y originalidad de su propuesta, sino también por el contenido humano; ético, poético y estético de su trabajo. Invocando, conjurando, congregando dioses, auras, espíritus, ritos y costumbres de nuestros pueblos. Todo ello desde un punto de vista mágico, simbólico, lírico, religioso. Paisajes imposibles, espacios imaginarios y naturalezas fantásticas, se insertan dentro de este intento documental por preservar la memoria, la retentiva del tiempo, el sentir y palpitar de nuestro pasado en los diversos grupos sociales. Antonio Briceño, es licenciado en Biología de la Universidad Central de Venezuela. Sus fotografías han sido publicadas en diversos libros, revistas y diarios dentro y fuera del país. En el presente año fue representante por Venezuela ante la 52 Bienal de Venecia, Italia.


Franklin Fernández.

F.F. –Hábleme de sus inicios, de su primer contacto con el arte, de su primer encuentro con la fotografía ¿Cuándo, cómo y dónde comenzó todo?

A.B. –Hasta donde recuerdo, mi primer contacto con la fotografía fue a los 8 años, cuando un tío me regaló mi primera cámara, una “Diana”. A partir de allí, se daba por sentado que yo era el que hacía las fotos de la familia.

F.F. -¿Cuándo empezó a dedicarse de manera profesional a la fotografía? ¿Fueron difíciles sus inicios en este campo?

A.B. –La fotografía fue durante muchos años un “hobby”, una pasión, pero comencé a dedicarme a ella profesionalmente al concluir mis estudios universitarios. Fue un poco duro, pues no es muy fácil vender fotografías, más aún cuando yo nunca “mataba tigres”, es decir, siempre hice la fotografía que me interesaba, salvo pocas excepciones. Por eso al comienzo me apoyaba económicamente también en la cerámica, pues esa era otra de mis pasiones y de más fácil comercialización. Pero, poco después, al igual que pasó con la Biología –mi carrera- quedó eclipsada por la fotografía, que se convirtió en mi ocupación central.

F.F. -¿Cómo definiría su particular visión de las cosas? ¿Qué es para usted la fotografía?

A.B. –La fotografía es la manera que yo tengo de hablar. Es mi manera de contar las cosas, mi forma de resumir, de concretar, de llegar al otro. Como mi fotografía es básicamente el retrato, viene del otro y va al otro. Pasando por mí.

F.F. -El fotógrafo es un testigo privilegiado. La fotografía se produce en una fracción de segundo, ese instante que el ojo humano no es capaz de captar. También es un acto de contemplación, sensibilidad y entrega. El fotógrafo desea capturar el tiempo, o la memoria del tiempo, o la memoria… ¿Estoy en lo cierto o me equivoco?

A.B. -Depende. Hay muchas formas de ver la fotografía. Esa concepción tiene que ver con la fotografía como documento, que fue probablemente para lo que nació. Como forma de registrar la realidad, de conservar congelado un instante de tiempo.

Pero la fotografía también puede independizarse de la realidad, convertirse en herramienta para otra cosa, para una construcción posterior. En mi trabajo actual, por ejemplo, uso la fotografía para construir una ficción. Y aunque las fotos son originalmente “documentales”, por cuanto registran una parte de una realidad, su ensamblaje y construcción final ya no tienen carácter de documento, pues reflejan una realidad más bien pictórica, mítica, imaginaria. Sin embargo, como tú dices, trato de capturar la memoria del tiempo.

F.F. -La mayoría de sus trabajos están basados en el retrato. Con ellos, usted ha logrado captar y capturar el alma, la espiritualidad, la esencialidad del hombre y de las cosas… ¿Siempre hace retratos?

A.B. -Siento una especial fascinación por el retrato, pues es la gente lo que más me atrae en el mundo. El retrato, en mi caso, se distancia mucho de la fotografía en la que no aparece la gente. Porque el retrato implica una relación, un contacto que va más allá de la fotografía. Es decir, un contacto previo a la fotografía, una comunicación y confianza que permiten que luego –y solo luego- el modelo se entregue resueltamente a mi cámara. Sin esa entrega, a mi modo de ver, el retrato no fue logrado. Me parece que hacer retratos es lo más difícil, por ese requisito previo. Pero, al mismo tiempo, es el retrato lo que más me satisface, porque nada es tan atractivo y revelador como ver al otro.

F.F. –En ese sentido, ¿la fotografía es un momento desprendido, un instante descontextualizado, un soplo arrancado de la realidad? ¿Podría la fotografía desprender los sentimientos íntimos de una persona?

A.B. –Es un asunto de comunicación. La fotografía puede realizar el prodigio de entender los sentimientos íntimos del sujeto y revivirlos en el espectador. Pero que ese prodigio se logre depende del fotógrafo.

F.F. -Usted está desarrollando un proyecto a muy largo plazo titulado “Dioses de América”. Con ese proyecto usted pretende plantear la representación gráfica de las fuerzas míticas, dioses y personajes de diversas culturas indígenas de todo el continente americano. Tiene interés particular en representar a las deidades o fuerzas relacionadas con la naturaleza a partir del agua, el aire, el fuego y la tierra… ¿Cuál es su intención?

A.B. -Todas las imágenes míticas son patrimonio de la humanidad. Pertenecen a ese llamado “inconsciente colectivo”. Antes de comenzar este trabajo, llevaba años interesado en la representación gráfica de las imágenes sagradas para todas las culturas. Me sorprendía y fascinaba ver como se repiten esas imágenes una y otra vez a lo largo y ancho de la humanidad, con cambios apenas cosméticos. Me resultaba insólita esa universalidad de las imágenes, que sólo probaba que la humanidad es una sola, que todos tenemos las mismas angustias, los mismos sueños.

Al mismo tiempo, siempre había sentido una profunda admiración por las culturas indígenas del continente. Por su relación profunda con la naturaleza, por su sencillez, su vida plena. Fue entonces que pensé en desarrollar este trabajo, que es una propuesta iconográfica basada en las mitologías indígenas y desarrollada entre estas culturas y los magníficos paisajes que las rodean. Mi intención es plasmar gráficamente a esos dioses de la naturaleza, que son dioses de toda la humanidad.

F.F. -Generalmente usted trabaja con grupos indígenas que mantienen sus costumbres y tradiciones intactas, lo más puras, auténticas y conservadas posibles. En parte por su interés personal en conocer a dichas culturas, en parte por razones estéticas, pues para la representación de los dioses evita los elementos de la cultura occidental. ¿Cómo llegó usted ha esa conclusión?

A.B. –Otro de los puntos que me interesa resaltar en este trabajo es el de la pluralidad. En estos tiempos de “globalización” vemos una grotesca homogenización de la humanidad, una pérdida vertiginosa de todos los rasgos particulares, de todo aquello que pertenece a culturas tradicionales. Costumbres y detalles que llevaron miles de años en evolucionar, que surgieron de acuerdo a las particulares circunstancias de cada pueblo y que conforman la riqueza más esencial de la humanidad: su diversidad. Por eso me interesa que en esta serie “dioses de América” los rasgos occidentales estén ausentes, porque precisamente lo que quiero es destacar la existencia del otro, la existencia de culturas diferentes, de modos de pensar y actuar diferentes, aunque el contenido arquetípico –los dioses- puedan ser en esencia los mismos en todas partes.

F.F. -Los dioses indígenas usted los reconoce en el agua, en las piedras, en el viento, en las semillas, en los ríos, en las montañas, en las nubes, etc. Para aceptar, entender y comprender a esos dioses, ¿debemos sensibilizarnos más? En otras palabras, ¿debemos abrirle las puertas a la lluvia?

A.B. –Debemos abrirle la puerta a nuestro corazón, a nosotros mismos. Esos dioses indígenas, como antes mencioné, no son sólo indígenas. Son los dioses de todos, la imágenes que todos tenemos. El asunto es que ellos no están bloqueados ante sí mismos, no sienten que la naturaleza sea algo aparte del hombre, ni mucho menos que sea enemiga del hombre –como suelen pensar los occidentales. No fragmentan el cosmos hasta el nivel patológico en que lo fragmentamos los occidentales. Por lo tanto, ellos no sufren de tantas neurosis, de tanta soledad ni individualismos. Su concepción del mundo es más íntegra. Para nosotros todo eso está lleno de misterio, pero una llama interna siempre hay, pues desconozco, por ejemplo, que exista alguien que no se estremezca al ver la luna llena, cada mes. Junto a esa llama está la puerta que se abre a la lluvia.

F.F. –Su fotografía está directamente vinculada a la naturaleza, ¿desde cuando ese enamoramiento suyo por la naturaleza, por el paisaje venezolano y de nuestro continente? ¿Cómo logró usted mimetizarse con su entorno?

A.B. –Eso no estoy seguro de poder responderlo, pues mi enamoramiento de la naturaleza es anterior a mi memoria. Siempre, desde niño, quedé hipnotizado por el mundo natural. Cuando a los otros niños les extasiaba la televisión, los juegos de pelota, las peleas, mi mundo giraba en torno a los insectos, las piedras, las plantas y animales, los insólitos paisajes del planeta. Afortunadamente mi familia incentivó esta vocación, de modo que tuve bastante material para digerir y tratar de saciar mi curiosidad. Por eso estudié Biología y por eso, a pesar de no ejercerla, mi fotografía está directamente vinculada a la naturaleza.

F.F. – En muchas de sus fotografías; específicamente en sus retratos, los rostros tienen relación con su contexto. El rostro cuenta una historia en relación al paisaje que lo rodea. Sus gestos, la postura, la luz, el color… todo, en sus retratos, es cuento, fabula, mito, historia…

A.B. –Gracias, eso es lo que persigo. Cada rostro es una historia. Lo que trato es de ajustarle a esa historia un contexto que la refuerce, que la confirme, tanto cuando realizo fotomontajes como cuando son fotografías directas.

F.F. –Ritos, mitos, costumbres y tradiciones ¿Cree usted que estas manifestaciones desaparezcan parcial o totalmente en el futuro?

A.B. –Temo que desaparecerán, en su gran mayoría. Una sombra negra nos va cubriendo, a una velocidad mucho mayor que la toma de consciencia. Yo no soy muy optimista, por eso trato de ver y recoger todo lo que pueda, pues ya queda poco.

F.F. –En un librito hermoso que lleva por título “El Legado Indígena”, el poeta Gustavo Pereira dice, conjetura, intuye, que la montaña de Guayamurí significa Madre del nuberío. Una palabra, un título, un vocablo, una expresión, ¿puede seducirlo a usted para crear una imagen, una fotografía?

A.B. -Es una imagen fuerte que me hace recordar la concepción indígena que he visto en varios lugares, de la montaña como madre de las aguas al ser la red que atrapa las nubes. Por lo demás, Guayamurí es particularmente hermosa, una verdadera Madre del nuberío…

F.F. -Se dice que la fotografía digital es el futuro. ¿Como vez el salto del carrete a la fotografía digital?

A.B. –La fotografía siempre ha dado saltos, como todo aquello basado en la tecnología. Este es el salto que nos toca ver a nosotros. Me parece que es un asunto meramente técnico. Cualquier romanticismo adjudicado a un asunto meramente técnico es una pérdida de perspectiva. Cada cual escoge su camino y su técnica de acuerdo a sus necesidades personales. No creo que sea un asunto en el que valga la pena ahondar.

F.F. –Se dice también todo lo contrario, que la fotografía digital no es fotografía. ¿Qué opina al respecto?

A.B. –Creo que ya te respondí eso y no tengo más qué agregar. La fotografía es la fotografía, el tema de la técnica usada es otro.

F.F. –Un rasgo característico de su trabajo es la manipulación y digitalización de la fotografía, es decir; de la imagen y todos sus elementos. La manipulación y digitalización del color, manipulación y digitalización de la luz, manipulación y digitalización de el tiempo y el espacio…

A.B. –Así es. Como te mencioné, la fotografía es para mí una herramienta. Me gusta componer, crear imágenes. No tengo facilidad para la pintura, ni el dibujo, ni los pigmentos. La manipulación digital me permite llegar a la imagen que deseo a partir de fotografías originales que a veces casi no tienen relación con el resultado final. Es una maravilla para mí poder incidir y adecuar todos los componentes de la imagen (color, luz, composición, profundidad, significado, etc) para construir una imagen que es totalmente ficticia, producto de la creación, pero que fue construida a partir de fotografías de la realidad.

F.F. -¿Cuál es el nivel de valoración que usted le da a una fotografía suya?

A.B. –Yo le dedico mucho tiempo, esfuerzo y expectativa a cada imagen. Por eso mis fotografías son como frutos. Seguramente soy yo la persona que más valor le da a mis fotografías, porque son una parte de mi vida.

F.F. –Dentro del arte o de la fotografía contemporánea, ¿en qué tendencia se situaría? ¿Cómo definiría la fotografía que hace? ¿Cómo precisaría usted su trabajo?

A.B. –Eso lo dejo en manos de los críticos. Yo siempre he tratado de mantenerme al margen de las tendencias y las modas. Prefiero la libertad y la autonomía. En todo caso, hubo una definición que le oí a Edgard Moreno, y que se aproxima: “fotodocumentalismo plástico”.

F.F. –Esa es una hermosa definición, una bella concepción con respecto a su trabajo.

A.B. -Sin duda.

F.F. -Gabriel Gazsó, Luis Brito, Nelson Garrido, Enrique Hernández D’Jesus, Francisco Beaufrand, Vasco Szinetar, Alexis Pérez-Luna… -¿Con cuál de estos fotógrafos se identifica más? ¿Qué lo une y qué lo diferencia de ellos? ¿Quiénes son los fotógrafos de cabecera de Antonio Briceño?

A.B. –Entre los que mencionas, me identifico más con Luís Brito y Alexis Pérez-Luna, por su rigor, su acercamiento, su sensibilidad. A mi me interesa también el trabajo documental, aunque en la actualidad mi trabajo vaya por otro rumbo.

También valoro mucho el trabajo de Edgard Moreno y Antolín Sánchez, de Venezuela. No hay muchos más en la lista internacional: Cristina García Rodero, Vick Muniz, González Palma, Rio Branco, Cravo Neto, Salgado.

F.F. –Todo fotógrafo necesita de una mirada noble, atenta, profunda, mágica, lúdica, sensible, lírica… Todo fotógrafo necesita de la mirada del antropólogo, el vistazo del lírico o del poeta. ¿Cuánto de antropólogo, de lírico, de poeta, hay en una mirada suya? ¿Cuánta intensidad poética hay en su trabajo?

A.B. –La antropología es una de las ciencias que más me ha fascinado desde siempre, porque me encanta el hombre y su cultura. Ese es también el centro de mi trabajo. En cuanto a la poesía, la relaciono más con la estética. Siento que la belleza tiene un gran poder transformador sobre quien la contempla. Por eso recurro a ella como fuerza transformadora, porque me interesa conmover. Me interesan más las emociones que hablarle a la razón y al intelecto, un poco ciegos sobre sí mismos.

F.F. –¿Se considera un fotógrafo conceptual o intuitivo?

A.B. –Ambos.

F.F. –Sin duda, lo más importante de la fotografía es que nos ha enseñado a mirar, a ver las cosas, palparlas, doblarlas poco a poco con la mirada. ¿La fotografía nos ha enseñado a mirar?


A.B. –Me parece que nos ayuda a detenernos. Siempre andamos apurados, nadie se detiene a mirar nada. La fotografía obliga a mirar porque está detenida en el punto que se quiere destacar. Ahí no hay alternativa: miramos o miramos.

F.F. –Si le nombro curiara, guayaba, churuata, piragua, yuca, cocuyo, carapacho, totuma, bejuco… ¿qué me respondería?

A.B. –Te diría cantos, visiones eternas, selva, yaguar, hombres de maíz y de tierra, voces antiguas como las estrellas, cascadas en todas las direcciones y un río como el mar.

F.F. -Una última pregunta para despedirnos, ¿la fotografía es un testimonio, una reiteración, una presencia?

A.B. –Las tres cosas, y muchas más. La fotografía es un espejo.





Más información sobre Antonio Briceño:
http://www.antoniobriceno.com.ve/

sábado, 26 de mayo de 2007





















Elizabeth Schön: “La poesía es el reconocimiento de que el hombre tiene un poder de transformación”.

Para Elizabeth Schön (Caracas, 1921-2007), la palabra, es el mejor alimento para el hombre. No en vano, fue la primera venezolana en alimentar y desarrollar la poesía en prosa en el país: “La poesía entró en mí y, entonces, ella misma buscó su camino”. ¿Qué no se ha dicho sobre Elizabeth Schön? ¿Qué no se ha escrito sobre ella? Basta auscultar la memoria intacta de los libros. “La poesía está aquí para los demás. No para alguien”, dice. Elizabeth Schön, ha publicado una prolífica obra poética, de la cual destacan: La gruta venidera (1953), El abuelo, la cesta y el mar (1965), Mi aroma de lumbre (1971), Es oír la vertiente (1973), Incesante aparecer (1977), Árbol del oscuro acercamiento (1994), La flor, el barco, el alma (1995), Antología poética (1998). Es Premio Municipal de Poesía (1971), y Premio Nacional de Literatura (1994).

Franklin Fernández.

VER LO QUE UNO NO CONOCE.

F.F. -He tenido un sueño con usted ¿No le parece extraño que uno sueñe con alguien que no conoce?

E.S. -Lo que me dices es muy hermoso. A mi me parece una maravilla soñar con lo que uno no conoce. Es más, me parece todavía mejor ver lo que uno no conoce.

F.F. -¿A qué hora se levanta? ¿A qué hora comienza a contemplar la vida?

E.S. -Yo comienzo como a las siete. Porque la vida no se detiene nunca, la vida no se detiene. Yo soy la que empiezo a ver, la que comienza a contemplar. Si eso se detuviera, fuera un desastre para el mundo. Fuera un desastre, porque todo se interrumpiría.

F.F. -¿Cómo llegó usted a la poesía?

E.S. -Yo no llegué a la poesía, ella me llegó a mí.

F.F. -¿Cuándo comenzó a escribir?

E.S. -Creo que comencé a escribir viendo a los demás.

F.F. -¿Viéndolos o escuchándolos?

E.S. -Las dos cosas. Los escuchaba y los veía. Y me parecía una cosa increíble. Porque la realidad toda la vida me ha gustado. Y creo que esa es una de las cosas que más nos apoya y más nos ayuda.

F.F. -¿Desde qué hora escribe?

E.S. -Desde que amanece. Desde que me levanto la cabeza me empieza a funcionar.

F.F. -¿Qué hace cuando no está escribiendo?

E.S. -Escribo, vivo escribiendo. Yo vivo de eso.

LA POESÍA ESTÁ AQUÍ PARA LOS DEMÁS.

F.F. -¿Las cosas le hablan a usted o es usted la que le habla a ellas?

E.S. -Yo le hablo a las cosas y las cosas me hablan. Sí, las cosas me hablan. Y yo las escucho. Por ejemplo, usted contempla una pared y ve lo recta que es. Bueno, esa rectitud ya le está hablando. Ella le está diciendo: -soy recta, soy ancha, soy larga, soy corta, soy blanca-. Lo dice su palabra, porque su palabra está como abierta, integrada en la realidad. La palabra está entera, en la realidad. La palabra es esto y aquello, porque ella está unida a la realidad, la palabra es la realidad. Es más, la palabra cuida la realidad.

F.F. -Usted ha sido una de las primeras venezolanas en tejer poesía en prosa ¿Qué la llevó a escribir prosa?

E.S. -La poesía entró en mí y, entonces, ella misma buscó su camino.

F.F. -¿Escribe para alguien especial?

E.S. -No, no escribo para alguien especial.

F.F. -¿Para quién escribe?

E.S. -Yo escribo para todos. No tengo a alguien específico a quien escribirle. Porque me parece un egoísmo. Yo escribo poesía para que la gente la lea y si le gusta le gustó, y sino le gusta, bueno... que voy a hacer.

F.F. -A mi me gustan mucho sus poemas. Parece que todas sus palabras fueron escritas para mí...

E.S. -(Risas). ¡Me parece magnifico, me parece agradable! Soy muy feliz cuando a alguien le gusta lo mío. Yo me siento muy honrada, me siento muy bien, porque quiere decir que he podido entrar en el otro. Soy feliz porque he podido entrar en otra persona ¿Qué más quiero yo que eso? La poesía está aquí para los demás. No para alguien.

F.F. -¿Cómo hace usted para que su poesía entre en otra persona?

E.S. -Cuando se quiere a la humanidad, yo creo que se entra en otra persona. Yo creo que uno no escribe nada más que para sí. Por ejemplo, uno dice Pan. El pan es de todos. El pan es de una utilidad para todos. Para mí eso es lo bello que tiene la palabra. Que la palabra es para todos. Entregamos el pan o la palabra, para que otro se alimente. Por la palabra el hombre vive. Por la palabra el hombre se alimenta y en un momento se salva.

F.F. -¿Escribir se convierte en un hábito a veces maligno, a veces milagroso?

E.S. -Yo creo que, el hecho de escribir, ni es maligno, ni es milagroso: es. Escribir es una manera de acercarse a la vida, de acercarse al espacio, de acercarse al mundo.

F.F. -¿Cómo se asoma usted al mundo de afuera?

E.S. -Como lo veo desde aquí. Y así, como lo veo desde aquí; así como está, así es. Así yo entro. Yo, ni lo bendigo, ni me escapo de él.

LA POESÍA TRANSFORMA LA REALIDAD.

F.F. -¿Cuál es su concepción de la poesía, Elizabeth?

E.S. -Bueno, la poesía es la que transforma la realidad. Nos la muestra de otra manera.

F.F. Y, ¿de qué manera la transforma?

E.S. -Por ejemplo, si usted dice: -esta casa se parece a una casa de muñecas o se parece a un barco, o se parece a un árbol, a cualquier cosa-... La poesía, a través de la palabra, a través de la metáfora, a través de la imagen, ya ha transformado la casa en barco. Lo más original de la poesía, es que nos transforma la realidad, nos la cambia toda, nos la muestra de otra manera. Y es por eso que la gente la busca, porque la poesía les da otra cosa. La poesía les está entregando otra cosa que no conocen.

F.F. -¿Nos entrega algo más que un poema?

E.S. -Sí. Algo como un mundo o un nuevo mundo, a través del poema, a través de la palabra.

F.F. -¿Qué es un poema para usted?

E.S. -Un poema es lo mejor que le ocurre al mundo. Lo que pasa es que el hombre se ha acostumbrado a depender de otras cosas que no son poemas, que no es la poesía. Porque la poesía es la que transforma la realidad. Por ejemplo; un árbol caído a mí me duele. Cuando se cae un árbol, me duele. Pero hay muchas personas que dejan el árbol allí. Ni lo ven, ni les importa, porque el árbol no les molesta. Pero a mí me duele. Es un contacto. Sensibilizarse siempre es un contacto.

F.F. -¿El poema para usted es un presentimiento, es una anunciación, es una duda?

E.S. -Yo creo que un poema nunca puede ser una duda. Es una certeza o una realidad, una nueva realidad. Puede ser una anunciación o una revelación, pero nunca una duda.

F.F. -¿El poema debe ser una perfección, una exactitud?

E.S. -No. Nada es perfecto. Mis poemas no son perfectos, porque nada es perfecto.

F.F. ¿La poesía es etérea, volátil, efímera?

E.S. -¡No!, la poesía es muy real, es muy seria, dice muchas verdades. Todo es real, como la poesía. La poesía incluso, va más allá de lo real. Es tangible e intangible, pero nada es volátil.

F.F. -¿Cree usted que en las demás artes hay poesía?

E.S. -No sé. Nunca he pensado en eso.

F.F. -Es decir; si en una pintura, por ejemplo, podemos leer un poema... ¿Hay algo de poesía en la pintura?

E.S. -¡Como no! Yo puedo ver perfectamente un poema en una pintura, pero esa pintura tiene que ser muy especial. Por ejemplo, para mí hay una gran pintora en este país: Mercedes Pardo, la esposa de Alejandro Otero. Esa mujer pintaba el azul de otra manera. Ya no era el azul que uno estaba acostumbrado a ver en cualquier parte, era un azul fuerte que decía, que uno sentía como un algo que latía allí, de vida. Era un azul que decía, que hablaba. Ese azul me hablaba a mí de vida, de creación y de poesía.

LA CASA, EL ÁRBOL, LA MUERTE.

F.F. -Hábleme de su casa, es muy famosa ¿Cómo describiría, cómo diferenciaría usted la casa de la infancia, a la casa de la adultez?

E.S. -¡Ay, mire, la pregunta es fuerte!. Porque para mí la casa de mi infancia requiere recordarlo todo, todo... Toda una cantidad de gente que se me murió. Mi mamá, mi esposo, mis abuelos, mis amigos, todo. ¡Lo que quiere decir familia! La casa, mi casa, es mi familia. La casa de mi infancia es la familia. Los recuerdos de la casa son mis recuerdos.

Mi casa es una casa corriente, pero está enriquecida por un patio que tiene muchos árboles, y eso la enriquece.

F.F. -El árbol, es una obsesión constante para usted ¿Por qué?

E.S. -Porque el árbol es como un compañero silencioso que lo protege a uno y que enriquece la casa. El árbol es una riqueza, la naturaleza toda es una riqueza ¿El árbol o el río no son una riqueza para usted?

F.F. -¡Sí, como no!

E.S. -Sí. El río se mueve. El río sigue su camino pero nunca se va, siempre está allí. Además, el río tiene sonidos de distintas tonalidades. Eso es bellísimo...

F.F. -La muerte es otra obsesión en su poesía ¿Qué cosa le ha enseñado la muerte?

E.S. -Que hay vida.

F.F. –¿En sus visiones, apariciones, espectros y fantasmas? ¿Usted habla con la muerte?

Bueno, yo la muerte la tengo y la vivo desde muy pequeña. Desde muy chiquita supe lo que era la muerte y lo que me esperaba a mí después de la muerte de mi madre. Eso fue algo muy intuitivo, porque a los niños no se les puede engañar, no se les puede mentir nunca, porque ellos tienen la realidad perfecta. Yo, a los ocho años, me di cuenta de todo, lo sabía todo... (Breve pausa. Elizabeth tiene la voz triste, rota, desgarrada. Imagino sus ojos azules llenos de lágrimas. Improviso un poco. Suspiramos, escuchamos el vacío del teléfono, silenciamos. Ahora la consuelo, desde el otro lado de la línea).

F.F. -Perdóneme por recordarle temas tan duros ¿Se siente bien?

E.S. -Sí, no se preocupe, yo soy muy llorona, eso es lo que pasa. Me emotivo mucho. Si uno no fuera feliz, mejor no vive. Afortunadamente, la naturaleza nos lo da todo. La tierra nos lo da todo, la luz nos lo da todo. El sol nos da el calor, la noche el frío. Y todo, absolutamente todo, es para el hombre.

Y no le de pena conmigo, no se avergüence, porque a mi me gusta eso. A mi me gusta conversar con personas así; inteligentes como usted. Usted me ha abierto muchos caminos. Eso es lo que une, que alguien le abra a otro un camino. Cuando una persona no le abre a otro un camino, ninguna luz, ningún perfume, esa persona no vale la pena. Y usted me ha hecho ver y oler muchos caminos. Me ha perfumado con sus flores. En el mundo está el hombre, porque el hombre está allí para perfumar. Para perfumar al otro, para perfumar el mundo.

EL SILENCIO ES UNA MANERA DE HABLAR EL ESPACIO.

F.F. -¿Se considera usted una visionaria?

E.S. -¿Una visionaria? No. A veces me vienen visiones, pero eso es común en la mayoría de las personas que creen.

F.F. -¿Cómo diferencia usted el silencio de la soledad?

E.S. -¿Cómo lo diferencio?... ¡Ay, esa es una pregunta bella, muy bella!. Es tan bella que no soy capaz de responderla.

F.F. -Para usted es muy importante la palabra, ¿no?...

E.S. –Sí. La palabra es esencial. La palabra es esencial para un poeta. No se es, no se puede existir sin la palabra. A veces se silencia. Pero se está en silencio, porque el silencio también es un lenguaje.

El verbo y la palabra es lo mismo. A través del verbo llegamos al otro y, a través de la palabra, también. Llegamos incluso, transformados, transfigurados en poemas, pero en otro idioma. Por ejemplo, si algún libro mío lo traducen al francés, entonces esa palabra es esencial para el hombre, porque ese idioma también es esencial. Esa es su manera de él reflejar lo que tiene dentro, lo que tiene como verdad, lo que tiene como realidad. Porque si usted no tuviera palabra, no pudiera decirme nada. Es más, no pudiera, en estos momentos, preguntarme nada. Nada pudiera usted decirme por teléfono. Y si no habláramos, el mundo sería bastante muerto.

F.F. -¿Qué le hace falta a Elizabeth Schön? ¿Qué tiene? ¿Qué no tiene?

E.S. -¡Ay, yo nunca he pensado en eso! Yo creo que la vida es muy rica para yo pensar en eso. Se me viene encima como una avalancha de cosas: el amor, el silencio, la paz, el querer, la lectura. Porque la lectura es un silencio sonoro y le da a uno como otro sonido, como otra música. Algo así como si yo estuviera frente a un río que suena, un río que tiene varios sonidos. Uno de esos sonidos, es el de la rapidez. Otro, es el del salto de una cascada...

F.F. -¿Ha silenciado usted totalmente, definitivamente?

E.S. –No, yo no he dejado de escribir. Yo no conozco eso. Para eso tengo la poesía, tengo la palabra y tengo el lenguaje... y tengo el silencio. La soledad y el silencio están muy unidos. El silencio es una manera de hablar el espacio.

Yo estoy enferma ahora, tengo una pierna mala. No puedo casi caminar. Y como estoy encerrada en mi cuarto, yo me quedo calladita porque me parece que el silencio está hablando con lo otro. El silencio es importantísimo, es una realidad muy fuerte que uno debe aprender a conocer, como un lenguaje distinto. El lenguaje es el pensamiento, pero el lenguaje no es sólo el pensamiento. El silencio es del mundo, es de la tierra, es del hombre ¿Usted no lo escucha? Si usted sube a una montaña para escucharlo, escucha un silencio allí.

F.F. -En este preciso instante, ¿qué le diría a un poeta que no pudiera decir nada?

E.S. -Bueno, que eso es una enfermedad. Pero él se salva, el puede llegar a hablar. Para eso está hoy la medicina, que yo respeto tanto, porque la gente se puede curar, se puede mejorar. Aunque, para mí, la mejor medicina es la poesía. La poesía es la mejor medicina del espíritu.

YO SOY DEL MAR.

F.F. -Usted habla constantemente del tiempo y la memoria ¿La memoria refleja la profundidad del tiempo?

E.S. -¡Como no, la refleja a veces!. Por ejemplo, la memoria mía me refleja el tiempo de cuando yo estaba chiquita, el tiempo de cuando mi mamá se murió y mi otra abuela, y todo eso...

Sí, la memoria refleja la profundidad del tiempo. Si no tuviéramos memoria, no nos diéramos cuenta de lo profundo donde llega el tiempo. Porque el tiempo no solo está aquí en la tierra, sino en el universo todo. Es por eso que pueden hacer los viajes los astronautas, por el tiempo. El tiempo es lo más importante que hay, porque si uno no tiene tiempo, uno lo hace.

F.F. -Casualmente, estuve contemplando la fotografía suya que fue publicada en la portada de la Revista Imagen. He visto el tiempo reflejado en sus ojos, he visto el mar en sus ojos. Es más, la tristeza del mar yo la he visto en sus ojos ¿Por qué?

E.S. -¡Ay, que pregunta tan hermosa me haces, que bella es esa pregunta!

Yo soy del mar. Casualmente, cuando uno ve el mar desde la playa, uno se da cuenta que toca un horizonte que está lejos. Pero si uno llega a ese horizonte, entonces se da cuenta que hay otro horizonte más. Y ese horizonte, cercano o lejano; es feliz o triste. Esa felicidad o esa tristeza la da el tiempo. O la memoria.

LA POESÍA ES PROPIA.

F.F. ¿Tiene algún mensaje para las futuras generaciones de poetas venezolanos?

E.S. -Que escriban. Pero que escriban lo que ellos sienten, no lo que les proponen los demás. Porque la poesía es propia. No tiene porque recurrir a otro. Ella tiene que nacer de adentro hacia afuera.

F.F. -¿La poesía le entrega todo al hombre?

E.S. -Sí, le entrega una cosa bellísima, que es la transformación que puede hacer el pensamiento con las cosas. Porque hay que ver lo que ha hecho el pensamiento, con lo que el ha aprendido de la realidad. Uno llega a Marte ¿Usted sabe lo que es eso? Ese es el hombre que lo ha hecho, es el pensamiento humano el que lo ha hecho. Porque la realidad tiene algo muy bello: ella se deja moldear por el hombre.

F.F. -¿La poesía es la felicidad suprema?

E.S. -La poesía es el reconocimiento de que el hombre tiene un poder de transformación.

Diciembre del 2006.





























Armando Rojas Guardia: “Escribo para intensificar mi experiencia vital, la conciencia que yo tengo de la vida”.

Nos encontramos con Armando Rojas Guardia a las diez de la mañana, en un café situado en la planta baja del Centro Plaza de Altamira, en Caracas. La cita la concertó Luis Alejandro Rodríguez, un documentalista independiente con más de treinta cortometrajes en su haber; a artistas plásticos, músicos y poetas venezolanos. Lo primero que me sorprendió de Armando fue su voz, su poderosa voz. Profunda, lenta y solemnemente modulada. Recuerdo perfectamente su resplandeciente cabellera, su luminosamente blanquecino pelo. Armando Rojas Guardia reflexiona antes de hablar. Piensa lo que dice. Dice lo que piensa. Es un poeta del pensamiento. Considerado como uno de los ensayistas más importantes del país, Armando Rojas Guardia es un monumento a la vida, un monumento a la sensibilidad, esencialidad y espiritualidad del hombre. Entre sus obras más importantes destacan: Del mismo amor ardiendo (1979); Yo supe de la vieja herida (1985); Poemas de Quebrada de la Virgen (1985); Hacia la noche viva (1989); Antología poética (Monte Ávila Editores, 1993); y La nada vigilante (1994). El principio de la incertidumbre (1996), Crónica de la memoria (1999) y El esplendor y la espera (2000). En 1981, fundó, con un grupo de amigos, el grupo Tráfico.

Franklin Fernández.

F.F. -¿Cómo se le describiría usted a sus lectores? ¿Quién es Armando Rojas Guardia?

A.R.G. –Lo primero que se me viene a la mente cuando pienso en alguna caracterización posible de mi persona o de mi personalidad literaria, diría que soy un creyente. No hay en mí, pasión mayor. Ni estética, ni filosófica, ni sensual, ni práctica, que la de ser cristiano. Intento que mi obra literaria refleje esa condición. Tanto en mi poesía como en mis ensayos, existe ese reflejo. Por otra parte, considero que mi opción por la fe cristiana no es convencional ni es una elección fácil o facilitona. Yo tengo profundas diferencias con respecto a las posturas y opiniones de la institucionalidad católica. De modo que, siento un desapego crítico con respecto a muchos aspectos de esa institucionalidad. De todas formas como poeta no me reduzco sólo a ser un poeta que quiere ser cristiano, como ensayista tampoco. No reduzco toda la complejidad de mi vocación literaria al simple componente cristiano-católico, pero creo que ese componente es fundamental.

F.F. –Se dice que su vocación de poeta comienza con la religión ¿Fue su vocación poética lo que lo llevó a la religión o la religión lo que lo llevó a la poesía?

A.R.G. –Yo creo que ninguna de las dos cosas. Son dos cosas que, en mi caso, son más bien paralelas. Mi familia no era una familia que se hubiera caracterizado por ser religiosa. Mi papá era un buscador de Dios a su manera, creo que la tradición liberal republicana, estaba mucho en él. De modo que también era anticlerical. Un anticlerical militante. Mi mamá era cristiana, católica, pero tenía una idea religiosa muy simple, muy elemental. Yo creo que era más bien católica por ósmosis cultural. De modo que mi religiosidad se la debo fundamentalmente al colegio San Ignacio de Loyola. A los siete años ingreso al colegio San Ignacio, paso toda mi infancia y buena parte de mi adolescencia en el colegio, y los Jesuitas modelaron de manera definitiva, mi religiosidad.

La vocación literaria, en mí, es muy temprana, muy precoz. Yo lo cuento en un documental que me realizó Luis Alejandro Rodríguez¹. Yo relato que, a los cuatro años, una tía mía me preguntó en el jardín de su casa: –Armando, ¿cuando seas grande vas a ser poeta?- Y yo le respondí –No, no lo voy a ser, ya lo soy-. Tenía cuatro años de edad. Creo que la figura paradigmática de mi padre como poeta, jugó un papel fundamental en esa precocidad de mi vocación poética y literaria. Ahora, más adelante, cuando yo ya me asumo como un poeta, es que esa vocación literaria y poética se imbrica con el componente religioso. Pero son dos cosas paralelas, no se debe lo uno a lo otro.

F.F. –También se dice que quién escribe un poema está buscando a Dios ¿Usted busca a Dios en sus poemas?

A.R.G. –Bueno, ahora recuerdo el epígrafe de la película de Luis Alejandro, un texto de Hanni Ossott, cuando dice que el escribir un poema, para ella, es una suerte de invocación, casi una oración². Creo que todos los poetas tenemos esa misma experiencia. Creo que escribir poesía es una suerte de modalidad de una mística que podemos llamar profana. Es decir, hay varios tipos de mística. La mística vinculada a la religión de la naturaleza, la mística vinculada a las religiones de la interioridad, la mística vinculada a las religiones proféticas, históricas o abrahanicas, y la mística que podemos llamar mística profana, no vinculada a ninguna institucionalidad religiosa. Y la poesía es una variante de estos últimos tipos de mística. Creo que todos los poetas en algún momento percibimos que forma parte de nuestra experiencia vivenciada a la hora de escribir un poema, que nos acercamos a través de esa escritura poética, al misterio, a lo trascendente, a un orden de realidad distinto al que accedemos en la vida cotidiana. De modo que yo sí creo que como poeta, he tenido la experiencia de que la escritura lírica, la escritura poética, me lleva a tocar, a bordear ese ámbito de lo sagrado que trasciende la vida cotidiana.

F.F.-En ese ámbito sagrado al que se refiere, ¿el éxtasis juega un papel fundamental?

A.R.G. –Yo no he tenido en mi vida ningún éxtasis, salvo en el momento estático de la cópula erótica. Yo no diría que he tenido experiencia estática a pesar de qué me considero un ser humano orante, es decir; la oración es una de la experiencias fundamentales de mi vida y la oración ha sido milenariamente el espacio privilegiado donde ocurre la experiencia mística. Pero yo no he tenido acceso a altas costas de experiencia mística, simplemente me limito a ser un orante.

F.F. –En ese sentido, ¿un poema suyo puede ser una oración? ¿El poema es una oración?

A.R.G. –Yo creo que sí. Yo creo que sí porque un poema puede acercarlo a uno al ámbito de lo sagrado. Y muchos poetas, incluso no creyentes, ateos militantes, pueden, creo, testimoniar con su vida, que escribiendo poesía, se acercan al ámbito luminoso de lo sagrado.

F.F. –“Dios no es asunto, no es tema, sino pasión donde arder”, es una frase suya. Su poesía siempre acude a Dios, a un Dios compasivo, sensible y misericordioso ¿Por qué?

A.R.G. –Porque ese es el Dios cristiano. Y la definición clásica del Dios cristiano, está en la primera carta de Juan, incluida en el Nuevo Testamento: “Dios es ágape”, “Dios es amor”. No hay mejor definición de la naturaleza de Dios para el cristianismo, que esa. Por eso, el Dios al que yo me aproximo tiene esa característica fundamental, el ser compasivo. La experiencia religiosa cristiana tiene un matiz diferente a la experiencia religiosa en otros tipos de institucionalidades religiosas. Para el cristianismo, a Dios, a la trascendencia no se accede por la vía del templo, es decir; no es una relación vertical de la tierra al cielo pasando por el templo, sino que la religiosidad cristiana pone el énfasis en la relación ética con el otro, con el prójimo. De modo que es en el seno de esa relación horizontal con el prójimo donde ocurre la experiencia de Dios. Y eso se debe, en que la naturaleza misma de Dios, es amorosa. De modo que la compasión es la manifestación divina por excelencia.

F.F. –Para Cioran, Dios significa la última etapa de un camino, punto extremo de la soledad y de la nada. “Dios es, incluso si no es”, afirma. Para usted, ¿quién es Dios? ¿Cuál es la importancia que le concede usted a Dios en sus poemas?

A.R.G. –Bueno, ya lo he ido diciendo a lo largo de la entrevista. Dios es fundamentalmente el trascendente. Aquel que está… Dios es el corazón, el eje del ámbito de lo sagrado. El ámbito de lo sagrado; en ese ámbito, Dios es el orden de realidad que trasciende nuestra vida ordinaria, es la órbita de la satisfacción de nuestras necesidades inmediatas. Porque Dios es el corazón y el eje del ámbito de lo sagrado. El ámbito de lo sagrado no está situado en un trasmundo, es el último extracto de realidad de este mundo. Ernesto Cardenal, en “Coplas a la muerte de Merton”, tiene unos versos que a mí me han impresionado mucho siempre: “Morir no es salir del mundo, es hundirse en el”. En ese sentido, Dios como eje y corazón del ámbito de lo sagrado, envuelve y penetra toda la realidad del mundo. Es también la realidad ontológicamente suprema. Es el valor y el bien absoluto. Es la santidad, también absoluto. Y es el que posibilita esa misma vía ordinaria, trascendiéndola.

F.F.-Además de Dios, como eje esencial y fundamental de su poesía, ¿qué otros temas han sido importantes para usted? ¿De qué nos hablan sus poemas? ¿A cuál experiencia nos remiten?

A.R.G. –Bueno, mi poesía habla de muchas cosas. Yo te decía al principio que no reduzco mi experiencia literaria y poética, solo al componente religioso. Cualquiera que se acerque a mi poesía, va a notar que yo abordo muchos temas. Está el elemento erótico, está el elemento cotidiano, está el elemento histórico, está la contemplación de la naturaleza, está en algún momento la ciudad; como escenario y como protagonista de la poesía, está también mi propia cercanía autobiográfica con la locura, de modo que mi poesía abarca un espectro muy amplio de temas.

F.F. –Calles, plazas, hoteles clandestinos… ¿Qué lugares visita en sus poemas, a qué lugares vuelve?

A.R.G. –Bueno, yo diría que en mi poesía hay dos tipos de lugares fundamentales. Los íntimos, es decir; aquellos enmarcados en los que podemos llamar la casa, mi casa, mi hogar y, por otra parte, aquellos enmarcados en el ámbito que podemos llamar la calle. La calle fue una de las consignas poéticas del grupo Tráfico³: “Venimos de la noche y hacia la calle vamos”. Nosotros en Tráfico nos dimos cuenta que la poesía que se hacía en Venezuela, hasta comienzos de la década de los ochenta, salvo contadas excepciones; no abordaban suficientemente la temática urbana. Y, precisamente, porque no abordaban la temática urbana, soslayaba también esa poesía, la cotidianidad y la historia. De modo que es la impronta de Tráfico la que me llevó a explorar la calle como espacio de mi poesía. Creo que relativamente me he mantenido fiel a esa perspectiva de Tráfico, de modo que yo dividiría los enfoques temáticos de mi poesía, en esos dos grandes ámbitos: el espacio íntimo, el de mi casa; el poema que se hace en el escritorio de mi estudio bajo la luz de la lámpara en completa intimidad y el espacio urbano donde me muevo durante el día. Esos son como los dos grandes espacios que yo abordo en mi poesía.

F.F. –¿De dónde surge el nombre de Tráfico? ¿Quién los bautizó así?

A.R.G. –Yo no recuerdo con precisión, pero creo que fue Igor Barreto a quien se le ocurrió ese nombre. Tráfico quería aludir al tema urbano: el tráfico de las colas, el tráfico cotidiano en Caracas, nos parecía que ese era un nombre que combinaba lo urbano con lo cotidiano.

F.F.- De Tráfico, específicamente, ¿que recuerdos más importantes atesora Armando Rojas Guardia?

A.R.G. -Bueno, Tráfico fue importante en mi vida porque primero, lo que recuerdo es, la radical experiencia de fraternidad con esas cinco personas. Yo siempre digo que, a los integrantes del grupo Tráfico, lo único que nos faltó fue convivir en un mismo espacio, porque nos veíamos continuamente. Hubo épocas en que nos veíamos casi todos los días. De modo que fue una bellísima experiencia de hermandad, de comunión espiritual. Una comunión espiritual que se ha mantenido hasta hoy. En segundo lugar, recuerdo muy vividamente, nuestras discusiones. Nosotros nos reuníamos los jueves a mediodía, en la cervecería El León de la castellana. Era nuestra reunión oficial durante la semana. Lo que pasa es que nos veíamos muchas veces más, pero la reunión canónica, la reunión oficial, era los jueves al mediodía en El León. Y eran discusiones muy ricas, muy preñadas de ideas. Eran discusiones estéticas y filosóficas de alto calibre. Eso si lo recuerdo con mucho placer. Y en tercer lugar creo que, es indudable para mí, que a partir de Tráfico se da una impronta en la poesía venezolana que no se puede negar. Es decir; lo urbano, lo histórico, lo cotidiano, empezaron desde Tráfico a ser tratados incluso, masivamente, por los poetas venezolanos. Y empezó, además, una lectura y una relectura, en algunos casos, de la poesía norteamericana, cosa que no sucedía desde Tráfico porque la poesía venezolana gravitaba en la órbita de la poesía francesa y de cierta poesía italiana. Se soslayaba un orbe poético importantísimo como es la poesía norteamericana contemporánea. Es a partir de Tráfico cuando se empieza a estudiar la poesía de Eliot, Ezra Pound, de William Carlos William, de Robert Lowell, en fin…

F.F.- Cuando escribe, ¿cómo hace usted para identificarse con los sentimientos íntimos de otra persona que ni siquiera conoce?

A.R.G. –Los imagino. La imaginación es una herramienta muy poderosa. Sirve incluso para eso, para identificarse con los sentimientos de la persona que uno imagina. La poesía es el reino de la imaginación simbólica, de la imaginación, porque toda imaginación es simbólica. Entonces, una manera de acercarse a los sentimientos de una persona desconocida, es imaginando.

F.F. – Para usted, es muy importante la palabra, ¿cierto?

A.R.G. – ¡Absolutamente, absolutamente! En el año noventa yo sufrí una crisis psicótica que, probablemente, -eso no está claro para mí, ni para los médicos-, esa crisis afectó quizás, áreas del cerebro que tienen que ver con el lenguaje. El hecho es que yo quedé literalmente mudo. Es decir; me costaba hivanar una simple conversación cotidiana con un amigo o con una amiga. Y, por supuesto, que yo pensé que no iba a volver a escribir más nunca. Fue una crisis enmudecedora. Para una persona que toda la vida ha considerado que la palabra es el centro palpitante de la vida psíquica de uno, el no poder hablar y el no poder escribir, significó, una desgarradura. Yo tarde unos diez años en recuperar la palabra. Eso se lo debo a la dinámica misma de la vida, a la dinámica curadora, sanadora de la vida, se lo debo también a mi propio esfuerzo autoterapéutico. Yo escribí durante la década de los noventa en plena crisis de la mudez, tres libros, uno de ellos La nada vigilante, que es un libro de poesía. Algunos dicen que es mi mejor libro de poesías. Yo me propuse a escribir ese libro de poesía, para devolverme la relación orgánica con la palabra que yo creía haber perdido. Creo que si en este momento ya me curé de aquella mudez, eso se debe a esas dos cosas: a la dinámica misma curadora de la vida y a mi esfuerzo autoterapéutico por devolverme esa relación orgánica con la palabra.

F.F.- Otra cita suya: “¿Quién eres, tú sonoro al fondo de mi mismo?” ¿Qué relación tiene usted hoy consigo mismo?

A.R.G. –Bueno esa cita se refiere, es la primera frase de El Dios de la intemperie, se refiere a la relación con Dios. Porque el testimonio unánime de los místicos cristianos, es que en el centro de la interioridad humana, está Dios mismo. O sea, que Dios es como el último estrato del mundo interior humano. Entonces, cada vez que tomamos contacto con nuestro mundo interior, de una manera radical, nos contactamos con Dios.

Bueno, yo creo que hoy tengo un contacto conmigo mismo muy fértil, vamos a decir así, muy fecundo. Desde hace unos años yo disfruto de un bienestar psíquico que no tenía antes. Ese bienestar psíquico tiene cuatro pilares. El primero, una medicación adecuadísima, yo tengo un déficit eléctrico a nivel neuronal que la medicación corrige. Ese déficit eléctrico a nivel neuronal es como la infraestructura bioquímica de los episodios psicóticos que yo he padecido en mi vida y afortunadamente se ha descubierto la medicación que corrige ese déficit. En segundo lugar, el otro pilar, es la experiencia terapéutica con Jean-Marc Tauszyk, que es mi terapeuta actual. El tercer pilar es mi casa de habitación actual, es un espacio para mí sagrado y donde respiro a mis anchas. Y el cuarto pilar, es el tipo de trabajo cotidiano que realizo, que aunque no es muy rentable económicamente, pues, me permite hacer aquello a lo que vocacionalmente me siento llamado hacer. Bueno, esos son los cuatro pilares de mi actual bienestar psíquico.

F.F. -¿Qué hace usted cuando no está escribiendo?

A.R.G.- Bueno, muchas cosas. Pienso, contemplo, me dedico a mis quehaceres cotidianos, cocino, paseo, estudio, leo mucho, muchísimo. Desde la adolescencia he sido un lector voraz, leo vorazmente…

F.F. -¿Usted escribe para sentirse vivo, para dar vida a sus recuerdos?

A.R.G.-Yo creo que sí. La escritura literaria es un método, hasta cierto punto, de la intensificación de la vida. Cualquier escritor, mejor dicho; cualquier artista puede testimoniar que el arte intensifica la vida, porque implica un impulso de la conciencia y de la libertad frente a la realidad. De modo que yo creo que sí, que yo escribo para intensificar mi experiencia vital, la conciencia que yo tengo de la vida.


NOTAS:

1. El documental al que se refiere Armando Rojas Guardia es: “El esplendor y la espera”. Realizado bajo la dirección de Luis Alejandro Rodríguez en el año 2005, en Caracas, con una duración de 34:00 minutos. Actualmente, Luis Alejandro Rodríguez es un productor independiente. Ha realizado más de treinta documentales a artistas plásticos, músicos y poetas venezolanos.

2. El epígrafe completo, del poema de Hanni Ossott, es el siguiente: Dios / me quedo todo el tiempo posible / ante un poema / para que salga bien. / Es como una oración / una invocación.

3. Tráfico se consolidó como grupo entre los años 1980-1981. “Surge, con un polémico y acentuado interés confrontativo… las discusiones que este grupo de poetas logran desencadenar a propósito de una nueva manera de entender la poesía y el papel ético que debería jugar la misma en el interior de lo que ellos consideraban un ‘nuevo’ espacio intelectual venezolano”. Juan Carlos Santaella (Diez manifiestos literarios venezolanos, La casa de Bello, Caracas, 1986). El grupo estuvo integrado por Yolanda Pantin, Igor Barreto, Rafael Castillo Zapata, Miguel Márquez, Alberto Márquez y Armando Rojas Guardia.